Óscar Tusquets contra el arte desfigurado
En 'Sin figuración poca diversión', el arquitecto, pintor y diseñador pone en cuestión las ideas estéticas convencionales
Hace treinta años Óscar Tusquets Blanca (Barcelona, 1941) dio a la imprenta 'Más que discutible' y al repasar aquellos escritos, este octogenario libertario reafirma sus convicciones estéticas. Con el obligado cambio de los tiempos verbales y actualizaciones, el ensayo de 1994 reaparece en 'Sin figuración, poca diversión' (Tusquets), con las fotografías de su esposa, Eva Blanch, y un estudio de Miguel Usandizaga sobre la génesis de Las Meninas.
Vayamos al título, el mismo del recuperado último capítulo de 'Más que discutible': después de décadas de dictadura abstracta, Tusquets reactiva su ofensiva contra el arte «desfigurado» y la rutina de la transgresión: «Hace más de un siglo del dadaísmo y algunos persisten en las mismas ocurrencias. Sorprender no es la única función del arte: Vermeer no sorprende, pero deslumbra y enamora».
Tusquets denomina «arte no figurativo» lo que comúnmente se identificó como «arte abstracto» para convertirse en el dogma del solipsismo crítico y las artes subvencionadas por la hegemonía «progresista»; eso que Fumaroli bautizó como Estado Cultural: «Todo lo que se desviaba de la línea de 'la modernidad', y por extensión todo lo figurativo, era marginado con más o menos disimulo», advierte Tusquets y lanza su primer obús. La parcela del arte no figurativo es esencialmente decorativa; de las geometrías de los vasos griegos con bandas y cenefas de rombos a Kandinsky: «No consigo encontrar, por mucho que me esfuerce, el amor, el sexo, el pecado, la divinidad, la amistad, el paso del tiempo, la muerte, el humor, los recuerdos fugaces…, en fin, todo lo que me apasiona y me ayuda a seguir viviendo», objeta. Tampoco los exégetas del no figurativo con sus textos esotéricos despiertan una admiración que marque distancias con el acomplejado cultural. El autor recurre a la mordaz definición de Gabriel Ferrater: «Son gentes, por lo general, de mente tan brumosa que uno llega a dudar de que sean capaces de hallar todas las mañanas la parada de su tranvía».
Tusquets despeja de brumas las artes y sus oficios. Y le extraña que puedan emocionar «edificios, muebles u objetos en los que la figuración es escasa o marginal».
Su inventario estético. Las antológicas «son un negociete» donde priva el número de visitantes, pero pueden perjudicar al artista: «Los desnudos de Modigliani me gustan mucho, pero exponer cuarenta y cinco rostros ovalados con los mismos ojos negros no le favorece: ves retratos, no personas». Lo mismo es aplicable a Magritte que Tusquets califica de «pintor de ocurrencias».
La copia no es pecado: «Napoleón robó de Venecia las 'Bodas de Caná' y los franceses no la devuelven con la excusa de su enorme tamaño…». Con técnicas digitales y una refinada artesanía del óleo, Adrian Lowe realizó un clon que se expone en el refectorio de San Giorgio Maggiore: «Es mucho más gratificante ver el clon en el muro para el que fue proyectado con la altura y la iluminación prevista que ver el original en el atestado museo de París».
La Sagrada Familia: «Debe acabarse. En la torre de la Madre de Dios, los arquitectos continuadores han conseguido hacer un extraordinario Gaudí, sin la presencia del Maestro». El urbanismo táctico de Colau. «Traiciona a Cerdà. Poner un tranvía en la Diagonal es un daño irreversible que contradice la opinión de los barceloneses. Antes, el urbanismo barcelonés tenía nombres y apellidos: Solans, Solá Morales, Acebillo… Oriol Bohigas decidió la ubicación de la Villa Olímpica y fue un acierto. Ahora no sabemos quién es el responsable».
Su lema: «Diseño y arquitectura es utilidad. Me interesan más los proyectistas de obras utilitarias que los abstractos puros, más Jujol que Kandisnky, más Mies que Piet, más Mollino que Arp». Y lo dicho: «Sin figuración, poca diversión».
