Coronavirus

La nefasta predicción en 1930 del culpable del cambio climático: «En cien años ya no habrá epidemias»

Los expertos en el medio ambiente coinciden hoy en que los inventos de Thomas Midgley en el primer cuarto del siglo XX, con los que se hizo millonario, causaron el agujero en la capa de ozono y causaron daño irreversibles en el planeta

Thomas Midgley, en una imagen de los año 30 del siglo XX

Israel Viana

Quizá Trump estuviese pensando en su compatriota Thomas Midgley (1889-1944) cuando, al comienzo de la crisis por el coronavirus en Estados Unidos, afirmó con mucha seguridad que esta pandemia no era más que «una gripe». Lo dijo hace casi dos meses, cuando ya había más de 120.000 infectados en 113 países. A lo largo de este tiempo predijo, con muy poco acierto, que «en abril el virus morirá con el calor» o «desaparecerá, como un milagro» , al tiempo que alentaba a la población a seguir trabajando, porque la economía era más importante que los estragos del Covid-19.

Es probable que el presidente americano haya leído alguna vez en su vida las previsiones hechas en el primer cuarto del siglo XX por el mencionado ingeniero mecánico y químico, hoy considerado por muchos expertos en medio ambiente como uno de los inventores más peligrosos de la historia. En particular, la que aseguraba que cien años después «las epidemias se habrán eliminado», entre otras profecía descabelladas. Sobre todo, en lo que a las pandemias se refiere, si tenemos en cuenta que Estados Unidos se acerca a los 400.000 positivos confirmados y ha superado ya los 10.000 muertos.

Lo publicaba el diario español «La Libertad» , el 24 de abril de 1935, con un titular bastante llamativo: «Cómo vivirá el hombre dentro de un siglo, según las profecías del doctor Thomas Midgley». En los párrafos siguientes aseguraba que «dentro de cien años se viajará entre los planetas, se trabajará un máximo de dos horas diarias y la vida humana podrá ser prolongada indefinidamente gracias a la eliminación de las epidemias y otras enfermedades graves». Algo parecido se puede ver en películas de ciencia ficción como «Elysium», protagonizada por Matt Damon y ambientada en el año 2159, donde hay máquinas que curan el cáncer en apenas unos segundos. Pero no parece que el hombre al que se considera responsable del agujero de la capa de ozono haya acertado mucho.

«Los toros parecerán mastodontes»

Las predicciones de Midgley, que en aquel momento era también presidente de la Sociedad de Química Americana, se recogían en un informe titulado «La química en el próximo siglo». En él defendía que en 2035 «ya no se emplearán cepillos de dientes ni toallas. Y, además, habrá pollos tan gordos como cerdos y huevos del tamaño de un balón de fútbol. Los cerdos serán más bien como vacas y los toros parecerán mastodontes». «En ese año –añadía el periódico citando al ingeniero estadounidense– su problema principal será cómo divertirse después de haber trabajado sus dos horas diarias. Y los campos de golf no serán suficientes tampoco, pues se habrán hecho pelotas tan buenas que de un golpe recorrerán dos kilómetros».

Puede que nos estemos precipitando, porque aún faltan 15 años para la fecha escogida por el doctor Midgley. Seguro que para entonces ya existirá la vacuna del coronavirus y la pandemia –al menos esta– estará absolutamente controlada. Pero a lo que no se refería este informe es a las creaciones que dieron fama (y muchos millones de dólares) al este ingeniero estadounidense en la primera mitad del siglo XX. Algunas de las cuales le han llevado a ser considerado hoy por muchos expertos en medio ambiente como uno de los inventores más peligrosos de la historia. Responsable, entre otras cosas, de la aceleración del cambio climático del que precisamente se burla también Donald Trump , que en noviembre anunció la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el clima y que en enero aprobó la mayor restricción de estudios de impacto medioambiental .

General Motors

¿Qué hizo Thomas Midgley para que se le responsabilice del agujero de la capa de ozono y dela aceleración del cambio climático que tanto preocupa hoy a la mayoría de naciones del mundo? En 1916 empezó a trabajar para General Motors, la empresa en la que alcanzó la reputación con su primer –y altamente nocivo– primer descubrimiento cinco años después: agregó un compuesto llamado tetraetilo de plomo a la gasolina de los automóviles para mejorar el proceso de combustión y eliminar la enorme vibración del motor y el ruido que generaba. Se trataba de uno de los principales problemas de los motores de principios del siglo XX y causa de que acabara rompiéndose a causa de los temblores.

Midgley descubrió que el tetraetilo de plomo –conocido con la abreviatura de TEL– eliminaba inmediatamente este problema cuando se añadía al combustible. Y, además, aumentaba su rendimiento y la velocidad del vehículo. Este tipo de gasolina salió al mercado en 1923, comercializada por General Motors bajo la marca Ethyl, junto a una serie de compañías petroleras y fabricantes de automóviles. Los millones empezaron a entrar y General Motors y Standard Oil formaron la Corporación Ethyl, que monopolizó su fabricación y venta.

Thomas Midgley se convirtió en vicepresidente y miembro destacado de la junta directiva, por lo que recibía cuantiosos porcentajes de los beneficios. Quizá por ello nunca mencionó la palabra «plomo» a la hora de comercializar el TEL junto a la gasolina. El ingeniero debía saber perfectamente los peligros de envenenamiento que provocaba este componente, que eran ya conocidos en la época.

Primeros envenenamientos

No tardaron mucho en aparecer los primeros casos de trabajadores de la corporación envenenados por su producto, pero Midgley y sus socios insistieron ante la opinión pública que este no era el causante. En octubre de 1924, en una planta experimental de Nueva Jersey, murieron cinco empleados y otros 35 más resultaron intoxicados. Sufrieron temblores y alucinaciones, algo que padeció nuestro protagonista al inhalar vapores de TEL y lavarse las manos con él en un intento de demostrar públicamente que su invento era seguro.

El ingeniero se tomó unas vacaciones secretas para curarse, mientras defendía que aquellos trabajadores habían muerto por no tomarse las precauciones adecuadas. Pero lo más preocupante es que su exitoso producto arrojó enormes cantidades de plomo durante décadas a la atmósfera y en muchos países que utilizaron la gasolina con plomo. Según David Rosner, historiador de la Universidad de Columbia citado por «History» , este episodio «presentaba, por supuesto, un dilema ético muy grande. Ya fuera porque Midgley se engañaba a sí mismo o porque mentía al mundo conscientemente. Daba igual si era realmente ajeno a lo que las generaciones futuras tendrían que enfrentarse».

El escándalo del TEL salpicó finalmente a la Corporación Ethyl, hasta el punto de que varios estados de Estados Unidos acabaron prohibiendo la gasolina con plomo. Pero luego se publicó un estudio de la United States Bureau of Mines, bajo presión de la misma compañía, que aseguraba que el TEL no suponía ningún riesgo para la salud ni para el medio ambiente. Este provocó que muchos países eligieran de nuevo esta gasolina como su combustible principal. Tal fue su crecimiento que en la década de los 70 se vendieron 370.000 toneladas al año en todo el mundo. No paró de crecer hasta la aparición de numerosos estudios sobre su toxicidad y su acumulación en la atmósfera en la década de los 90 y, con el cambio de siglo, fue finalmente prohibido por el Parlamento Europeo… cuando el daño ya estaba hecho.

Capa de ozono

Pero si esto les parece, deben saber que el invento de los clorofluorocarbonos por parte de Midgley igualó al daño ocasionado por la gasolina con plomo. Lo usó para mejorar la refrigeración en las casas, sin saber que también estaba destruyendo la capa de ozono. Esto no se supo hasta décadas después gracias a las investigaciones del científico mexicano Mario Molina, gracias al cual este compuesto químico es considerado hoy como uno de los más dañinos del planeta.

Llegó a este invento debido a la mala fama que tenía los primeros refrigeradores, puesto que «contenían éter y amoníaco, ambos altamente inflamables», explica Tom Jackson en «Cómo la refrigeración cambió el mundo y podría volver a hacerlo» (2015). El autor ponía el ejemplo de un modelo industrial expuesto en la Feria Mundial de Chicago, en 1893, que explotó y mató a 17 bomberos. «Las neveras domésticas, en cambio, usaban dióxido de azufre, que aunque no era inflamable, fue altamente tóxico durante treinta años. Las fugas de este gas acabaron con la vida de bastantes familias mientras dormían durante esa época».

Como consecuencia del peligro que representaba para las familias, la división de refrigeradores de General Motors, Frigidaire, acumuló pérdidas importantes y Midgley se puso manos a la obra. En 1928, encontró la solución: el clorodifluorometano o primer CFC del mundo. Un par de años después ya estaban vendiéndolo bajo la marca comercial de freón-12 y la multinacional multiplicó la venta de sus frigoríficos. «Hasta 1930, los gases empleados como refrigerantes eran tóxicos e inflamables y, además, de un elevado coste. Causaban muertes e incendios. Sin embargo, Thomas Midgley inventó el freón. Y con él, los aparatos refrigeradores se hicieron más ligeros y reducidos. Incluso era capaz de acondicionar el aire de los submarinos, hasta tal punto que la tripulación podía fumar dentro. Algo que antes estaba rigurosamente prohibido», aseguraba ABC en 1946 .

De los refrigeradores, el freón pasó a los aires acondicionados y, finalmente, a todo tipo de aerosoles con un éxito abrumados. Antes de morir, Midgley ya era multimillonario y los CFC se extendieron a otros miles de productos de uso cotidiano durante las próximas décadas. Hasta 1980 no se empezó a sospechar de los clorofluorocarbonos podían ser los causantes de la disminución de la capa de ozono. Nuestro protagonista murió en 1944 sin saber que era uno de los principales responsables de esta tragedia ambiental, ya que el freón-12 y otros CFC aún permanecen en la atmósfera, a pesar de que fueron prohibidos en el Protocolo de Montreal de 1987.

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