El Dos de Mayo de Cifuentes: una fiesta en plena catarsis institucional

La dirigente preside el Día de Madrid en mitad del terremoto por la operación Lezo, pero ya con el control total del PP

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Cristina Cifuentes tenía apenas 20 años y ya era representante de los alumnos de la facultad de Derecho de la Complutense. Con apenas 27, llegó como diputada a la Asamblea de Madrid, y ahí se paró. Era una chica rubia, guapa y con una eterna sonrisa. No parecía que hubiera mucho más. Treinta años después, mantiene un envidiable aspecto y el mismo buen talante, pero en alguna parte del camino consiguió darle un giro crucial a su carrera política. Ahora, es la mujer más poderosa del PP de Madrid, una de las baronesas de más peso en su partido, y ha encarado la mayor lacra del PP, la corrupción, como ningún otro dirigente conservador ha hecho, en una apuesta cuyo final es todavía imprevisible.

Aunque toda su vida ha estado dedicada a la política activa, en realidad a Cifuentes la sacó del anonimato la decisión de Rajoy de nombrarla delegada del Gobierno en Madrid en 2012. Entonces puede decirse que saltó a «primera división». Un ejemplo basta: cuando llegó, su cuenta de Twitter tenía unos 18.000 seguidores; ahora, cinco años después, supera los 200.000.

Con la catapulta de un cargo de naturaleza discreto pero que ella y su equipo convirtieron en un trampolín mediático, el siguiente escalón que subió fue el de ser candidata a la Presidencia de la Comunidad de Madrid, un puesto que quedó vacante al decidir la dirección popular que no contarían con Ignacio González, que entonces ocupaba el sillón de la Real Casa de Correos.

Ella y Aguirre se convirtieron en el ticket madrileño, pero mientras Cifuentes logró –por los pelos– conservar el Gobierno regional –1.050.256 votos y 48 escaños, suficientes sólo gracias a la colaboración de Ciudadanos–, Aguirre se equivocó en su campaña y acabó perdiendo el control sobre la capital deEspaña.

Gestora

La siguiente meta de Cifuentes fue controlar también el partido en Madrid. Y a ello se aplicó desde que, en febrero de 2016, Aguirre dimitió de la presidencia regional del PP. Cifuentes entonces presidió la gestora que se hizo cargo del partido, e inició una carrera que la llevó por decenas de municipios y distritos madrileños, abonando el terreno para el congreso regional que ha terminado convirtiéndola en la baronesa popular de Madrid sin la menor sombra de duda sobre su liderazgo.

Si con esta maniobra el aguirrismo quedaba fuera de juego, la detención y encarcelamiento de Ignacio González por presuntos delitos de corrupción ha precipitado el desenlace definitivo. En efecto, la investigación judicial contra González, alimentada por información facilitada desde el Gobierno regional, ha acabado forzando la dimisión de Aguirre –por su implicación personal con quien durante décadas fue su hombre de confianza y hoy duerme en la cárcel de Soto del Real– y ha despejado el camino a esa «nueva etapa» del PP de la que Cifuentes habla ya con toda naturalidad.

Limpieza institucional

Un partido, el PP de Madrid, que lucha por desligarse de los escándalos de corrupción que le han sacudido durante años. Cifuentes aseguró, en su último Comité Ejecutivo Regional, celebrado hace sólo una semana, que su objetivo era «limpiar las instituciones». Parece dispuesta a tirar de la manta incluso aunque a más de uno le suponga comenzar a tiritar, porque «es necesario apurar esta catarsis para poder seguir adelante».

Con ella, por primera vez en muchos años, las relaciones con el partido a nivel nacional son buenas. Atrás parecen quedar las tensiones y desconfianza que se mantuvieron en la etapa de Aguirre; ahora todo es colaboración y «buenrollismo». Aunque falta por ver hasta dónde está dispuesta a aceptar la séptima planta de Génova cómo la baronesa madrileña y sus planteamientos dejan en evidencia a la dirección del partido en su combate contra la corrupción. «En este Partido Popular, y en este tiempo nuevo que hemos iniciado juntos, no tienen cabida los corruptos», dijo hace sólo unos días.

En lo referente a la gestión, Cristina Cifuentes llega al ecuador de un mandato marcado por el pacto con Ciudadanos y por la débil situación de su Gobierno, pendiente en todo momento de los votos de la formación naranja para poder sacar adelante iniciativas o frenar las de la oposición.

La necesidad ha obligado a la jefa del Ejecutivo a mostrar su lado más negociador, y al PP su cara más abierta. Sólo así se entiende que se hayan aprobado –no sin alguna resistencia de diputados contados– leyes como las de la LGTBIfobia, se haya apoyado la de la maternidad subrogada –aunque no salió porque tres diputados populares no respetaron la disciplina de voto– o que se hayan abstenido en la Ley sobre Transexualidad –aprobada por los votos del resto de formaciones–.

Por si fuera poco lidiar con Ciudadanos, a Cifuentes también le ha tocado encarar otro problema de orden interno: el de una diputada popular que denunció al portavoz del PP en la Asamblea por un supuesto acoso laboral y está de baja desde el pasado octubre. Tras cruzarse denuncias, los dos protagonistas de esta historia llegaron a un acuerdo extrajudicial y la diputada, Elena González-Moñux, volvió a votar pese a seguir de baja. De su presencia esta semana en el debate de los presupuestos depende que se puedan aprobar las cuentas regionales para este año.

Pendiente del juez

De ella, y también de la evolución del conocido como caso Lezo: si el juez Velasco, que instruye el caso, decide alguna actuación que afecte a la diputada regional Isabel González hermana del ex presidente ahora encarcelado, de otro hermano, Pablo, también en prisión, y esposa de un tercer imputado por este mismo caso–, podría desencadenarse una serie de acontecimientos que de nuevo hicieran peligrar los presupuestos.

En efecto, el PP tiene en Madrid un código ético muy rígido, según el cual cualquier alto cargo imputado debe dejar de inmediato sus cargos. Ciudadanos lo incluyó entre los 76 puntos de su acuerdo de investidura. Y no en cualquier lugar: es el primero de ellos. A consecuencia de él, varios diputados del PP han tenido que dejar su escaño en estos dos años. De momento, sobre IsabelGonzález no pesa imputación, pero si la hubiera, el portavoz de Ciudadanos, Ignacio Aguado, ya ha advertido que exigirá su marcha inmediata. Si eso ocurriera esta semana, no daría tiempo a nombrar a su sustituto, y el PP se quedaría sin mayoría para aprobar sus presupuestos.

Pero aunque el panorama es delicado, Cifuentes no pierde la sonrisa en público: mantiene una actividad a veces frenética, en la que la premisa parece ser la apariencia de normalidad. Y aún le queda tiempo para acercarse al Teatro La Abadía y disfrutar de su último estreno, «La ternura».

El jueves pasado, tras el Comité Regional, tres chavales de no más de 12 años, al ver a los medios desplegados a las puertas de Génova, quisieron subir a saludarla. Ella les recibió en el despacho unos minutos; cuando bajaron, ya se los había ganado: «Es muy maja, y muy guapa. Nos hemos hecho un selfie con ella, mirad», enseñaban encantados a los cámaras. «Nos ha dicho que nos centremos en estudiar, que ahora nada de política». Son los nuevos aires del PP de Madrid.

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