Historia

El barrio alicantino tan lejano que cogió su nombre de las islas Carolinas

Un libro relata cómo los primeros moradores del extrarradio edifican sus casas y trazaban cada calle partiendo así los terrenos de sus vecinos

Huertos y primeras casas de las Carolinas Bajas, en la década de 1900 MANUEL CANTOS

J. L. Fernández

Uno de los barrios más populosos y de mayor densidad demográfica de Alicante ofrece hoy una imagen de ajetreo y bullicio en sus estrechas calles que rezuman vida a diario. Poco que ver con la estampa que ofrecía en sus orígenes, cuando por su lejanía del centro y por estar tan dispersas sus primeras casas, se quedó con el nombre de las Carolinas, como las islas situadas en las antípodas, más allá de las Filipinas.

Sus primeros moradores podrían inspirar una épica película de colonos del Oeste americano, porque la mayoría construyeron sus hogares ellos mismos y toda la familia arrimaba el hombro, aunque fuera acarreando materiales.

Este relato sirve de arranque al experto en historia alicantina Alfredo Campello en su primer libro de una serie dedicado a los nombres de las calles de la ciudad y sus orígenes , que ha arrancado con las Carolinas.

De aquella curiosa génesis del nombre, cuando España y Alemania se disputaban el perdido archipiélago de intereses estratégicos entre Papua Nueva Guinea y las Filipinas situado a más de 14.000 kilómetros, hacia 1885, partió una urbanización casi anárquica en la algunos vecinos de aquel extrarradio alicantino, situado a partir de la Fábrica de Tabacos -no hay consenso en los límites- solicitaban al Ayuntamiento rotular su calle... Bueno, incluso diseñar su trazado en el mapa.

Parcelas invadidas por calles

Aunque eso a veces entrañaba quejas del propietario de al lado, que al tener que respetar esa nueva vía pública veía cómo se partían sus terrenos en dos y le quedaban parcelas a ambos lados.

«Por aquellos años y hasta bien entrada la década de 1920, las rotulaciones en el extrarradio eran realizadas a petición de los vecinos y aprobadas en pleno o bien bautizadas por los residentes sin acuerdo municipal alguno, dando lugar a nombres repetidos, jocosos o inapropiados », describe el autor.

Hasta que el 28 de agosto de 1929, el Ayuntamiento opta por encargar a dos funcionarios que hagan «inventario» de alguna manera y pongan orden en el callejero, una tarea ardua que les ocupó 150 días y se borró la numeración de 3.760 casas de 156 vías públicas, además de colocarse 85 placas rotuladoras. Asimismo, se informó a los vecinos de estos cambios, del nombre de su calle y del número de policía que le correspondía a cada cual.

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