Carta de amor a los abuelos

Pedro Molino, tutor de la Universidad de padres, dedica este homenaje a los mayores que viven confinados

S.F.

Os escribo estas palabras para reconoceros aunque no os conozca: a los que resistís solos o en pareja en vuestros hogares, o en la congoja colectiva de una frágil residencia de ancianos; a quienes mantenéis la fortaleza por haber luchado denodadamente durante toda vuestra vida y a quienes, por desgracia, ya no podrán leerme porque han fallecido en estos tristes días del confinamiento sin merecer un entierro digno, arropado adiós sentimental, entre su familia y amigos.

Nunca creímos, aunque lo hubiésemos imaginado en libros y series de ciencia ficción, que un enemigo imperceptible, tan pequeño, pudiese poner en peligro real y tan de repente la vida de tantas personas como ya ha matado y aún matará. Atacando la salud de la humanidad y poniendo en jaque la urdimbre so cial y económica de nuestra época, los pilares de nuestra convivencia presente y futura. Urgiéndonos a encerrarnos en nuestra casa para preservarnos y preservar a los demás de esta terrible amenaza, invitándonos a repensar profundamente nuestra escala de valores.

Queridos mayores, abuelos, comprendo vuestra lógica tristeza y vuestro miedo. Sé que vivir desgasta el cuerpo y, demasiadas veces, también el alma. Resquebraja corazas y corazones, ilusiones mantenidas y certezas. Sé que es fácil en estos días, en los límites impuestos de vuestro hogar, embriagarse de tristeza, caer en el mareo indeseado de las ideas obsesivas, pensar que este no debiera ser el final de vuestra digna historia.

Espero que ese miedo no se transmute en bloqueo ni en odio, sino en fe y comprensión interior y social. Por eso, yo os invito a resistir, porque si alguien sabe de lucha y supervivencia sois vosotros. Somos, me incluyo por edad y fragilidad, «población de riesgo», pero también héroes de innumerables batallas y los héroes nunca se rinden.

Pensad en la supervivencia de vuestra familia, en la energía de sentir que vuestro amor da sus mejores frutos en vuestros hijos y en vuestros nietos, que sois las raíces, el tronco o las ramas del árbol centenario de un hermoso bosque familiar y social.

Especialmente, conectad con la emoción que os brindan vuestros nietos, con su sonrisa y su dosis de alegría cuando los veis y escucháis tras la pantalla de un móvil o de un ordenador. No hay literatura que recoja la maravilla de narrar cómo los niños salvan cada día a sus abuelos de un malvado con corona esférica de villano, queriéndolos en la distancia sin poderlos abrazar.

Devolvedle a los hijos de vuestros hijos, en esos diálogos tan lejanos como íntimos, el niño que todo adulto lleva siempre dentro. Ofrecedle un gesto inédito cada dí a que les sorprenda: una poesía liberada del papel, un cuento breve que no se esperen, un juego posible o imposible, una adivinanza o un trabalenguas que les haga pensar, un recuerdo de vuestra propia infancia, un caramelo imaginario de esperanza o un reto para los días libres que pronto llegarán. No se trata simplemente de entretenerles, sino de educarles en el sentido de la vida y de la dignidad humana.

Regaladle palabras de amor, valores y actitudes para creer en lo mejor de una sociedad mejorable de la que ellos serán protagonistas. Esa sociedad que ahora lucha heroicamente desde los hospitales, desde la seguridad o el abastecimiento, desde los laboratorios de los científicos, desde la inmensa responsabilidad de los gobiernos y las empresas, desde el campo a la educación, y desde los propios hogares, colaborando todos por el fin de esta dramática crisis.

Yo solo os puedo dar este abrazo simbólico de palabras —nunca los abrazos fueron tan prohibidos como valorados hoy—. Es un humilde gesto de un amigo desconocido para reconoceros, para agradeceros y para desearos, sinceramente, mucho cariño, salud y suerte.

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