John Bercow y Sally Bercow
John Bercow y Sally Bercow - afp

Tragicomedia adúltera en la cúpula del parlamento inglés

«Siempre he sido una esposa terrible», lamenta la mujer del presidente de los Comunes tras un sonado adulterio con un primo de su marido

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Aunque sucede en el epicentro del poder británico, es todo tan rocambolesco que resulta una amena comedieta bufa. Sally Bercow, de 45 años, se casó en 2002 con el político conservador John Bercow, de 52, y son padres de tres hijos, el mayor de diez años. Pero la rubia y alta señora Bercow acaba de ponerle los cuernos por todo lo alto a su pequeño marido, que es el speaker de la Cámara de los Comunes –el equivalente a nuestro presidente- desde hace seis años. La prensa amarilla ha desvelado que mientras el esforzado Bercow hacía millas en la campaña electoral para ser diputado por Buckingham –lo que logró-, ella invitaba a mudarse a su vivienda de Battersea, frente al Támesis, a Allan, de 57 años, un primo hermano de su marido, con quien compartía aficiones beodas.

A la semana de adulterio en Battersea, Allan, un abogado, también casado, estaba de vuelta con su mujer, tras unas cuantas broncas con Sally. Pero la prensa destapó la aventura, que hoy es el cachondeo de Inglaterra, sobre todo por la extraversión de Sally: «Siempre he sido una terrible esposa. No soy buena para el matrimonio», ha confesado entre lagrimones a las puertas de su casa de Battersa, valorada en 1,2 millones de libras, y apoyada en unas muletas, fruto de un accidente de esquí.

Sobre su marido, el presidente de la Cámara, Sally dice que «es una gran persona». Pero no parece tener demasiadas ganas de volver con él: «No es un hombre débil, lo que pasa es que sabe perdonar. El problema es que yo no estoy segura de querer ser perdonada». Y es que no se apea del todo de Allan: «Ha sido un gran amigo y lo sigue siendo. Me ha dejado el corazón roto».

Ella reconoce que su matrimonio hacía aguas desde hace meses y lo achaca a la obligación de vivir en el Parlamento, donde tiene sus apartamentos el speaker. Habitar allí le resultaba «insoportable, con todos esos retratos de políticos del siglo XVIII por los pasillos y los controles de seguridad». Alega que durante seis años le pidió a John inútilmente que se fuesen a vivir a su propia casa, en Battersea, frente a Chelsea y el río. Al final lo hizo ella, llevándose a sus tres hijos… pero luego vino Allan de visita con el vino y pasó lo que pasó: «Se hicieron novios por su aprecio mutuo por el vino, él la instruyó», explica en el «Daily Mail», el tabloide que levantó la historia, un amigo cotorra con bastante colmillo. Otros dicen que llevaban ya un año juntos.

Sally, anatómicamente una inglesa típica, alta y de ojos claros, ya había dado grandes espectáculos anteriormente. En una ocasión posó cubierta con solo una sábana para un periódico gratuito londinense, en pose insinuante y con las casas del Parlamento al otro lado del río. En la entrevista aseguraba que «el poder es afrodisíaco».

También participó en una edición del Gran Hermano británico para famosos, donde fue la primera en ser expulsada. A su marido, ese santo varón llamado John Bercow, aquello no le hizo nada de gracia. Ella alegó que buscaba recaudar dinero para su asociación de ayuda a personas con autismo, el trastorno que aqueja a su hijo mayor, y dice que destinó a esa buena causa los 180.000 euros que ganó en el programa.

La alegre Sarry, de buena familia, se formó en Marlbourgh, el mismo colegio de élite para mujeres al que también acudió Samantha Cameron. Luego intentó Teología en Oxford, pero duró dos años y se dio de baja. Poco se le pegó poco de tan refinadas instituciones educativas. En 2009 le dio otro susto a John con unas declaraciones en las que comentaba que había tenido sexo casual con desconocidos estando beoda. También fue polémica una foto besándose en la boca con un bailarín, un artista negro y corpulento.

John Bercow, de origen judío rumano, cuya familia llegó hace cien años a Inglaterra, es un hombre de gran inteligencia, hecho a sí mismo. Hijo de un taxista, fue también el campeón de tenis junior de Inglaterra, pero unas fiebres frustraron su crecimiento y lo tuvo que dejar. Es de corta estatura y al lado de la rubia y alta Sally componen una pareja curiosa.

Como en esta historia no falta de nada, también ha salido a la palestra la mujer de Allan, la abogada Erica Scott-Young. Ambos son padres de un hijo y ella se muestra dispuesta a perdonar los lances adúlteros de su marido. «Esas cosas pasan en muchas parejas y hay que mirar adelante». Erica ha puesto verde a Sally: «Yo no voy a ser una puta mediática como ella», ha declarado a la prensa. Pero Sally, esta vez con buen tino, ha señalado que es incongruente lo que dice con el hecho de que ella también está rajando en los medios. Además, la adúltera añade que algo de culpa tendrá también Allan, «porque dos no bailan el tango si uno no quiere».

John, que la semana que viene sabrá si es reelegido speaker de la Cámara de los Comunes otra legislatura más, sigue viviendo en el Parlamento y guarda silencio sobre el culebrón que rodea a sus venerables canas.

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