David Martínez - FIL DE VINT

Cínicos

Son el PSPV, Compromís y Podemos los que subvencionan, adjudican, nombran y remuneran; no el PP

David Martínez
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La parte ancha para mi; la estrecha para todos los demás. Ya saben, es la conocida como «ley del embudo», cuya formulación, al menos en política, se actualizó hace unos años en la expresión «usar una doble vara de medir», que viene a significar lo mismo. La idea ya venía expresada hace 2.000 años por las palabras de Jesús de Nazaret recogidas en Mateo 7:1-5. «¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?».

Este compendio de leyes de la metafísica política es la que rige en la partitocracia valenciana actual. Curiosamente, los políticos valencianos -sin distinción de siglas- acusan constantemente a sus contrincantes de usar «dobles varas de medir» -se ve que hablar de embudos en rueda de prensa queda como soez- para repeler las críticas a sus decisiones, mientras se niegan a reconocer que ellos hacen otro tanto.

El último al que se le ocurrió admitir que quizá se había equivocado fue Alberto Fabra, y ya ven cómo acabó.

Y así nos encontramos con que la acción de gobierno durante los últimos siete meses, desde el catártico «cambio», se ha desarrollado en un doble plano discursivo en el que actúa con perfección implacable la «ley del embudo». En el superficial, público, el visible, el que alienta con su sonrisa la vicepresidenta y llena titulares vacíos, se habla de lo mal que lo hacía todo el PP, la ruina que nos ha dejado, y la corrupción que no para de aflorar por todas las costuras de la Administración -aunque en ocasiones, para sostener el discurso, haya que retorcer datos e interpretaciones-.

Y mientras, en un segundo plano, oculto por los titulares que ha generado el primero, se actúa de la misma manera que se critica al adversario. Mientras se convocan ruedas de prensa para hablar de los sobrecostes en Ciegsa -en realidad, endeudamiento por obras que sí se han realizado-, del caso Valmor -ya judicializado- o de las imputaciones de exdirectivos del IVAM, se va colocando a militantes y candidatos de los abajofirmantes del Botánico en puestos «a dedo» -con sueldos, en ocasiones, superiores a los del mismísimo presidente de la Generalitat-, se premia a dirigentes imputados, se conceden ayudas públicas para promocionar el valenciano a organizaciones radicadas en Barcelona que lo que realmente promocionan son los «países catalanes», se subvencionan empresas públicas creadas por el presidente de la Generalitat cuando era alcalde, se quintuplica la media inversora del resto de la Comunidad en el pueblo del presidente, se sube el número y la remuneración de los altos cargos, se adjudica a empresas afines contratos menores que no requieren de concurso...

Ni asomo de autocrítica. Ni un atisbo de vergüenza torera para admitir: «sí, es verdad, estamos haciendo lo mismo por lo que criticábamos al PP». Si acaso, un par de gritos más propios de una verdulera -con perdón de las verduleras- por parte de una jefa de prensa a aquel periodista que se atreva a poner en duda la verdad oficial. O, en su versión más modulada, la recomendación paternalista (o maternalista, según) de un político que hace ver que la pregunta se sale del guión, y aconseja sobre qué informar. Es decir, sobre la verdad oficial.

Sin duda, el PP, que gobernó veinte años, cometió muchos errores. Muchísimos. Demasiados. Por eso -a pesar de que también hay que reconocerle numerosos aciertos- está ahora en la oposición. El actual Gobierno autonómico no puede escudarse tras la revisión permanente del pasado para evitar dar cuentas por la gestión actual, como sucede en las Cortes. Su función ya no es la de hacer oposición -esa corresponde a Isabel Bonig, que sí ha entendido a la perfección cuál es su papel-.

Los que gobiernan ahora son el PSPV, Compromís y-aunque jueguen a que no es así- Podemos. Son ellos los que subvencionan, adjudican, nombran y remuneran, no el PP. Y ni todo el cinismo del mundo puede ocultarlo.

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