Juan José Esteban Garrido - Historia militar de la Comunidad Valenciana

La guerra de los dos Pedros: una guerra por el poder naval

«Estremece pensar en aquello, en las heridas que tal panoplia de armamento ofensivo podía causar»

Nos encontramos en el tercer tercio del siglo XIV . La mejora de las técnicas de navegación ha permitido un floreciente comercio que en todos los tiempos es una actividad marítima y que ha aumentado las rivalidades entre los estados cristianos que se benefician de él: Génova, Venecia, Inglaterra o Francia .

Aragón, abocada a su expansión mediterránea por el tratado de Almizra de 1244 que le impedía continuar la reconquista hacia el sur peninsular, entrará inevitablemente en colisión con ellos. Castilla, cada vez más poderosa en la mar, acudirá también a la llamada irresistible de ese mar de influencias y poder.

La vela latina que predominó entre los siglos X y XIII, va dejando paso en este siglo XIV a la vela cuadra. Las carracas y cocas cobran protagonismo, ambas presentaban una popa redonda y fueron utilizadas tanto para el comercio como para la guerra. En el siglo XIV es cuando se adopta ya mayoritariamente el revolucionario timón de codaste que había aparecido en el siglo XIII. Por otro lado, la manga y el calado se amplían para instalar castillos a proa y a popa. Anotemos además que ante la inminencia de un combate naval, había que prescindir de las velas “por se poder regir e gobernar a su voluntad e a su Aventura” y porque todos los hombres disponibles se implicaban en la lucha y obviamente, una vela desplegada, era un blanco perfecto para proyectiles incendiarios. En las partidas de Alfonso X el sabio se dice: «… et para tirar han de haber ballestas de estribera, et de dos pies et de torno, et dardos, et piedras, et saetas quantas mas levar pudieren, et terrazos con cal para cegar á los enemigos, et otros con xabon para facerles caer, et sin todo esto fuego de alquitrán para quemar los navíos». Estremece pensar en aquello, en las heridas que tal panoplia de armamento ofensivo podía causar, en los sufrimientos y los heroísmos superlativos que tendrían lugar en aquellos combates encarnizados.

En Castilla reinaba Pedro I , que sentía una natural inclinación por la mar hasta el punto de embarcarse por puro placer con los pescadores de atunes en las costas gaditanas. Corría el año de 1356, cuando 10 galeras aragonesas al mando de Francisco de Perellós que iban a apoyar a Francia en su lucha sin fin contra Inglaterra, apresaron de paso por Sanlúcar de Barrameda, dos naves de Piacenza, aliada de Génova. El rey que se encontraba allí presente, se sintió insultado y ordenó liberarlas, a lo que no atendió Perellós. Pedro I, ordenó armar una escuadra en Sevilla para perseguirlo y “facerlo piezas” embarcándose él mismo , en ella.

Perellós consiguió escapar, pero había dado pie al “casus belli” que iba a provocar la guerra de los Pedros. Esa es la versión digamos “oficial” aunque el verdadero leitmotiv para un rey “naval” como Pedro I, era mejorar la posición Mediterránea de Castilla incorporando zonas con buenas posibilidades económicas para el comercio marítimo: los valles de Elda y Crevillente, Orihuela y su puerto de Guardamar, Elche y su puerto de Santa Pola, sin olvidar a Alicante con su puerto. Es decir el objetivo era abrir una ventana al Mediterráneo con un hinterland adecuado para insertar definitivamente a Castilla en el próspero comercio del Mare Nostrum, siguiendo la estela de Alfonso VI y el Cid hacía ya casi 3 siglos. Fernández Duro nos dice: “Mostró D. Pedro grandísimo empeño en que la guerra fuera marítima…”. No en vano el rey conocía el efecto multiplicador de la acción naval cuando va acompañada de una campaña terrestre, como se verá en cada una de sus expediciones ofensivas. Tenía claro el concepto de actuación militar conjunta, tan de moda en nuestros días.

Pedro IV de Aragón consciente de lo que se le viene encima, busca la división del campo enemigo y recurre a Enrique de Trastámara, el hermanastro de Pedro I, como elemento aglutinador de castellanos descontentos, ocupándose de su financiación. Un primer intento de invasión por mar se produce en el verano de 1358. A mediados de agosto una flota, acompañada de una hueste terrestre procedente de Murcia, pone asedio a Guardamar . El día 17 “Con gran ballestería que venía en las galeas se tomó la villa”, pero el castillo resiste. Y entonces sucede lo imprevisto. Pedro López de Ayala nos cuenta: “e estando combatiendo el castillo de Guardamar, como a hora de mediodía levantose un viento en la mar muy fuerte, que es travesía en aquella tierra, e tiempo muy peligroso; e como falló las galeras sin gente que las pudiese gobernar, dió el viento al través con las galeras a la costa”. No sería la última vez que el aparentemente plácido Mediterráneo, mudando de improviso su faz, provocaba tan súbito cambio de tornas. Pedro I tuvo que levantar el asedio a la fortaleza, no sin destruir antes la población .

A mediados de abril de 1359 ya se ha aprestado nuevamente, en tiempo record, una imponente flota, que zarpa de Sevilla. Más de ciento veinte naves: cuarenta y una galeras, ochenta naos, tres galeotas y cuatro leños. A bordo, la flor y nata de la pujante marina castellana: Bocanegras, Jofres, Tovares…

Las capacidades navales de Castilla mejoraban a ojos vista. Su primer objetivo volvió a ser Guardamar, el puerto de Orihuela . Por su escasa resistencia ante el enemigo, Pedro IV le retiraría la condición de villa real para convertirla en una pedanía de Orihuela.

La flota continuó su singladura hasta una Barcelona que carecía de murallas y que se salvó de puro milagro. El combate se desarrolló en las proximidades de la costa a la que se habían arrimado los buques aragoneses buscando protección terrestre, “haciendo jugar de un lado y de otro desde las galeras, máquinas, trabucos y bombardas de fuego”. Gracias a la acumulación de tropas aragonesas, especialmente ballesteros que contribuyeron mucho al triunfo con su certera puntería, el combate quedó en tablas. Finalmente Pedro I puso rumbo a Ibiza a cuyo castillo puso sitio. Hasta Mallorca arribaría la flota aragonesa con Pedro IV embarcado y buscando venganza. Pedro I que no quería decidir la guerra en un incierto combate naval, a cara o cruz, ante una de las mejores flotas del Mediterráneo, abandonó el sitio de Ibiza y se dirigió a Calpe, ciudad que fue arrasada y que quedaría abandonada.

Una parte de la flota aragonesa se desplazó desde Mallorca hacia la costa levantina en pos de la castellana, si bien Pedro IV ya no iba en ella. No obstante, al descubrir a las naos castellanas, ocultas a la vista tras el peñón de Ifach, los de Aragón, que solamente tenían galeras, optaron por internarse en el río de Denia para obtener la protección de sus fuerzas terrestres. El rey de Castilla pasó a Alicante a abastecerse y esperó unos días por si la flota aragonesa aparecía, pero visto que los aragoneses se mantenían siempre al N o NE, con los vientos y corrientes dominantes favorables para la huida, Pedro I puso proa a sus reinos.

La flota de Castilla aunque dispuso del dominio positivo del mar, no obtuvo ninguna consecuencia práctica. En 1361 se firmó una tregua en Terrer , ante el agotamiento de los contendientes, pero aquella guerra era “bellum plus quam civile” y el odio que la avivaba, inextinguible. Ánimos tan encrespados harían que las hostilidades se reanudasen al año siguiente con una dinámica similar. En 1363 se rinde Sagunto al rey de Castilla, que asedió también Valencia ese mismo año. Pedro I establece su cuartel general en el Grao para impedir su socorro por mar dado que las galeras de mossen Olfo de Procida abastecían a la ciudad del Turia sin ningún obstáculo. Sin embargo la llegada del rey aragonés a tierras de Castellón, obliga a Pedro I a retirarse. A caballo entre 1363 y 1364 el rey de Castilla, sitiará otra vez Valencia , estableciéndose sus huestes en el ya familiar Grao de Valencia, a la espera de la llegada de su flota a la que un régimen de vientos y corrientes contrario, retenía en Cartagena. Valencia aguantó por segunda vez el envite y el actual escudo de nuestra ciudad así nos lo recuerda. Pedro IV “el ceremonioso” en reconocimiento por la tenacidad con la que resistió los dos asedios, le concedió el derecho a usar las armas reales entre dos “L”, como testimonio de su doble lealtad.

Ante la llegada de la flota castellana la escuadra aragonesa gracias a cuyos abastos Valencia había podido resistir, formada por diez galeras, buscó refugio en el río de Cullera. El cronista Ramón Muntane r decía: “De verdad no sé de ningún príncipe ni rey que pudiera tener dos tan hermosos arsenales, ni tan secretos, como serían el de Tortosa y el de Cullera”. Y esa disposición resguardada en el interior del río, proporcionaba un valor añadido en tiempos convulsos y guerreros. Pedro I ordenó hundir tres cocas en la boca del río y encadenó sus naves de 3 en tres: dos galeras y en medio un batel para no dejar huecos, para cerrar totalmente el paso. La victoria parecía al alcance de la mano cuando cargó contra la flota: “un viento de levante que dicen solano que es travesía de aquel mar, tan grande, que todos pensaron que la flota del rey de Castilla iría a tierra “. La galera del rey perdió 3 anclas y rompió tres cables estando a punto de naufragar. El ejército aragonés tomó posiciones sobre la costa para rematar a los que ya parecían a todas luces, náufragos . Finalmente , el temporal de levante amainó, indultando “in extremis” a la apurada armada de Pedro I, que tras tan angustiosos sucesos, sosegados los vientos y la mar, levó anclas sin tardar.

En una guerra entre reinos hispánicos hijos de la misma Hispania romana, las conveniencias políticas y las dudas sobre reales o supuestas traiciones hacían caer cabezas en los dos bandos. El rey aragonés hizo decapitar a su hermano Fernando para dejar libre el camino de Enrique de Trastámara al trono de Castilla. El mismo fin tuvo Bernardo de Cabrera , el autor de las magníficas ordenanzas de la flota aragonesa y su mejor Almirante. O sea que se antoja más que Pedro I pasaría a la historia motejado como “el cruel” además de por eliminar a numerosos personajes notables de la época, por aquello del “vae victis” ¡ay de los vencidos!, porque su comportamiento, no difiere demasiado del de los otros monarcas con los que convivió en vida y bajo cuyo cetro, mantener la cabeza en su sitio no era fácil, en tiempos de susceptibles y expeditivos Pedros coronados, anegados por una violencia endémica y sin fin.

La guerra era tan enconada que desbordando el ámbito peninsular se haría europea. Pedro I recibiría ayuda de ingleses, navarros y granadinos mientras que Pedro IV se apoyará en Enrique de Trastámara, Francia y el papado que financiarían el ejército de mercenarios de toda laya y condición que iba a cambiar el curso de la historia de España y de Europa. Ingleses con el el “príncipe negro”, heredero de la corona inglesa a la cabeza y franceses con Bertran du Guesclin al mando, ensangrentarían aún más el suelo español. Tortuosos avatares bélicos, que escapan del objeto de este artículo, conducirían a 1369, en Montiel , dónde en un turbio y sombrío episodio histórico, un mercenario francés: Du Guesclin, iba a cambiar la dinastía reinante en Castilla, con el “ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor”, si bien algunos historiadores han cuestionado esta versión. Pero lo que resultó incuestionable fue que tal desenlace, hizo bascular toda la ya imponente potencia naval de Castilla, a favor de Francia, lo que se traduciría en 1372 en una aplastante derrota naval de Inglaterra en la Rochelle, que le haría perder el control del Canal de la Mancha en la guerra de los cien años, pero esa es ya otra historia.

Juan José Esteban Garrido es Teniente de Navío (RV), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y miembro de la Asociación Valenciana de Historia Militar

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