«La caricia de los pájaros negros de Hitler»: así se salvó Cibeles de la Guerra Civil

La diosa de la fuente más famosa de Madrid sufrió daños en su brazo derecho, su nariz y en el morro de uno de los leones por los bombardeos nazis y decidieron cubrirla en una especie de montaña artificial

Niños, en alto durante las obras de desescombro de la Cibeles en 1939, que estuvo protegida durante la Guerra Civil, nada más terminar la contienda Martín Santos Yubero
Israel Viana

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Viernes 15 de enero de 1937: «Las bombas alemanas no respetan ni los monumentos artísticos. La Cibeles ha sufrido la caricia de los pájaros negros de Hitler », informaba el diario « Ahora » en referencia a los daños sufridos por la diosa en su brazo derecho, su nariz y en el morro de uno de los leones. El periódico socialista incluída a la más famosa de las fuentes madrileñas, la misma que guarda el Ayuntamiento y en la que el Real Madrid celebra sus triunfos, entre las «víctimas» de la Guerra Civil . Medio año antes, en la madrugada del 27 al 28 de agosto de 1936, el cielo de la capital se había poblado por primera vez en su historia de trimotores que vomitaban bombas.

El primer ataque fue realizado por un Junker-52 pilotado por el oficial nazi Rudolf Von Moreau , que se haría tristemente famoso después por participar en el bombardeo de Guernica . A su lado, de copiloto, el capitán español Joaquín García Morato . Los primeros obuses cayeron desde 500 metros de altitud sobre la estación del Norte (actual Príncipe Pío) y el Ministerio de Guerra (ubicado en el Palacio de Buenavista, en la misma plaza de Cibeles). Las luces no se apagaron y las sirenas solo aullaron diez minutos después de finalizado el ataque, por lo que pilló por sorpresa a los madrileños. Víctimas totales: un muerto y varios heridos.

Un mes después, en octubre, hubo un cambio de estrategia y los Junkers alemanes comenzaron a bombardear Madrid de madrugada. De ahí que a los aviones germanos se les bautizara en primer lugar como «las burras de la leche», porque aparecían siempre al despuntar el alba, como los lecheros. En un primer momento se respetó la « zona neutral » por mandato expreso de Franco (el barrio de Salamanca), pero a medida que este se fue acercando a la capital, los ataques fueron cada vez más intensos y frecuentes. Los Junkers volaban en escuadrillas de tres aparatos, lo que les valió un segundo apodo por parte de la población: «Las tres viudas». Y como a menudo lanzaban bombas incendiarias sobre edificios históricos, el gobierno republicano ordenó que se protegieran algunos monumentos simbólicos de la ciudad. El más significativo era La Cibeles.

La Cibeles, en el momento es que se construía su muro de protección, el 4 de junio de 1937 Virgilio Muro

La famosa fuente se había terminado de construir en 1782 con el diseño es de Ventura Rodríguez . La escultura de la diosa y el carruaje, en mármol de Montesclaros (Toledo), fue obra de Francisco Gutiérrez , mientras que los leones, de Roberto Michel . Nunca antes había estado en peligro, ni cuando se encontraba ubicada en la calle Recoletos rodeada de árboles, ni cuando fue trasladada al centro de la plaza de Cibeles, que por aquel entonces llamaba todavía plaza de Castelar en honor del presidente de la Primera República.

En previsión de los posibles daños que podía sufrir, cinco días después de comenzar la Guerra Civil se había creado la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico. Su misión era proteger el patrimonio, inventariándolo y depositándolo en lugares seguros cuando era posible. Así, por ejemplo, se decidió trasladar las obras maestras de Museo del Prado tras el impacto de una de las bombas en la fachada del edificio. En 22 expediciones viajaron 391 pinturas, 181 dibujos y el famoso tesoro del Delfín. «El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas», llegó a decir el presidente Manuel Azaña a Juan Negrín .

«La linda tapada»

Pero como no todo el patrimonio se podía trasladar, se desarrolló también una importante labor pedagógica entre los milicianos, que al comienzo de la contienda ocuparon numerosos palacetes y edificios públicos, así como iglesias, que arrasaron sin miramientos. Fue entonces cuando se empezó a cubrir algunos monumentos. La Cibeles, con un cuidado especial, como el símbolo más representativo de los madrileños que era.

Trabajos para desenterrar a La Cibeles, en marzo de 1939 Virgilio Muro

Los trabajos con la fuente comenzaron a principios de junio de 1937. En primer lugar, se levantó alrededor de la diosa una estructura enladrillada de tipo piramidal. Este trabajo inicial lo retrató para ABC Virgilio Muro (1891-1967) en una famosa e inusual fotografía. «Sobre la estatua de la Cibeles se está alzando una gran muralla que la tapará por completo. La dejará camuflada y a salvo de los abuses fascistas que pretenden destrozar Madrid y todas sus obras de arte», anunciaba « La Voz del Combatiente » el 8 de junio de 1937. En un principio se dudó si dicha pared podría resistir el impacto de una de las bombas lanzadas por un Junker nazi, por lo que también se rellenó con sacos terreros y arena hasta formar una especie de montaña artificial en medio de la plaza.

El cambio en su aspecto llevó a los vecinos de la capital a bautizarla como « La linda tapada », un mote agridulce en tiempos de guerra, que este periódico recogió en una amplio artículo publicado el 4 de agosto de aquel año. El título: « Sin permiso del alcalde los madrileños han cambiado el nombre de algunas calles y plazas ». «Los cañones fascistas lanzan sus pepinos contra la población civil —decía—. Eligen con inaudita crueldad los sitios que suponen más concurridos para hacer carne con niños, ancianos, mujeres. Según su teoría, eso es la guerra totalitaria. Al atardecer de los fatigosos días estivales, la calle de Alcalá puede ser un “buen objetivo militar”. La diosa Cibeles, la más madrileña de las diosas, corrió un terrible peligro. Había que ponerla a salvo de los obuses y se la encerró en el espacio cóncavo de una cueva de ladrillos y sacos. Los bárbaros no respetan ni el arte ni la tradición. Al ver encerrada a la diosa en su trinchera, la masa popular, en una delicada muestra de cariño, la llama así: “¿No has visto a La Cibeles? ¡Es la linda tapada!”».

«Madrid, en guerra»

Hubo otros motes que hacían referencia a los obuses que caían sobre la ciudad. La Gran Vía pasó a ser la «Avenida del quince y medio» por el calibre de las bombas. La plaza de Neptuno comenzó a ser conocida como «Plaza del emboscado». Desde la plaza de Castelar a Atocha no quedó ningún dios o musa sin cubrir, por lo que ese tramo de la Castellana se convirtió en «El ocaso de los dioses». «Como nos hallamos en la zona de guerra, no hay modo de seguir adelante. Volvemos por el Arenal, camino de la calle de Alcalá. Llegamos a pie a la plaza de Cibeles. Una valla poligonal de ladrillo cubre el carro de la diosa y los robustos leones que lo arrastran. Solo el busto de la deidad pagana sobresale en lo alto, airada y airosa, como si lanzase sus anatemas divinos contra los autores infamados de la tragedla. Sobresale en lo alto, pero cubierta de sacos de tierra», contaba un redactor de « La Libertad » en un artículo titulado « Madrid, en guerra. La ciudad desconocida ». Y tres días más tarde, el mismo diario incluía en sus páginas un poema: « Romances de la libertad. La Cibeles, enterrada ».

En la misma jornada, el corresponsal del « Mundo gráfico » recogía el diálogo de dos madrileñas que había huido a Alicante ante el peligro de las bombas:

—Diga usted que esto es un paraíso, y aquello, un infierno del que tienen que salir.

—Y si es posible, que se traigan a Cibeles para que no la destrocen los obuses de fascistas.

El 1 de abril de 1939, los españoles escuchaban el último parte oficial emitido desde el cuartel general de Franco y difundido por la radio con la voz del locutor y actor Fernando Fernández de Córdoba. La imagen de la portada de ABC de ese mismo día estaba protagonizada precisamente por la Cibeles, en la que se veía a un grupo de madrileños desenterrándola. En realidad, los trabajos habían comenzado unos días antes, cuando la victoria de los sublevados era ya previsibles. La diosa salió intacta de los casi 1.000 días de una guerra que, eso sí, dejó cicatrices duraderas en la sociedad española.

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