Ópera

«Madama Butterfly»: salir a saludar llorando

La armenia Lianna Haroutounian firmó un memorable debut en el coliseo barcelonés encarnando a la Butterfly

Haroutounian demostró un conocimiento profundo del personaje ANTONI BOFILL

Pep Gorgori

Repudiada por su familia, abandonada por su amado, a punto de serle arrebatado su hijo de tres años. Así muere Cio-Cio San, sola, en medio del escenario, tras hacerse el harakiri como única opción para salvaguardar su honor. Es la culminación de dos horas y media de música del mejor Puccini, una verdadera maratón para cualquier soprano que se atreva con el personaje.

La armenia Lianna Haroutounian firmó un memorable debut en el coliseo barcelonés encarnando a la Butterfly, hasta el punto de salir al escenario a recibir los aplausos llorando aún a lágrima viva al acabar la función. Fue el resumen perfecto de lo que sucedió la noche del sábado en el estreno de esta obra maestra de la ópera.

Haroutounian demostró un conocimiento profundo del personaje, dominando tanto la parte vocal como el movimiento escénico, con una gestualidad delicada y precisa. Puccini construyó «Madama Butterfly» con un gran esmero por definir con música situaciones y personajes. Así, a Pinkerton le otorga aires marciales, mientras que a la familia de Cio-Cio San le reserva el sabor de las escalas más orientalizantes. Pero es en la protagonista donde confluyen los matices de todos y cada uno del resto de personajes, además de tener su propio perfil sonoro. De ahí la complejidad añadida al hecho de que esté en escena y cantando casi en todo momento. No se puede salir al escenario a defender el personaje si no se ahonda en todo ese cúmulo de sutilezas, que la armenia conoce al dedillo.

A su lado, Jorge de León hizo un buen Pinkerton, aunque no pareció que en ningún momento llegase a sentirse del todo cómodo en el rol. Mención aparte merecen Suzuki y Sharpless. La Suzuki de Ibarra aúna belleza y potencia, tanto vocal como dramática, encarnando la contradicción entre las esperanzas de Butterfly y la cruda realidad. Del Castillo creó un personaje complejo, atrapado entre el deber como burócrata y la compasión que siente por la pobre Cio-Cio San. Excelente trabajo, pues, de ambos.

La orquesta exhibió una vez más su gran momento de forma, si bien el director, Giampaolo Bisanti, impuso en algún momento unos tempi algo forzados –atropellados, incluso–, y en otras ocasiones no mantuvo el necesario equilibrio entre orquesta y voces, tapando a estas últimas. El coro del Liceu, afrontando una ópera del repertorio, demostró lo que es capaz de hacer. Juntos, orquesta y coro, protagonizaron uno de los momentos más sublimes al final del segundo acto, cantando con la boca cerrada mientras anochece, como exige la partitura.

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