Una marea blanca con hambre de Champions venera a su diosa

La cívica celebración en Cibeles de la Liga del equipo madridista evidencia que el ciudadano está preparado para volver a la normalidad

Los 35 campeones de Liga a su llegada a la plaza de Cibeles EFE
Jesús Nieto Jurado

Jesús Nieto Jurado

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Y a de mañana, el madridismo hacía sus cábalas, paseaba al niño si era de teta en el carrito, y se dejaba ver con camisetas de Cristiano Ronaldo . Así se pasearon en los aledaños de un Santiago Bernabéu que tiende a nave y en un Madrid que tiende a norte, aunque esto sólo sea urbanismo y fútbol.

En la puerta del Bernabéu se congregaban veteranos y noveles, en ejercicio. Como José, que era aficionado de siempre; José era José Antonio y andaba allí, a la solana, recordando que fue conocido de Paco Gento y de «la familia Llorente». Todo eso era antes de la Liga, que un italiano decía ‘scudetto’ a voces y en serigrafía, con los ‘chiss’ de la novia supersticiosa. La camisola llevaba un lema motivador que la retina del cronista no tuvo tiempo para retratar para la posteridad: decía algo entre el Duce y Paulo Coelho .

Después fue el partido, con los reventas agazapados y contando en secreto el billetaje, entre los maceteros, porque no le fastidiaran el negocio, y que se reconocían como se podían reconocer los ojos de Robert de Niro ante la ruleta en sus películas. Pero antes de la victoria hubo más, matrimonios unidos o futuros con razón de una Liga y una Champions : Lucas, de Madrid, y Lorena, de Salamanca, por ejemplo. Gritaron los cuatro goles y bajaron andando a Cibeles, donde el rastro se perdió.

Impensable en Caracas

Y es que las mocitas madrileñas cada vez son más tempranas y globales, como la cría del venezolano Álvaro Reyes, que permitía al arribafirmante que sacara la instantánea de su niña, en Europa, celebrando «algo impensable en Caracas». Pero en las cercanías de Cibeles, en los aledaños de la diosa cereal, hubo más: matrimonios como del Imserso que llevaban desde «las tres» aguardando el «meneo» y cabreados porque tenían que seguir el partido por la radio del vecino. Y eso que había una pantalla como la de «la carta de ajuste sin dar el partido» y unos altavoces que animaban lo que podían. Y justo allí andaba, subido en una farola escalada que casi creímos imposible, José Gabriel Porres, a sus 76 años, y trepando el mobiliario urbano madrileño como una cabra. En puridad no era del Real Madrid , pero allí se le conversó –sonriendo– sobre los cuatro goles como cuatro luceros que al Madrid le dan/dieron otra Liga, y, a la ciudad, una sonrisa sin tapabocas. O con el tapabocas alterno.

Pasarela de campeones EFE

Y antes del autobús, la fauna madridista, seca de ‘terracear’ un título, que se concentraba viéndole los defectos a la Cibeles, que son pocos y vienen de las palomas. Antonio Vega (no confundir), llegó de Puerto Rico y, tan madridista, cambió el vuelo para la semana siguiente. Acaso porque «son cosas que sólo pasan una vez en la vida». Por eso, al ladito del Cuartel General del Ejército de Tierra , Juan Francisco y Rosalyn, de Colombia, se besaban con ese morbo que siempre da el relato periodístico. Madrid necesitaba algo: un 4-O, un algo para consolar las plagas, una copa que no tirase Ramos y así. Sonaba un reguetón comercial en espera del bus del Real Madrid y Anita y Batman ( «me llaman Batman por salir, de niño, todas las noches» ) apuraban una ‘yonquilata’ sin permiso de fotografía ni de prosa. No eran suecos, sino morenos.

Madridismo celebrante

El madridismo celebrante, cuando –Carlota Barcala dixit– se le quita la mascarilla a la Cibeles, descubre eso: una ciudad abierta. Hubo quien, en la hipérbole del calor de mayo, se imaginó arrancándole un pelo de ceja a Ancelott i como ese pelo sagrado de Maradona en el Bar Filo de Nápoles; o como la novia que se dejó llevar con el alma colchonera.

Marcelo, en Cibeles EFE

La policía iba y venía, dejando hacer a los ‘seguratas’ a los que les faltó diplomacia. Y madridismo. Pero qué más da si en una celebración del Real Madrid, de la liga 35, se ha visto que el sentimiento es global. Tanto, que se entonaba el ‘sí se puede’ de una remontada que lo lleve a su final predilecta: la Champions . Que dieran 28 grados en Cibeles no importaba, que la policía canalizara con sonrisas las obras de la calle de Alcalá, tampoco. Se trataba de celebrar una Liga que, si no bonita, queda bien en las estampas.

Incluso frente a otros mogollones en ese manifestódromo que es el paseo del Prado había mascarillas y respeto. Un capotillo torero de la tiendas de los guiris se vio volar entre olés y extrañezas. Ya no sonaba la música elevada en el escenario que daba la espalda a Santa María de las Comunicaciones , hoy Ayuntamiento de Madrid. Allí oyeron los madrileños los goles de Benzema , Asensio y el doblete de Rodrygo como sus abuelos veían los pepinazos en la Guerra Civil.

Nacho, Modric, Bezema y Marcelo ABC

Y por la euforia, controlada, se subieron a las farolas falsamente isabelinas del final del Paseo del Prado chaveas/jovenzuelos como Adrián, que dijo su nombre con sacamuelas y a casi cuatro metros de altura. Porque cayeron cuatro ‘chicharros’, «y que mañana digan lo que quieran», y en un banco como de pueblo mantuvieron impasible el ademán sus abuelos.

Llegó el bus, vieron a Marcelo como en el crepúsculo y seguro que lloraron al rebufo de la bandera de Ucrania. Las familias, visto el bus, regresaron a sus hogares. El tierno bochorno llovía papelillos blancos. Sabían que en el escenario sólo habría gritos descafeinados y una concentración mental en Europa.

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