El miedo de Franco a establecer centrales nucleares en España tras la hecatombe de Hiroshima

La medida fue anunciada por el ministro de Industria Joaquín Planell en 1957, cuatro meses antes de que se produjera el primer accidente nuclear grave de la historia en la URSS

El reactor nuclear camino de la central nuclear de Zorita, en 1968 ABC

Israel Viana

ABC, 23 de mayo de 1957. «El Gobierno español acometeré sin vacilaciones el establecimiento de centrales atómicas» , anunciaba el titular. En la noticia se explicaba que «la idea de obtener electricidad aprovechando el calor desarrollado en los reactores es una consecuencia lógica de la puesta en marcha de los grandes reactores productores de pluitonio y, también, de los estudios de propulsión mediante reactores nucleares», según las palabras del ministro de Industria franquista, Joaquín Planell .

El proyecto de establecer centrales nucleares en España había partido concretamente del científico José María Otero de Navascués , que en 1948 presentó un informe al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el que aconsejaba que se iniciaran las investigaciones sobre la energía nuclear. En una conferencia que dio nueve años después, recogida por este periódico, apuntaba: «El Gobierno español va a acometer, sin vacilaciones, el establecimiento de centrales eléctricas nucleares para completar de manera paulatina a las hidráulicas y térmicas de tipo convencional».

Franco decidió poner en marcha el plan de Navascués sin tener todavía conocimiento del primer accidente nuclear grave de la historia, el de la central soviética de Mayak , en los Urales, que se produciría cuatro meses después, en septiembre de 1957, pero que además la URSS mantuvo en secreto hasta mediados de la década de los 70, cuando el Caudillo ya había muerto. Una tragedia que se produjo al explosionar un tanque subterráneo de almacenamiento lleno de residuos de plutonio en esta planta que había cerca de la población de Kyshtym, considerado en la actualidad el tercer peor desastre nuclear de la historia, después de Chernóbil (1986) y Fukushima (2011).

El recuerdo de Hiroshima

Cabe preguntarse Franco y su Gobierno habrían cambiado de opinión con respecto a nuestro desarrollo nuclear si hubiera trascendido aquella catástrofe que provocó una enorme nube radioactiva que se extendió cientos de kilómetros, que afectó a más de 250.000 personas y que provocó evacuaciones de población a gran escala.

Era, además, un momento todavía delicado de cara a la opinión pública, puesto que este tipo de energía aún se asociaba a las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945, que en agosto de 1945 acabaron con la vida de más de 220.000 personas y tuvo unas dramáticas consecuencias posteriores. «Seis kilómetros cuadrados y medio, o sea, el 60% de la extensión de Hiroshima, ha quedado reducido a la nada, como consecuencia de la bomba atómica. La nube de humo que se elevó sobre el objetivo después de la explosión tenía la forma de una seta y alcanzó hasta vez y media la altura del monte Everest, extendiéndose por completo durante más de doce horas sobre una vasta región», habría leído Franco en este diario tan solo una década antes.

Es probable que todo hubiera seguido su curso tal y como lo hizo, porque ya en 1952 se había producido otro accidente en la planta de Chalk River , en Ottawa (Canadá), tras fundirse parcialmente el núcleo, pero en aquella ocasión no se produjeron daños personales. Como prueba, baste mencionar que un joven Jimmy Carter participó en la limpieza de este y vivió durante décadas hasta convertirse en el presidente de Estados Unidos en 1977.

Las primeras centrales nucleares

Como todavía no se conocían las malas noticias (ni las buenas) con respecto a la energía nuclear, en febrero de 1957, tres meses antes del anuncio de Planell, Franco creó la Dirección General de Energía Nuclear dependiente del Ministerio de Industria. «Durante 1958 se habrá adquirido suficiente experiencia para decidir, con seguridad, el tipo de reactores más convenientes para España. Y es muy probable que en 1959 se suscriban los contratos para la construcción de las primeras centrales, las cuales entrarán en servicio en 1962», informaba también este periódico.

Franco en la inauguración de Garoña

Esta idea se venía fraguando en el régimen franquista desde una década antes. El objetivo era solucionar los problemas energéticos que padecía España desde hacía tiempo, sobre todo, tras los estragos que había sufrido el país durante la Guerra Civil y, más tarde, para hacer frente al suministro que necesitaba debido al crecimiento de la población tras la posguerra. Una tendencia que iba en consonancia con la de las principales potencias del mundo, que tras la Segunda Guerra Mundial se lanzaron a la búsqueda del aprovechamiento de la energía nuclear e inauguraron las primeras centrales: Óbninsk , en la URSS (1954), Calder Hall , en Gran Bretaña (1956), y Shippingport , en Estados Unidos (1957). La primera piedra de esta última fue colocada por el presidente Dwight D. Eisenhower.

Muy lejos quedaban todavía los terribles accidentes de Three Mile Island (Pensilvania, Estados Unidos), en 1979 y Chernóbil. Como recordaría años más tarde el mismo Navascués en el diario «Arriba», Franco tuvo «la previsión de comprender el enorme potencial del empleo pacífico de la energía nuclear y lo que esto podía representar en la solución de los problemas energéticos de nuestro país».

Zorita

En 1948 se creó una Comisión de Estudios. Era la primera semilla para la construcción de centrales nucleares en España, que comenzaría en 1965 con la de Zorita (en servicio desde 1968), en Guadalajara. Después continuó con otras nueve, de las cuales actualmente solo funcionan siete: Garoña (en servicio desde 1971), Almaraz I (1981), Ascó I (1983), Almaraz II (1983), Cofrentes (1984), Ascó II (1985), Valdellós (1987) y Trillo (1988). Las mismas cuya seguridad fue puesta en duda a raíz de la fuga radiactiva de Fukushima, en 2011, tras el terremoto y posterior tsunami que azotó Japón: «El debate siempre está vigente en el caso de la utilización de la energía nuclear y ahora es más necesario», declaró la entonces ministra de Economía, Elena Salgado .

El camino no fue sencillo. España tardó dos décadas desde que Navascues presentó su idea hasta que Zorita se puso en funcionamiento. En el recuerdo de los españoles estaba la destrucción que bomba nuclear había provocado en Nagasaki e Hiroshima y los programas armamentísticos de las principales potencias de mundo. Aquel fue su pecado original y su maldición, y en el Pardo no estaban dispuestos a despertar los fantasmas de la guerra de nuevo, aunque fuera solo por los daños que podía provocar la energía atómica, tal y como habían visto en Japón durante la guerra mundial.

Franco esperó a 1951 para crear también la Junta de Energía Nuclear (JEN), que se se encargaría de investigar y asesorar al Gobierno en todo lo relacionado con este campo tan polémico. Y, además, se convirtió en la responsable de la seguridad, la protección radiológica y la formación del personal que trabajaría en las futuras centrales.

«Espantoso dilema atómico»

La fecha clave en este proceso fue, sin duda, el 8 de diciembre de 1953. Ese fue el día en que Eisenhower pronunció su histórico discurso «Átomos para la paz» , en el que defendía el uso de la energía atómica con fines pacíficos y no militares. «El fin sería ayudar a solucionar el espantoso dilema atómico, a dedicarse en cuerpo y alma a encontrar el camino por el cual la milagrosa inventiva humana no sea dedicada a la muerte, si no a consagrar la vida», aseguró el presidente estadounidense.

Como gesto de buena voluntad, la Casa Blanca desclasificaba poco después gran parte de la información científica y tecnológica recabada por Estados Unidos. Hasta ese momento había sido empleada, únicamente, con fines militares. Y en 1955 firmaba un acuerdo de cooperación nuclear con España, según el cual Franco recibiría su primer reactor, el mismo que formaría parte de la central de Zorita, y una buena cantidad de uranio enriquecido imprescindible para el funcionamiento de la planta.

Para España, el desarrollo nuclear se convirtió en ese momento en una posibilidad real. Tanto que, en 1958, conseguimos desintegrar por primera vez un átomo . «Lo hemos hecho a pocos metros de la Puerta del Sol: en el reactor atómico experimental de la Moncloa», contaba ABC, que calificó el logro como «la culminación de la estrecha colaboración existente entre la Junta de Energía Nuclear y la General Electric Company con el programa “Átomos para la paz”».

La central de José Cabrera

España inauguró la central de Zorita, llamada José Cabrera, en plena época del desarrollismo franquista. Comenzó a funcionar 14 años después de que lo hiciera la central de Obninsk. «Esto abre las puertas a una nueva época de continuado y creciente suministro de energía [...]. Se encuentra en plenas condiciones de eficiencia y seguridad [...]. Los técnicos y empleados viven con sus familiares, en un confortable poblado y una hermosa residencia, a pocos centenares de metros», contaba este periódico el día de su puesta en funcionamiento , el 13 de diciembre de 1968. Un acto en el que el entonces ministro de Industria, Gregorio López Bravo, y Franco informaron también del avanzado estado de construcción de otras dos centrales: Vandellós (Tarragona) y Santa María de la Garoña (Burgos).

El dictador pronto tuvo que intercalar durante un tiempo la inauguración de todas estas centrales nucleares con la puesta en funcionamiento de otras presas y centrales térmicas. El régimen fue solventando poco a poco la creciente demanda de electricidad. En 1975, España ya era en la séptima potencia nuclear del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania Federal, Unión Soviética y Francia. Un año en el que también comenzaban las primeras protestas de los movimientos antinucleares, bajo el argumento de que esa energía era muy peligrosa, contaminante y cara.

«¿Son las centrales nucleares un peligro, como se afirma a veces, o es un estado de psicosis colectiva por falta de una información adecuada?», se preguntaba el diario «Informaciones», el 20 de junio de 1975. Y es que el debate fue cada vez más acentuado, sobre todo después del accidente de Chernóbil y, en octubre de 1989, el de la central de Vandellós, en Tarragona, después de un incendio que ocasionó importantes disfunciones en los sistemas de refrigeración del reactor y que llevó a muchos vecinos de las poblaciones cercanas a abandonar sus casas.

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