El cantante durante una actuación
El cantante durante una actuación - Abc
ENTREVISTA A RAMÓN VARGAS

«Los jóvenes quieren ser Los Tres Tenores, pero veinte años antes»

El intérprete mexicano recala este jueves en la Temporada Lírica coruñesa para un recital de canciones. Vargas, uno de los tenores más importantes de los últimos treinta años y presente en los teatros más importantes del mundo, se revela como un gran conversador, lúcido y analítico con una profesión a la que se quiso dedicar desde bien niño. Y además, con un gran fondo solidario

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-Treinta y tres años de carrera. ¿Si los pone en perspectiva, qué ve?

-Que soy un afortunado en la vida, me ha regalado muchas cosas, y una de ellas es poder cantar por tanto tiempo

-¿En qué ha cambiado Ramón Vargas desde su primer papel?

-Han cambiado cosas, los tiempos. Veo el mundo del canto de hace 33 años y el de ahora, y es completamente diferente. Estamos metidos en un mundo más visual, más de imágenes, de marketing. Siempre existió, pero estamos mucho más en ello. La revolución tecnológica tiene mucho que ver.

-¿Y a qué se aspira tras haberlo logrado casi todo en la profesión?

-Aspiro a seguir cantando por algo más de tiempo, lo que la naturaleza o Dios me permitan.

Me siento satisfecho y contento por lo que he hecho, y no me veo preparado para decir que no quiero cantar más. Para decir “basta” hay que estar preparado. Creo que mis condiciones físicas y vocales me permiten seguir, y mientras pueda lo haré. Quisiera que la gente valorara lo que podemos hacer los cantantes maduros, con muchos años de experiencia

-¿La ópera empieza a ser reducto de guapos y jóvenes?

-Antes veíamos por los oídos, y ahora escuchamos por los ojos. Y hay que regresar al centro, escuchando por los oídos, viendo por los ojos, y conjuntarlo.

-23 años desde que debutó en el Metropolitan de Nueva York, 22 desde que lo hizo en La Scala de Milán. Dos templos de la ópera.

-Pues sí, me siento un bendecido. Las cosas no se dan por casualidad. El camino del éxito se basa en dos vertientes, que quizás haya más y las podamos discutir: las capacidades y las oportunidades. Y tienen que estar en ese orden. Si falta alguna de ellas, la carrera se va a truncar, no va a empezar o tendrá dificultades.

-Le leía una reflexión suya sobre lo importante que es saber decir que «no» en esto de la ópera. ¿Eso dónde se enseña?

-Es algo que uno tiene que aprender. Respetar tu voz y tus capacidades vocales es esencial, importantísimo. Cuando hablo con los chicos más jóvenes, en clases magistrales o clases de estudio en teatros que me lo piden, lo primero que les comento es que lo más importante es aprender a reconocer las limitaciones de cada uno. Una vez conocidas, con eso puedes formarte una carrera. Pero si las ignoras, vas a tener tropiezos, vas a querer ser algo o alguien que no eres. Los cantantes somos como los boxeadores, vamos por categorías. En el boxeo te subes a la báscula y se te indica, pero el canto no, por eso es fácil confundirse. Conocerse la voz es el camino más arduo para un cantante joven.

-¿Quizás para los jóvenes que empiezan, el éxito es un poco como aquella manzana de Eva?

-¡Sí! Me pongo a pensar ahora en las diferentes posturas de los jóvenes. Cuando yo empecé a cantar, lo hacíamos por pura pasión. En mi familia, yo cantaba desde niño, y no les pareció tan raro que yo quisiera estudiar canto. Pero colegas y amigos me preguntaban de qué iba a vivir. ¡Pues cantante! Eso es lo más importante, yo lo hice con pasión, sabiendo que no había ninguna seguridad que estudiando canto iba a lograr no ya ser una estrella, sino llegar a pisar un escenario de manera profesional. Sin embargo, ahora los chicos vienen con la idea de ser estrellas, de ser como Los Tres Tenores. Las ambiciones son buenas, pero querer ser algo cuando en el canto no hay nada garantizado...

-Se olvidan quizás que Los Tres Tenores, cuando cantaron por primera vez, llevaban 25 años de carrera a sus respectivas espaldas

-Claro, es que ya eran veteranos, andaban todos por los cincuenta años, eran cantantes en plena madurez. Todo el mundo quiere ser como ellos pero veinte años antes.

-Mala consejera la prisa.

-Sí, pero no es culpa de los chicos, es del sistema, que está puesto de esa manera.

-¿Lo es también del aficionado, que quiere ver un determinado tipo de cantante sobre el escenario?

-Creo que sí, hay una responsabilidad común en esto. Si nos ponemos a ver las tramas de las óperas o lo que indican las novelas... Romeo y Julieta tenían 17 y 15 años respectivamente, en La Traviata ella tenía 17 y él 21, Madama Butterfly decían que tenía 15 años... El canto no es el cine. Ningún chico puede cantar un Romeo con decencia a los 17, ni una Butterfly a los 15. Querer forzar la situación por la manía de presentarlo todo en los cines, crea la confusión. Muchos teatros, algunos importantes, están más preocupados por la transmisión en cines que en la propia representación en sala. Y ponen a un cantantes que dan muy bien en televisión y que se oyen bien en la transmisión, pero cuyas voces se pierden en el teatro. Debemos ser muy cautos en este fenómeno, que no creo que dure mucho. No es que no haya voces, es que no les dan tiempo para que maduren.

-¿Tienen los intérpretes latinos ese algo especial para cantar ópera italiana?

-Sí, debe ser una herencia que traemos desde España. Por eso España e Italia han mantenido históricamente un mano a mano con los intérpretes más importantes de la ópera, hasta llegar a Pavarotti y Domingo. Los mexicanos tenemos también una tradición vocal muy grande, de nuestros intérpretes de música popular. La herencia española, sumada con nuestra sensibilidad latina que sacamos por todos lados, genera una mezcla interesante. Los países latinoamericanos tenemos, sin embargo, una cosa que se está perdiendo en Europa. Conservamos la pasión por cantar. Cuando encontramos algo tenemos que agarrarnos a ello porque igual no tenemos muchas oportunidades para otra cosa en la vida. Nos entregamos en cuerpo y alma. Eso hace que nuestros cantantes salgan lo más preparados posible.

-¿Se siente Ramón Vargas profeta en su México?

-A medias. Mucha gente me quiere y me reconoce, pero no todo el mundo es así. Dejé hace unas semanas la dirección del Teatro Bellas Artes. México es un país complejo, con muchas cosas positivas y buenas, pero con nuestras complicaciones. En algunos aspectos seguimos siendo un pueblo muy inmaduro, a nivel emocional y social. Eso crea muchos conflictos. El pueblo mexicano puede ser inseguro, desconfiado. Probablemente hay razones históricas para serlo, pero las de este mundo presente más modernizado las da para erradicarlas.

-Precisamente de su faceta como director artístico, ¿cómo se ven los toros desde esa otra barrera directiva?

-El problema es el generalizado en España o Italia, la falta de recursos. En nuestros países, los gobernantes ven la cultura como un extra en una sociedad, de la cual todavía es más extra la ópera, porque además es la más costosa. La ópera es el espectáculo más completo que se puede presentar en un teatro, es la emperatriz de las artes escénicas. Es más fácil tener a una orquesta o un coro actuando por allá, pero juntarlo todo resulta oneroso. Algunos quieren darle el nombre de elitista, pero en verdad es que no saben apreciarlo en todo su contexto. La ópera no es un lujo, es una forma de arte muy completa.

-Una cosa sí tenemos que reconocer: la buena ópera cuesta mucho dinero.

-Pues sí, cuesta porque hacer las cosas bien es caro. Y no tanto es que cueste como que hay que saber organizarlo bien y hacerlo con buena voluntad. Lo que pasa en algunos teatros es que hay incerteza sobre tus recursos, y en ese caso, ¿qué puedes organizar? ¡No puedes hacer el pastel sin saber cuántos invitados podrás invitar!

-Un diario mexicano relataba protestas del público a una «Traviata» en el Bellas Artes por la producción de la ópera. O sea, que al final también importan las puestas en escena...

-Visto lo que se hace ahora en Europa, lo que yo canto en Alemania, aquella Traviata era casi de Zeffirelli (Risas). Había ya una protesta manejada y manipulada. Versionando a García Márquez, era una crónica de un fracaso anunciado. Era una producción que pudo haberse hecho mejor, pero estaba musicalmente cuidada, con buenos intérpretes. Pero mira, eso es el arte. Cuando pasan estas cosas significa que hay gente a la que le interesa lo que se está haciendo y les importa que la ópera siga viva. En el fondo ayudan a la dirección de la ópera, porque nos facilita saber en qué hay que mejorar. Esto mueve las pasiones.

-Al menos esto demuestra que en México hay cultura operística

-Sí, sí la tenemos. Se habla mucho de la gran época de la ópera en México, cuando en los cincuenta venían Maria Callas, Mario del Monaco, Guiseppe di Stefano y todos los grandes que pasaron por allí después de la Guerra. Fue una época buena como teatros, pero la ópera la hacían ellos, nosotros prestábamos el teatro, el público y algún que otro comprimario. De esos años a lo que vivimos ahora, es muy diferente, porque la ópera la podemos hacer nosotros con artistas mexicanos. Quizás no todo el repertorio, pero sí para amplias partes, con voces de gran calidad que pueden ahora hacer espectáculos muy dignos que se pueden presentar por todo el mundo. Ha sido un paso muy grande.

-Hay un Ramón Vargas solidario que el gran público no conoce. ¿Me hablaría del Fondo Memorial Eduardo Vargas?

-El Fondo nació a raíz del fallecimiento de nuestro primer hijo, que nació con parálisis cerebral debido a una hipoxia en su nacimiento. Eramos unos padres perdidos, no sabíamos qué era, no teníamos experiencia. Descubrimos muchas cosas con dolor y mucho sacrificio. Tratamos que Eduardo fuera un niño feliz dentro de sus limitaciones. Y nos dimos cuenta de que esos niños pueden ser felices, pero necesitan el apoyo de la familia y la sociedad. Tienen que ser aceptados. No siempre es fácil, y menos en lugares rurales y pobres. Es un trabajo arduo para que los chicos puedan insertarse en su sociedad y darles dignidad. Con el Fondo ayudamos a niños y jóvenes con problemas físicos en varios lugares de México. Nos solidarizamos con asociaciones de otros puntos del mundo. Es un trabajo que hacemos con mucho gusto y la convicción de que es justo. Es una obligación del ser humano, más allá de convicciones religiosas o políticas, ayudar a quien esté necesitado. Cuando ayudamos a personas en peores circunstancias nos ayudamos a nosotros mismos.

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