Picaresca en Annual: la 'epopeya' inventada que convirtió a soldados españoles en 'héroes'

Dos cabos y cuatro soldados españoles que combatieron en el famoso desastre marroquí de 1921 fingieron una hazaña en la defensa del pozo de Tistutin, por la que fueron ascendidos y condecorados y recibieron todo tipo de elogios en la prensa nacional

Soldados españoles, durante el desastre de Annuel en 1921/ Vídeo: El Desastre de Annual ABC

Israel Viana

La letal y peligrosa defensa del pozo número dos de Tistutin estuvo a punto de pasar a la historia como una de las acciones más heroicas del famoso desastre de Annual . Ya saben, aquel triste episodio que muchos historiadores califican todavía como la peor derrota militar de España en los siglos XX y XXI. En su artículo «El expediente Picasso: La memoria de un inusual ejercicio de memoria» , Alfonso Iglesias, de la Universidad de Santiago de Compostela, habla de «la mayor debacle jamás sufrida por un ejército colonial europeo en territorio africano».

Las cifras de muertos le dan la razón, pues la más optimista se sitúa por encima de los 13.000 fallecidos solo en las filas españolas, como apunta Sebastian Balfour, y la más pesimista se acerca a los 20.000, como defiende Geoffrey Regan en «Historia de la incompetencia militar» (Crítica, 1989). Fue tan grave lo acontecido, que el Gobierno de la Restauración impidió a los medios de comunicación referirse a ello, con el objetivo de que no cundiera el pánico entre la población. «El lector advertirá hoy una ausencia total de información sobre África. Se ha establecido la censura previa», advertía ABC.

En medio de aquella masacre acaecida entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921, y sin mostrar el más mínimo respeto por el trauma que generó entre la población, se produjo uno de los episodios más increíbles y desconocidos de la famosa picaresca española. Uno que afectó al seno de nuestro Ejército y que convirtió en héroes a varios de nuestros soldados, alabados por la prensa y condecorados por nuestros mandos, después de inventarse una hazaña en la que se colocaron como protagonistas. Y es que, como explicaba Paloma Aguilar Fernández en «Políticas de la memoria y memorias de la política» (Alianza, 2008), el hecho de que «mucha gente asuma como cierto algo que nunca ocurrió no lo hace más real, pero puede quedar para siempre en la memoria colectiva».

El «Expediente Picasso»

Los seis falsos héroes del pozo Tistutin —los cabos Jesús Arenzana y Rafael Lillo y cuatro soldados más— lo consiguieron a pesar de la exhaustiva investigación encargada por el Gobierno español para suavizar la magnitud de la tragedia y el impacto político que produjo. Fue encargada al general Juan Picasso González con el objetivo de depurar las responsabilidades que pedía el pueblo. El resultado, tras nueve meses de intenso trabajo, fue un extenso y detallado expediente para cuya realización se emplearon todo tipo de fuentes documentales y orales.

Recogida de cadáveres en el desastre de Annual, el 22 de julio de 1921, ABC

Estas últimas fueron las que condujeron al fraude, ya que fue en las entrevistas que Picasso realizó con Arenzana en las que el cabo imaginó su heroica epopeya en la defensa del pozo. Y en las que describió también, con todo detalle, cómo inutilizaron y escondieron sus propias armas para que no cayeran en manos del enemigo, cómo engañaron a los rifeños para que no les atacaran mientras había agua y cómo se escabulleron hasta la zona francesa, sorteando todo tipo de peligros, hasta ser descubiertos por dos rifeños a los que nuestro protagonista dio muerte.

En el relato, plasmado por el general en su informe, pueden leerse pasajes tan increíbles como el siguiente: «Durante la noche del 29 al 30, el pozo fue rudamente atacado por un enemigo cuyo número Aranzana no pudo apreciar en la oscuridad. Supone que fueron más de 70, porque al hacerse de día vieron 35 cadáveres de hombres y más de 20 caballos. Por la mañana fueron atacados de nuevo».

Sus compañeros ratificaron el testimonio y Picasso destacó la hazaña como una de las más loables muestras de valor de aquellos fatídicos días. Tal es así que propuso a todos los implicados para un ascenso. La opinión pública también los trató como héroes y hasta se inició una campaña para que Arenzana obtuviese la Cruz Laureada de San Fernando, la condecoración militar más preciada de España. «Resistieron de modo inverosímil y, llegados al último extremo, se reunieron los seis defensores con su jefe. Después le relevaron de toda responsabilidad, inutilizaron las armas y el motor del pozo y se internaron en la zona francesa. Todo ello después de haber pasado grandes peligros y penalidades», contaba ABC el 19 noviembre de 1922.

«Degollando sin piedad»

Para Picasso el relato resultó de lo más verosímil. Y no es de extrañar, teniendo en cuenta los dantescos testimonios que escuchó durante su investigación. Ramón J. Sender , por ejemplo, contó posteriormente cómo las mujeres indígenas seguían a la retaguardia mora torturando y rematando a los heridos españoles. A muchos de estos les arrancaban las muelas mientras estaban vivos para hacerse con el oro de los empastes. A otros los abrieron en canal a golpe de gumía, según el escritor. Toda la barbarie de las tropas de Abd el-Krim fue confirmada, además, por un superviviente que consiguió escapar después de que le cortaran un dedo y fingiera su muerte: «Los moros degollaban sin piedad a nuestros soldados con una ferocidad salvaje».

Según aclara Alfonso Iglesias en su artículo sobre la derrota final, «es cierto que las tropas no contaban con la suficiente preparación y estaban bastante mal pertrechadas, pero ello no basta para justificar la exagerada desbandada de la que fueron partícipes muchos soldados y que, únicamente, se entiende a través de una concatenación de errores en los mandos». Ese fue precisamente el caso de Aranzana y sus hombres, ya que, tal y como se supo a finales de 1922, los implicados se habían inventado todo. En realidad, se rindieron sin resistir y pagaron 100 pesetas a los enemigos para que les llevasen tranquilamente a la zona francesa sin arriesgar los más mínimo sus vidas.

El mismo cabo, nuestro «héroe», fue quien reveló la verdad, empujado por su mala conciencia ante las constantes alabanzas y las muestras de aprecio que recibió de sus superiores y de la prensa de todo el país. Pidió declarar de nuevo con el fiscal togado del Consejo Supremo, quien reconstruyó la verdad. Según el libro «Historia secreta de Annual» (Temas de Hoy, 1999), de Juan Pando, la declaración final fue esta: «El 28 de agosto, al verse solos y abandonados, viendo como era imposible la defensa, decidieron arreglarse lo mejor posible con el enemigo, quedando dentro del pozo los rifeños y los españoles prisioneros de éstos, y habiendo tenido que entregar el armamento al jefe Hammú, según confesión del mismo Arenzana».

La repercusión

Por desgracia, la mentira tuvo mucha menos repercusión en la opinión pública que la epopeya, pues al Gobierno no le convino airear una nueva humillación del Ejército. Las autoridades temían que la verdad llevara a los ciudadanos —ya de por sí muy críticos con el Estado por haber llevado a sus hijos a una guerra suicida— a pensar que muchas de las hazañas de Annual eran también inventadas.

El prestigio del «Expediente Picasso», sin embargo, no se vio afectado, pues supuso un ejercicio de memoria verdaderamente extraordinario. «Puede ser considerado, a pesar de su voluntad judicial, un trabajo histórico mucho más contrastado y riguroso que la inmensa mayoría de la historia que se hacía en la época», subraya Iglesias. Y es que el general, además de las fuentes orales y escritas, analizó la documentación de las operaciones y los mapas de cada una de las 155 posiciones que se desmoronaron en apenas 20 días. Comprobó la escasa consolidación del avance y localizó, con una minuciosidad sorprendente, los lugares donde se produjeron las muertes. También describió los daños en los edificios, el nefasto despliegue, la retirada desordenada, el comportamiento cobarde de algunos mandos, los errores de la política con las cabilas y hasta la falta de instrucción de los soldados.

Todos estos errores fueron señalados reiteradamente y criticados con dureza por el general. Y no cabe duda de que habría actuado igual con Aranzana de haber descubierto antes su embuste, puesto que no era precisamente un informe para elogiar la labor del Ejército. Así lo demuestra este párrafo, que resume muy bien las más de 2.000 páginas que lo formaban: «Hemos sido, como de costumbre, víctimas de nuestra falta de preparación , de nuestro afán de improvisarlo todo y de nuestro exceso de confianza. Todo ello constituye, a juicio del declarante, una grave responsabilidad que el país tiene el derecho a exigir. Y si bien es cierto que las autoridades y los exministros han visitado el territorio y encontrado todo perfectamente, felicitando al mando por los resultados, no es menos cierto que la oficialidad prometió dedicar todos sus esfuerzos a mejorar la condición del soldado. Aún así, no cumplió, en perjuicio de una patria que necesita no un Ejército que se sacrifique, sino un Ejército que triunfe».

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