Chiquito de la Calzada, el gran «influencer»

A Gregorio Esteban Sánchez Fernández, Chiquito para el siglo, lo imitó todo el mundo porque no imitaba a nadie

JESÚS LILLO

Luego vino el llamado «humor inteligente», una forma muy simpática de hacer política -todo a la izquierda- impregnada de sectarismo, materia oscura y mala baba, una función de ocurrencias perecederas y desechables que de la tele pasaron a articular el lenguaje de unas redes sociales en las que hoy se muere uno de risa y de vergüenza. El humor de Chiquito de la Calzada, en cambio, era de una pureza absoluta, una abstracción inalcanzable, como un lienzo de Rothko. Su humor, inspirado en esa perversión lingüística que tanto se prodiga y tolera en Andalucía, donde casi todo se entiende, ni siquiera era blanco. Era transparente, inexplicable. Sus chistes eran malos y viejos, pero arrebatados, contrahechos a partir de unas expresiones alucinadas, un rapto de locura que España asimiló a mediados de los años noventa para liberarse de no sabemos bien qué. Del Rey Juan Carlos abajo, ninguno quedó al margen del contagio. Aquello sí que fue un viral.

A Chiquito de la Calzada lo contrataron un verano para matar el rato en la tele y se quedó para siempre. Apareció de actor secundario en uno de esos programas que ahora se denominan talent shows, en los que a estas alturas todo se calca y despersonaliza y donde el talento se mide en función de la capacidad de mímesis de unos aspirantes tan conservadores como la industria que los adiestra y malea, para improvisar una actuación cuya esencia fue el desvarío, sacado de la fe en sí mismo -nada que perder- y de la desvergüenza que le ayudó a sobrevivir en el submundo del espectáculo hasta pasados los sesenta años. A Gregorio Esteban Sánchez Fernández, Chiquito para el siglo, lo imitó todo el mundo porque no imitaba a nadie. Quedan sus cosas, patrimonio inmaterial de una España más desprendida y exigente que la actual, y su carrera, modelo laboral para quienes entienden la vida como un talent show en el que todo se toma rápido y prestado. Chiquito, a sus años, sí que fue un influencer.

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