Día contra el Trabajo Infantil

«Antes pensaba que mi vida sería siempre una basura»

Cuando la formación impulsa la trayectoria de los «adultos en minuatura»

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«Antes pensaba que mi vida sería siempre una basura», asegura Augusto, un joven brasileño de 14 años que lleva trabajando desde los 10 para ayudar a su familia a sobrevivir. «Vendía refrescos en la playa a los turistas. Me levantaba temprano y llegaba a casa de noche. Las jornadas eran agotadoras. Y, todo para ganar unos pocos reales». Hoy Augusto tiene otra vida. Estudia en uno de los colegios salesianos de Brasil y se está formando para ser electricista. «Nunca imaginé que pudiera estudiar y que yo pudiera elegir mi profesión. Hoy sé lo que quiero y tengo una meta», añade el joven.

La historia de Augusto es una vida de esfuerzo, superación y final feliz. Sin embargo, según datos de la Organización Internacional del Trabajo, unos 120 millones de niños de 5 a 14 años de edad se encuentran en situación de trabajo infantil (168 millones si se amplía la edad hasta los 17 años).

La principal razón de que los niños no disfruten de su infancia está en la pobreza, la escasez de trabajo decente para los adultos, la falta de protección social, los conflictos, las desigualdades, la tradición, la demanda de obra de mano barata… y la incapacidad para asegurar la asistencia de los niños a la escuela hasta la edad mínima legal de admisión al empleo.

Hoy, Día contra el Trabajo Infantil, se quiere centrar la atención en la importancia de una educación de calidad como un factor clave en la lucha contra esta situación que afecta a tantos millones de niños. «Se trata de una cifra que, aunque se va reduciendo poco a poco en los últimos años, no podemos estar satisfechos porque el lugar que les corresponde a estos pequeños son la escuela y el patio», explica Ana Muñoz, portavoz de Misiones Salesianas.

Tras las cifras se esconden historias reales de infancias rotas. Rostros de niños y niñas que nunca han preparado una mochila para ir al colegio. Kofi tiene 9 años y es beninés. Todos los días se levanta a trabajar en el mercado de Oando en Porto Novo. Trabaja como porteador de mercancías y nunca ha pisado una escuela. Lo mismo le ocurre a Bala, que tiene ocho años y trabaja todo el día haciendo ladrillos en una fábrica de Passor (India), como lo hacen alrededor de 60 millones de menores indios. Bala hace 250 ladrillos cada día con sus manos y le pagan menos de un céntimo la pieza. Pyalo acude a la puerta del colegio cada día, pero para dejar a los niños de la familia donde trabaja. Es una de los miles de niñas bonne que son vendidas a familias ricas como esclavas domésticas en África. «Es normal que las familias de las zonas rurales más pobres vendan a sus hijas por unos francos. Tener una niña bonne es muestra de estatus y está totalmente aceptado por la sociedad», explica Patricia Rodríguez, responsable de Proyectos de la organización.

Kofi, Bala, Augusto, Pyalo… son solo algunos nombres, pero hay millones de niños que trabajan en la mina, basureros, en plantaciones agrícolas, en fábricas textiles… Trabajos que nos les permiten ir al colegio ni tener una infancia. Además, los niños y niñas son trabajadores silenciosos porque desconocen sus derechos y difícilmente se revelan.

Las consecuencias para los menores son muchas. «Las largas jornadas y los pesos que tienen que acarrear producen malformaciones y enfermedades crónicas en cuerpos que no están preparados para ello. A ello se suman la baja autoestima e, incluso, la depresión. Son niños y niñas tratados como adultos en miniatura a los que no se les permite vivir su infancia con alegría», explica Muñoz.

Protagonistas de sus vidas

Desde Misiones Salesianas se oponen a que «los niños y niñas realicen pequeñas tareas domésticas o actividades que apoyen la economía familiar». Sin embargo, «estamos en contra del trabajo infantil y sus peores formas de explotación», explican. Para ello, cuentan con programas y espacios donde los niños trabajadores pueden acudir para dar clases de alfabetización, cursos de formación… Lugares donde puedan sentirse acogidos y protegidos. Es el ejemplo de los centros cercanos a los «campos de ladrillos» en la India o la Escuela Acelerada para Niños Trabajadores de Porto Novo o los Foyer, centros de acogida, en países de África o el Centro Don Bosco de Medellín, donde acogen a niños y niñas que han trabajado en la minas o con el programa Aprendices en Brasil.

La educación y la formación de los niños y niñas es la prioridad para los misioneros salesianos, ya que son la clave para que los menores sean protagonistas de sus vidas y rompan con el círculo de la pobreza.

En esta misma línea se manifiesta Marisa Caprille, presidenta de PSE Por la Sonrisa de un niño, una ONG que trabaja en países como Camboya. Ayer mismo explicaba en la celebración del XIII Congreso de la Fundación mashumano que «recogemos a los niños literalmente de la basura. Gracias al apoyo de cientos de jóvenes voluntarios procedentes de España y del resto de Europa logramos rescatar a niños de estas condiciones. Durante los meses de verano vamos allí y los voluntarios les atienden. Empezamos con 20 niños en situaciones límite. Actualmente son 7.000 los pequeños a los que coordinamos para educarles y hacerles saber lo importante que es la formación para cambiar la trayectoria de sus vidas. Les ofrecemos la oportunidad de que consigan una formación universitaria y les ayudamos a buscar un trabajo digno».

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