Guerra civil en la Guerra Civil: las milicias que causaron más terror en retaguardia que en vanguardia

El líder sindical Durruti condujo a sus tropas al combate, «a pesar del Gobierno», sin el armamento ni la equipación necesaria para asaltar ciudades grandes como Zaragoza o Pamplona

Un miliciano republicano lee el diario ABC en su versión republicana José Díaz Casariego
César Cervera

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La Segunda República, sometida a la presión de comunistas, anarquistas y otros grupos revolucionarios, se vio obligada a poner su defensa al principio de la guerra en manos de los milicianos. Frente al golpe de estado, los sindicatos CNT y UGT declaran la huelga general y se echaron a la calle a ocupar puntos estratégicos y reclamar armas para el pueblo. Estos grupos armados con apoyo de los guardias civiles, carabineros y guardias de asalto frenaron el golpe en las principales ciudades, pero marcaron el rumbo de la guerra y crearon una deuda que su bando pagó caro.

Aunque hubo de distinto signo político, las principales columnas de milicianos fueron comunistas y anarquistas, destacando entre estos las que salieron de Cataluña hacia el frente de Aragón y al Ebro. El protagonismo inicial de estas milicias fue en detrimento de los oficiales y soldados profesionales del Ejército que sí permanecieron leales a la Segunda República (prácticamente todos los generales jefes de las divisiones orgánicas fueron fieles y una parte importante de los regimientos), pero que sufrieron la lupa de la sospecha durante toda la contienda. La República no quiso o no pudo aprovechar la oficialidad potencialmente disponible debido al espíritu miliciano y antimilitarista de los primeros meses de la guerra.

«Nuestras milicias desordenadas»

Frente al pragmatismo del otro bando, que también tuvo milicianos pero les cortó el paso rápidamente, la influencia de las ideologías supuso un obstáculo para lograr una infantería solvente entre las filas republicanas. «¡Milicianos sí, soldados, jamás!» , se escuchaba aquellos días en Barcelona. Lo que no daba la disciplina ni el adiestramiento lo compensaba, al menos un poco, la convicción con la que luchaban milicianos que, como la columna anarquista Durruti, creían estar haciéndolo por el éxito de la revolución.

«Durruti fue el primero que comprendió esto y el primero que dijo: hay que organizar un ejército; la guerra la hacen los soldados, no los anarquistas»

José Buenaventura Durruti fue un anarquista leonés del sindicato CNT que se destacó desde el principio de la guerra aplacando el golpe de Estado en Barcelona y defendiendo el frente noreste. Los dirigentes de la CNT , con Durruti a la cabeza, convencieron al presidente de la Generalitat Lluís Companys de crear un Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña , formado por libertarios, republicanos, nacionalistas y marxistas para conducir el curso de la guerra. Este comité se revelaría pronto como un avispero político donde los distintos partidos estaban más centrados en lo que ocurría en retaguardia que en la vanguardia de la guerra.

En estos primeros meses de conflicto hubo continuos choques entre la dirección de la Federación Anarquista Ibérica y el propio Durruti, que terminó exasperado con tanta dialéctica y tanta lentitud a la hora de tomar decisiones. Según él, había que luchar contra el fascismo «a pesar del Gobierno», tanto del republicano como del catalán. Un informe posterior del Comité Peninsular de la FAI, en septiembre de 1937, apuntó las razones por las que las milicias estaban siendo barridas por sus enemigos:

«Nuestras milicias desordenadas, que celebraban plenos y asambleas antes de hacer las operaciones, que discutían todas las órdenes y que muchas veces se negaban a cumplirlas, no podían hacer frente al formidable aparato militar que Alemania e Italia facilitaban a los rebeldes. Durruti fue el primero que comprendió esto y el primero que dijo: hay que organizar un ejército; la guerra la hacen los soldados, no los anarquistas...»

Columna de milicianos saliendo de Barcelona hacia Zaragoza Josep Brangulí

En efecto, Durruti se hartó de tantas disputas internas y marchó al frente con el bando republicano para recuperar Zaragoza , luego Pamplona y, una vez reforzados, auxiliar Madrid. La columna de voluntarios, unos 2.5000, apenas uniformados, estaba armada en su mayoría por «naranjeros» , unos subfusiles de fabricación alemana incautados en Barcelona, pero contaban con el entusiasmo contagioso de su jefe, visto como alguien casi sobrenatural.

El periodista canadiense Pierre van Paassen escribió en el ‘Toronto Daily Star’:

«Cuando los hombres están exhaustos y a punto de derrumbarse de agotamiento, Durruti acude a hablarles e insuflar renovado valor en los combatientes. Cuando las cosas se pusieron feas en Zaragoza, Durruti subió a un aeroplano para dejarse caer en los campos de Aragón y liderar a los partisanos catalanes. Vayas donde vayas, se habla de Durruti, al que se considera un superhombre».

La militarización ordenada por Largo Caballero

Sin artillería ni aviación que la apoyara, la columna Durruti fracasó en todos sus intentos de asaltar Zaragoza o una presa de tamaño parecido. En vez de eso, sus hombres se limitaron a incautar tierras y tratar de colectivizarlas de manera más simbólica que real. A la falta de avances en el frente, se sumó lo que Durruti vivió como una puñalada del Gobierno y de la Generalitat. Los ataques venían, bajo su punto de vista, tanto de dentro como de fuera de su bando.

Buenaventura Durruti

El 16 de octubre de 1936 se publicó en la 'Gaceta de Madrid' la orden de reorganizar todas las fuerzas republicanas e integrar a las milicias en el Ejército regular. Al principio de la guerra, Largo Caballero había defendido la necesidad de entregar armas a sindicatos y activistas, pero los malos resultados de esta estrategia y la incapacidad del Gobierno de mandar sobre milicias organizadas a voluntad de sindicatos y partidos políticos, sin coordinación eficaz entre sí, empujó al presidente del Gobierno a reorganizar sus fuerzas armadas sobre la base de las unidades y cuadros militares que sí eran profesionales. Muchos de los milicianos pasarían, no sin resistencia, a ser sargentos, tenientes y capitanes del Ejército a lo largo del siguiente año.

La República había comprendido que fiar sus posibilidades de éxito a grupos armados con pistolas, fusiles y algunas ametralladoras, era por su propia naturaleza una decisión suicida que impedía una defensa eficaz del territorio allí donde los rebeldes disponían de tropas de élite venidas de África. Durruti y otros jefes milicianos vieron en la decisión de Largo Caballero una traición a quienes estaban dejándose el cuerpo en las trincheras. El anarquista así lo expresó el 4 de noviembre de 1936 en un discurso ampliamente difundido en Barcelona:

«Si esa militarización decretada por la Generalitat es para meternos miedo y para imponernos una disciplina de hierro se han equivocado. Vais equivocados, consejeros, con el decreto de militarización de las milicias.

Ya que habláis de disciplina de hierro, os digo que vengáis conmigo al frente. Allí estamos nosotros, que no aceptamos ninguna disciplina, porque somos conscientes para cumplir con nuestro deber. Y veréis nuestro orden y nuestra organización. Después vendremos a Barcelona y os preguntaremos por vuestra disciplina, por vuestro orden y por vuestro control, que no tenéis.

Estad tranquilos. En el frente no hay ningún caos, ninguna indisciplina. Todos somos responsables y conocemos el tesoro que nos habéis confiado. Dormid tranquilos. Pero nosotros hemos salido de Cataluña confiándoos la economía. Responsabilizaos, disciplinaos. No provoquemos, con nuestra incompetencia, después de esta guerra, otra guerra civil entre nosotros».

Mientras Durruti marchaba y moría en la guerra, en la retaguardia siguieron las riñas entre los diferentes bandos que formaban el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña

Hacia noviembre de 1936, Durruti marchó a Madrid con su columna a contener la ofensiva del bando enemigo. Encabezó a los milicianos anarquistas en la batalla de la Ciudad Universitaria , entre el 15 y el 23 de noviembre del primer año de la guerra, logrando frenar a las fuerzas de Franco a costa de un gran número de bajas milicianas. El líder anarquista fue uno de los que murió a consecuencia de un disparo «fascista», según la versión oficial de la CNT, pero que en realidad fue una bala a quemarropa en el tórax probablemente realizada por fuego amigo. La versión más aceptada hoy es que se trató de un disparo accidental del naranjero, un arma que carecía de seguro, de uno de sus subordinados.

Mientras Durruti marchaba y moría en la guerra, en la retaguardia siguieron las riñas entre los diferentes bandos que formaban el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña . Estalinistas contra trotskistas. Estalinistas contra anarquistas. Nacionalistas contra republicanos. Todos contra todos. Un conflicto que llevaría al escritor británico George Orwell , testigo directo de la represión republicana contra el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) en mayo de 1937, a criticar la interferencia de los propagandistas y los teóricos de los despachos: «Toda la propaganda de guerra, todos los gritos y mentiras y odio, provienen invariablemente de gente que no está peleando».

Durante cinco días de esa primavera los asesinatos se sucedieron en Barcelona, con al menos 218 muertos y casi mil heridos, en las luchas entre partidos.

La Columna de Hierro

Otro grupo de milicianos de la CNT que se hizo muy popular durante la guerra, aunque en su caso por los excesos cometidos, fue la llamada Columna de Hierr o procedente del anarquismo valenciano. A este grupo de anarquistas se le acusó de todo tipo de asesinatos, saqueos arbitrarios y humillaciones propias y extrañas en los pueblos aledaños a Valencia y en el frente de Teruel. Esto incluyó el asalto de cárceles y la ejecución de presos de derechas sin juicio alguno en lugares como Vinaroz o Castellón.

Milicianos anarquistas posan junto a un esqueleto tras haber saqueado las tumbas del cementerio del Convento de la Concepción EFE

Los problemas de indisciplina y violencia exaltada de este grupo armado, que fueron ficcionados en el libro ‘A sangre y fuego’ de Manuel Chaves Nogales, se suelen atribuir a que estaba formado, al menos originalmente, por presos comunes liberados por la FAI del penal de San Miguel de los Reyes . Sin embargo, la gran fama de sus crímenes derivaron sobre todo de su afán propagandístico, su mala relación con la CNT de Madrid y de querer hacer la revolución antes que la guerra. Actuando al mismo tiempo como milicia de guerra que como organización revolucionaria, el grupo anarquista se dedicó a levantar actas de sus asambleas y hasta publicó un diario ( 'Línea de Fuego' ) para justificar decisiones que infringían claramente la legalidad republicana.

Los milicianos anarquistas llegaron a enfrentarse a los comunistas en las calles de Valencia durante el entierro de Tiburcio Ariza, un libertario que fue asesinado por las fuerzas de seguridad por resistirse a su detención. El combate duró media hora y provocó 56 heridos, de los que 49 eran de la CNT, y un total de 30 muertos. Este tipo de enfrentamiento se produjo también en la localidad de Benaguacil (Nogales la nombra de forma errónea como Benacil), controlada por los comunistas, sin que las autoridades republicanas lograran evitar el derramamiento de sangre en sus propias filas.

Además de en retaguardia, la Columna de Hierro combatió en el frente de Teruel en los meses finales de 1936 y los inicios de 1937, convirtiéndose, no sin oposición, en la primavera de ese año en la 83ª Brigada mixta del nuevo Ejército Popular de la República dentro del proceso de militarización acometido por el gobierno republicano.

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