Clarissa Bronfman
Clarissa Bronfman - ISABEL PERMUY

Clarissa Bronfman, la heredera caraqueña que diseña joyas

Está casada con el dueño de la famosa ginebra Seagram's, pero lo suyo son las gemas

MADRID Actualizado: Guardar
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Desde Oprah Winfrey hasta Sarah Jessica Parker, son muchas las celebrities que lucen las joyas de la venezolana Clarissa Bronfman. Las ventas de sus piezas son siempre una cita secreta, a la que pocas, muy pocas, tienen acceso. Las convocatorias son en casas particulares, con una contraseña secreta que abre las puertas a un grupo reducido. Lo hacen así para que las clientas se sientan cómodas y únicas.

Justo antes de Navidad, Bronfman hizo escala en Madrid para enseñar sus creaciones a la jet set vernácula. Vino de la mano de su amiga, la diseñadora Carolina Herrera , que le organizó dos encuentros con mujeres muy top, muy discretas, muy guapas y muy ricas.

La cita con ABC fue en un piso que abre sus balcones sobre el Jardín Botánico de Madrid, justo antes de que llegaran las clientas.

Clarissa apareció vestida de negro y descalza en los salones, decorados con una magnífica colección de arte contemporáneo. Era la primera vez que venía a España en este plan. «Yo, realmente, iba a Londres a buscar a mi hija y en el trayecto me reclamaron para que pasara por aquí a enseñar las piezas. Soy de las que creen que todo pasa por algo», dice.

Su familia política, los Bronfman son una de las más ricas e influyentes de América y su marido, Edgar Bronfman, al frente de la firma familiar de bebidas Seagram’s, es además productor de cine y de teatro. Clarissa, nacida en Venezuela, es fotógrafa y madre de cuatro hijos. Además ha colaborado en la dirección y el patronato del Carnegie Hall y con el MoMA en distintas actividades culturales y filantrópicas.

Sobre la mesa del comedor hay estuches con piezas de todos los tamaños: brillantes, piedras semipreciosas, zafiros. «La idea es que no sean muy costosas, no soy joyera ni quiero hacer alta joyería. Se trata de poder ponértelas con jeans o para un cóctel». Todas ellas tienen una simbología en la que se combinan imágenes religiosas y esotéricas. «Pienso en la tolerancia. Muchas de mis piezas llevan cruces, símbolos islámicos o judíos, una mezcla de todas las religiones. Me gusta personalizarlas e incorporarles cosas mías, darles un nombre y que sean diferentes pues a mis clientas no les gusta que alguien tenga su mismo collar».

Empezó en Londres hace un año y medio. Estaba allí viviendo y, casi como un juego, hacía cadenas para amigas, buscaba piezas raras en las casas de segunda mano o en la subastas. Todas sus cadenas tienen nueve charms, 5 suyos personales y 4 encontrados y a dos de ellos las coloca en los extremos. «Es casi un ritual mágico y es interesante pues cada persona se siente identificada con ellos». No son especialmente caras, aunque tampoco salen baratas. Y así, por ese enorme piso de Madrid, pasó lo más trendy de la capital, desde Naty Abascal hasta Margarita Vargas. Tampoco podemos desvelar todos los nombres. El tema está entre el secreto al oído y la máxima discreción, pero los collares polivalentes se vendieron a más de 5.000 euros.

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