Salvador Sostres - Todo irá bien

Pudimos tener a Valls

«Algún día nos desesperará no haber sido los ciudadanos europeos cultos, avanzados y refinados que eligieron de alcalde a un ex primer ministro francés»

Salvador Sostres

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Cuando escampe la turbia niebla en que el procés ha sumido a los catalanes, cuando volvamos a tener una relación relajada y directa con la realidad, tendremos más de una dificultad para sobrevivir a la humillación y a la vergüenza de ser los que pudimos tener de alcalde a Manuel Vallls y no lo elegimos.

Es tal su superioridad, el abismo al que se tiene que asomar para simplemente poder ver, muy a lo lejos, y muy abajo, a sus contrincantes, que da una idea de hasta qué punto una sociedad se vuelve demencial y autodestructiva cuando se obceca en propósitos sin recorrido. El desprecio cantonal, cateto, con que muchos barceloneses insultan a Valls y prefieren la tara local que les excita de pasiones bajas y mentiras, hasta fundirse en su misma indigencia intelectual, es el resumen de una decadencia que es catalana, que es española y que es europea y que consiste en que demasiados de sus ciudadanos no entienden el maravilloso mundo que han heredado y, en lugar de preservarlo, con agradecimiento y responsabilidad, se dedican a abusar del premio con una mezcla de bulimia y de desdén que inevitablemente precede a las más catastróficas devastaciones.

En Cataluña las cosas tienen aún que empeorar antes de empezar a mejorar. Los catalanes no hemos tocado todavía el fondo, no hemos escarmentado, no hemos tenido que lamentar suficientemente las consecuencias de nuestros actos y ahí estamos: desperdiciando a un primer ministro de la República Francesa a cambio de siniestras expresiones espectrales de una república que no existe porque ni los que la proclamaron se la creyeron.

Algún día nos desesperará no haber sido los ciudadanos europeos cultos, avanzados y refinados que eligieron de alcalde a un ex primer ministro francés, con su izquierda madura y aseada, con idea adulta de la libertad, con su dicción que es en ella misma un viaje a París y a su bella luz, y a Vendôme ya en calma saliendo del Hemingway de madrugada.

Pudimos tener a Valls y nos ahogamos en el polvo entre las figuras del fantasma.

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