Jesús Mariñas, entre el respeto y el desprecio

Cronista y protagonista de la vida social, el gallego creó un personaje que imponía miedo

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Jesús Mariñas GTRES / VÍDEO: EP

Antonio Albert

Para Jesús Mariñas , la clave de todo era el respeto. Respetaba el talento, la trayectoria, el trabajo bien hecho, el esfuerzo… Y a veces ese respeto, salpicado de honesta admiración, daba paso a una amistad que, sin embargo, no daba patente de corso a los protagonistas de la noticia. Si Jesús descubría un error, lo que consideraba un desliz, una metedura de pata, lo contaba con la seguridad de quien, además, tenía toda la información sobre el tema. Porque era un enciclopedia viviente, sí, pero era mucho más que eso: era parte de la historia, no solo un simple testigo y, por lo tanto, lo que contaba era lo que había vivido. Y lo que callaba, que era mil veces más oscuro, o no necesariamente aunque excepcionalmente valioso, era razón más que suficiente para entender que, si estallaba por algo, tenía razones que la razón de los otros no entendía. Y todo ello, su independencia y su conocimiento, a muchos les daba miedo.

Podía querer y admirar, y lo hacía, a María Teresa Campos o Rocío Jurado, pero si atisbaba un punto flaco en ambas estrellas, sacudía un latigazo con esa lengua que no necesitaba de extensas argumentaciones: le bastaba con un simple juego de palabras, un chiste o un titular irónico para clavar la daga más certera e infligir un daño que resultaba más doloroso cuanto más inesperado. ‘¿Cómo dice eso con lo que he hecho por él?’, sería el mantra de muchas de las ‘celebrities’ arponeadas por Mariñas. O, como le escribió la Campos en un mensaje, «Al final, quien más te dice que te quiere, te falla». Y es que el gallego no se cortó un pelo cuando María Teresa regresó a Telecinco tras su marcha a Antena 3: esa «bajada de pololos», como la definió, era una más de las muchas críticas que le regaló a la madre de Terelu y Carmen Borrego, hacia quienes mostraba mucha menos compasión. Tal vez porque, en su caso, el respeto también era menor.

«Rocío era un personaje aparentemente encantador con muchas artistas, perdida por sus contradicciones no asumidas, quizás por su propia sexualidad. Las estimulaba, las alimentaba y las creaba, posiblemente porque no le interesaba dar a conocer cuál era su verdadero yo. Daba la imagen de mujer imponente, cuando realmente era tímida e insegura». Así describía a la Jurado en sus memorias. Pero el periodista extendió su aguijón hasta Rocío Carrasco, cuyo matrimonio con Antonio David Flores tanto denostó, a quien acusó de hacer de su docuserie «un montaje previo pago». Incluso en el hospital, con la enfermedad avanzando inexorablemente, Jesús siguió haciendo de las suyas, llamando ‘gafe’ a Fidel Albiac, También le dedicó un ‘bobalicón’ a Luis Medina por su escándalo con las comisiones.

Pero la Campos y la Jurado no fueron las únicas ‘amigas perjudicadas’. Tanto en sus crónicas, colaboraciones en radio y televisión como en su libro, ‘Jesús por Mariñas: Memorias desde el corazón’, el periodista atizó a Sara Montiel, de quien destacaba su desapego por sus hijos, Zeus y Thaïs , o Concha Velasco, a la que no dejó en buen lugar por su vida sentimental: «No mostró inquietudes y sí una especie de resignación y recogimiento -con Paco Marsó- , consciente de que nada volvería a ser como antes». Sin embargo alabó la decisión de la actriz de mudarse a una residencia porque «es mejor prevenir lo que pueda pasar (…) Es una modelo a imitar por lo que tiene de estimulante. A ver si marca época y crea escuela». Ya ven, una de cal y otra de arena. Lo que hace el respeto. Aunque de sus memorias salieron indemnes Carmina Ordóñez y Cayetana de Alba, tal vez porque su ausencia ya era bastante castigo.

Hubo un caso en el que vivió el proceso a la inversa: primero llegaron las críticas, algunas crueles sobre su físico; luego la admiración eterna y un amor incondicional. Montserrat Caballé fue la diva que le conquistó: «No era amistad, era hermandad. Porque las cualidades que tenía solo las tenía ella. Era única, no solo como ser humano sino como una hermana», le confesó al periodista Andrés Guerra. Si la Caballé estaba en la luz, en el lado oscuro debemos situar a Karmele Marchante, su némeris televisiva, con quien tuvo polémicos encontronazos: «¡Que te calles, Karmele!» sería hoy, sin duda alguna, un popular meme. Los conductores del programa ‘Tómbola’ contaban mil y una anécdotas de los tensos viajes que ambos hacían juntos a Madrid, hasta que la producción del programa tomó medidas. Recuerdo a Jesús contando alguna, realmente desquiciado por la actitud de la colaboradora. Deseoso de cerrar etapas y heridas, Mariñas accedió a un reencuentro con su ex compañera en ‘Espejo Público’. Al saber la noticia de su muerte, Karmele ha publicado un tuit: «Acabo de enviar un mensaje muy cariñoso a Elio Valderrana , al que me ha unido siempre un vínculo de amistad».

Por el camino de Jesús Mariñas en el mundo rosa quedaron sonadas exclusivas, como la de Encarna Sánchez, cuya sexualidad quedó expuesta para disgusto de Mila Ximénez, o cuando destapó que la madre de Marina Castaño ‘coló’ una cámara de fotos en la boda con Camilo José Cela para hacer negocio. Al Nobel no le hizo ninguna gracia y le arreó un guantazo al grito de ‘¡Prepárate que te voy a a dar un regalo! ¡Yo no vivo de esto!» en plena fiesta con Jesús Gil. Mariñas no tenía miedo a nada que tuviera que ver con sus noticias: «¡Joder, Camilo! Está bien que me hosties, pero no me que mojes», cuando Cela le intentó arrojar a la piscina. Y si había que ir a los juzgados, se iba. Así ganó en 2018 a Cayetano Martínez de Irujo la querella que le interpuso por intromisión al honor. Al final, el honor intacto fue el del periodista, que hizo que el aristócrata pagara hasta las costas.

Mariñas supo construir un personaje. Con sus camisas coloridas y las gafas colgando, los brazos cruzados y la retranca desatada, lo mismo era una estrella en pantalla que un currito en un ‘sarao’, micrófono en ristre. Era más famoso que muchos de los personajes que acudían a ‘Tómbola’, pero eso le traía al fresco. Si respetaba al invitado, le prestaba la atención suficiente como para, llegado el caso, criticarle: al fin y al cabo, criticarle era darle sus minutos de gloria. Ahora bien, si lo que sentía era desprecio, en ese caso, ni agua, tan solo una fría displicencia. La que merecían las mamarrachas y mamarrachos.

«El tiempo, que siempre da la razón, me la ha dado, claro».

Jesús Mariñas

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