El teatro sale al escaparate

El 5 de Velarde, en Malasaña, acoge propuestas escénicas con un formato único e innovador para «mostrarlo a la calle»

Fachada de El 5 de Velarde, rodeada de gente tras acabar una de las funciones MAYA BALANYA

Mónica Gail

En el número 5 de la calle de Velarde, en el heterogéneo barrio de Malasaña , la función acaba de empezar. Se apagan las luces y tan solo unos focos iluminan a la actriz. Los viandantes, sin entender nada, se preguntan qué están haciendo ahí dentro.

El rótulo «Escenas de Escaparate» que lleva años decorando la fachada de El 5 de Velarde fue la mejor excusa para desarrollar una propuesta teatral novedosa, diferente y única. El pequeño local acoge varias funciones de apenas 15 minutos que se enorgullece de su «condición de poder mostrar el teatro a la calle». La clave es el escaparate. A través del cristal, se hace partícipes de la obra a los que caminan ajenos a la magia que se produce en su interior .

Soledad, Carlos, David, Damián y Tomás, cinco compañeros que comparten la misma vena artística –todos son gente de teatro–, siguen la «filosofía de mostrarlo hacia afuera y los actores lo aceptan como parte del juego». Ellos son los responsables del nacimiento de este local de microteatros , que apenas tiene un año de vida. En realidad, Soledad lleva seis años con el establecimiento, que después de ser un taller de vestuarios cerrado al público, pasó a ser una combinación entre taller de costura creativa y espacio de acogida para proyectos escénicos. «Como Malasaña, que es todo una mezcla», comenta la propietaria y actriz.

Quizás es precisamente por su ubicación que este negocio encandile a los vecinos : «Es algo que se acepta perfectamente por el tipo de barrio; como aquí conviven tantas cosas, es tan diverso, la gente lo acoge muy amablemente. Ha sido lo mejor que hemos hecho», asegura a este periódico Soledad.

Al principio, comenzaron con producciones propias, pero pronto ampliaron la programación cuando las compañías comenzaron a interesarse por el espacio. Mantienen la convocatoria permanentemente abierta: «Vamos recibiendo propuestas y, según veamos el mes en el que encaja una cosa u otra, vamos programando», explica la dueña, que lo organiza por temáticas. Por ejemplo, por el Día de la Mujer o por el Orgullo Gay .

Los actores realizan un doble esfuerzo, pues todo lo que suceda en la calle tienen que aprovecharlo para incluirlo en su actuación: «Trabajan en 360 grados, atentos a lo que sucede fuera». La gente, la luz, los ruidos... Todos los factores del exterior se incorporan a la obra.

«Emboscada teatral»

Soledad dice que se forma una especie de «triángulo» –escenario, escaparate, público–, que constituye toda una experiencia: «Desaloja la intimidad de ver teatro, porque los espectadores están viendo ver; y los actores deciden que los vean mirar». Además, destaca esa espontaneidad de la gente que se topa con la función casi sin querer: «Es como una emboscada teatral, porque de pronto se paran, pero no entienden bien lo que sucede... Algunos entran a preguntar qué vendemos; otros, a veces, te dicen: ‘Uy, qué calor, ¿me puedo quedar un rato?’».

Las obras de teatro se alternan los viernes, sábados y domingos, incluso algún miércoles y jueves . «Algunas están planteadas para que comiencen fuera y acaben dentro; otras obras son para un solo espectador, es decir, la gente la percibe desde fuera pero solo entra una persona de público. También tenemos un sótano, así que algunas empiezan ahí y acaban arriba». Pero mostrar las obras a través del escaparate no es una norma. De vez en cuando, bajan las cortinas negras del gran ventanal de cristal «si es una obra más íntima y no se quiere que se vea».

Las variadas funciones se repiten la misma noche dos o tres veces. Es necesario reservar, pues son pocas las plazas –el aforo máximo es de 25 personas–, pero no dejan que nadie se quede con las ganas: «Cuando vemos que hay gente que llega, lo ve y quiere entrar, decidimos hacer otro pase sobre la marcha».

Taquilla inversa: un riesgo

«Hacemos taquilla inversa», cuenta Soledad. Es la gente quien pone el precio –excepto en contadas ocasiones, en las que la entrada es de 5 euros–. Esto supone «un riesgo, porque todavía la gente no sabe valorar bien lo que es un trabajo artístico ». Sin embargo, no se arrepienten porque aseguran que les está dando «muchas alegrías».

Aquí no se deja nada al azar, salvo cuando toca improvisar. Un farol «holandés» luce junto a la puerta. «Cuando está de color rojo es porque estamos ensayando; si está en azul, hay función». Hace referencia a Ámsterdam, cuando en los burdeles, las chicas cierran la cortina y encienden la luz, lo que significa que están con un cliente. «Tiene un punto teatral».

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