La autora, recientemente en Barcelona
La autora, recientemente en Barcelona - INÉS BAUCELLS

Quitarse el muerto de encima

Caitlin Doughty, directora de una funeraria, censura la aversión occidental a tratar con los muertos en la autobiografía «Hasta las cenizas»

BARCELONA Actualizado: Guardar
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En Estados Unidos hay una empresa funeraria que recoge los cadáveres, los incinera, empaqueta las cenizas y las envía por correo a casa de sus familiares. Sus servicios se contratan por internet y usted no tiene ni que tratar personalmente con ellos. Ni con el finado. Éste es el paradigma de la aversión al trato con los muertos de la que adolece la sociedad occidental. La denuncia que recorre todo el libro «Hasta las cenizas. Lecciones que aprendí en el crematorio» (Ed. Plataforma), de la norteamericana Caitlin Doughty, directora de una funeraria de Los Ángeles.

La obra, debut literario de su autora que se aupó en la lista de éxitos del «New York Times», es un relato de sus memorias en la industria funeraria y una crítica a esa práctica ya habitual en Occidente de rehuir el contacto con nuestros muertos y con el proceso mismo de la muerte. La mayoría de gente no muere en casa, nos encomendamos a las técnicas de embalsamamiento para disimular los estragos de la corrupción de la carne o, cada vez más, optamos por la cremación.

Doughty (Hawai, 1984) se rebela contra esto. Ella desarrolló ya de niña un interés por la muerte y acabó convirtiéndolo en una vocación; y su profesión. Se licenció en Historia Medieval y comenzó a trabajar en una funeraria de San Francisco. Ahora, dirige la suya en Los Ángeles y reivindica un cambio cultural que propicie una mejor aceptación de la mortalidad con iniciativas como un canal de youtube -«Ask a mortician» (pregunte a a una funeraria)- o fundando la Orden de la Buena Muerte (The Order of the Good Dead), un grupo de profesionales funerarios, académicos y artistas que buscan y defienden una nueva manera de concienciarnos ante la muerte.

Su libro, por mal que suene, es una delicia. Una mezcla equilibrada de morbo, ironía, memorias, historia y cultura. Doughty se centra en el trato a los muertos de la sociedad norteamericana, aunque viviendo en un «melting pot» como Estados Unidos ha podido conocer los usos y costumbres funerarios de ciudadanos de orígenes varios; asiático, latino, europeo… Todo ello sazonado de ejemplos de otros tiempos, de otras culturas. Desde el pueblo amazónico de los wari, en Brasil, que asan los cadáveres de sus finados y se los comen, hasta los tibetanos, que los dejan al aire libre en la montaña para que los devoren los buitres u otros animales.

«Ocultamos la muerte. La de los humanos y hasta la de los animales.En los hospitales, en las funerarias y en los mataderos», asegura

«Ocultamos la muerte. La de los humanos y hasta la de los animales. En los hospitales, en las funerarias y en los mataderos», se lamenta Doughty. Y acepta que tiene un punto paradójico con la sobreexposición que sufrimos a muertes ajenas, sobre todo violentas, «gracias» a internet y a los medios de comunicación convencionales. En cambio, si le cuadra con la moda de los «zombies». «Convertimos a los cadáveres en monstruos. Lo “zombie” es la versión más grotesca de este mal».

Higiene y zombies

Ella sitúa el origen del problema a caballo entre los siglos XIX y XX, cuando nació la obsesión por los gérmenes, por la higiene. Una reacción basada en la convicción de que los cadáveres eran peligrosos: transmitían enfermedades. Un temor infundado, sostiene.

Para Doughty, el creciente ateísmo que se extiende en Occidente podría haber contribuido a ese alejamiento de la muerte. Con todo, advierte, «aún necesitamos rituales funerarios». Por fríos y mercantilistas que sean. Ella, por cierto, se declara «no religiosa». Un sentir que ha visto reforzado, precisamente, por su trabajo. «He tratado con mucha gente: desde latinoamericanos a vietnamitas. Viendo que hay tantas creencias distintas sobre la muerte, llego a la conclusión de que nadie tiene ni idea de lo que es».

Predicando con el ejemplo, Doughty no rechaza responder a la pregunta final. ¿Preferiría ser enterrada, incinerada, embalsamada…? «Antes me decantaba por la incineración. Ahora, sin embargo, tras mi experiencia laboral, me gustaría que me enterraran, sin ataúd, en un bosque, para que mi cuerpo se pudriera y sirviera de alimento a los animales. O que quedara expuesto encima de un montículo, para que me comieran los buitres, como los tibetanos», confiesa. Aunque asume que «no se puede hacer»…

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