José Luis Jiménez - Análisis

Guía rápida para entender a En Marea

Que En Marea defienda el «derecho a decidir» no los convierte en peligrosos independentistas, sino en meros simpatizantes del «todo vale»

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La irrupción de En Marea en el tablero político gallego y español ha pillado a más de uno desprevenido. Principalmente para encasillarla en alguna categoría fácilmente reconocible. El tertulianismo capitalino precisa de eslóganes digeribles para los sábados por la noche y los mediodías del resto de la semana. El problema es que caer en el reduccionismo no solo desacredita al opinador —un mal imputable a muchos de los que nos dedicamos a ello— sino que impide ver en toda su dimensión este fenómeno político que, en esencia, tiene mucho de oportunismo y otro tanto de coyunturalidad.

Eso es En Marea, una sopa hábilmente conformada por partidos que en Galicia eran residuales —EU— o que aspiraban a serlo —Anova—, engarzados con movimientos sociales perfectamente ubicados a la izquierda y de ascendente nacionalista, y que ha encontrado un refuerzo a la marca con la incorporación de Podemos.

Pero que no se engañe Breogán Rioboo: el electorado rupturista en Galicia existía antes del circulo morado. Se llamaba AGE y funcionó razonablemente bien en las autonómicas de 2012.

Entiéndase el oportunismo como la utilización de un discurso concreto en el momento adecuado: la defensa de las clases más golpeadas por la crisis a través de la ruptura del sistema, la utilización de amplios sectores sociales al borde de la desesperación, la oferta de un maná salvador frente al ostracismo de la vieja política. El rupturismo en esto se parece al soberanismo catalán: la promesa del paraíso se cumplirá tras destrozar el actual Estado y cuartearlo, bien por territorios, bien por clases sociales. He aquí el coadyuvante de la coyunturalidad, la masa ciudadana ansiosa por comprar este mensaje político.

En Galicia, además, está ese toque nacionalista, como si fuera la rodaja de naranja de un gintonic, que da color y un puntito de sabor, pero que difícilmente altera la realidad del combinado. En Marea necesitaba ese regusto identitario para poder liquidar al BNG y apropiarse de su electorado, pero en su interior no hay una esencia nacionalista de corte clásico. Claro que están Beiras, algunos versos sueltos de Podemos y un puñado de «Anovos» criados en el huerto del Bloque. Pero su coordenada esencial está más asentada sobre la izquierda radical —incluso muy radical— que sobre la cuestión soberanista gallega.

Los números, tozudos, están ahí. El porcentaje de población que en Galicia se considera «solo gallega» o «más gallega que española» apenas llega al 20%. En las últimas elecciones generales, en Marea alcanzó el 25%, por lo que si está hurtando votante del caladero socialista no es gracias a la cuestión identitaria —soslayada en campaña más allá de la «defensa de los intereses del país»— sino al discurso social más o menos de izquierdas.

Un añadido: la radicalización progresiva del BNG hacia el soberanismo ha coincidido con su devaluación en las urnas, sin que tampoco pueda determinarse como la única causa de su caída, sostenida en los últimos años.

Que En Marea defienda el «derecho a decidir» no los convierte en peligrosos independentistas, sino en meros simpatizantes del «todo vale» con el que Pablo Iglesias trufa su surreal proyecto territorial para España. No es convicción —mayoritaria, al menos—, sino conveniencia. Dejar solo a Pablo Iglesias es desmontar el chiringuito morado antes de empezar a repartir beneficios. Eso es una cosa y venir a Galicia a defender procesos soberanistas es otra bien distinta. Podrán ser muchas cosas —cada uno que adjetive como quiera— pero lo que no son es tontos. Ni un pelo.

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