Noches de la posguerra barcelonesa

En «Cuando la riqueza se codeaba con el hambre» Paco Villar revive los ocios nocturnos de la Barcelona de 1939 a 1952

Bernard Hilda y Jenny Morgan en Copacabana (1947) Alexandre Merletti Quaglia
Sergi Doria

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Racionamiento y caviar. Pedigüeños y estraperlistas. Eros y Tanatos. Puritanismo y prostitución al por mayor. La Barcelona de posguerra. Paco Villar lo resume en un título para la vida nocturna, desde la entrada de los «nacionales» en 1939 al Congreso Eucarístico de 1952: «Cuando la riqueza se codeaba con el hambre» (Ayuntamiento de Barcelona).

Una ciudad de escandalosos contrastes. El moralismo oficial con la creación en 1941 de la Liga Española contra la Pública Inmoralidad convive en hipócrita coyunda con un activísimo mercadeo sexual: «Un informe de la delegación del Patronato de la Mujer constataba la existencia de 101 meublés y 120 casas de prostitución censadas el año 1943. Dos años después en otro informe, la suma de los dos tipos de establecimientos alcanza la cifra de 383, y se cuantificaba el número de mujeres que pública o clandestinamente ejercían la prostitución en cincuenta mil», apunta Villar.

Las meretrices profesionales compiten con una legión de amateurs: «Viudas, separadas, esposas de detenidos, jóvenes menores de edad… se lanzaron a la calle como única salida para poder subsistir, ofreciéndose a cambio de dinero y comida».

Terraza del Café Gato Negro en La Rambla (década de 1940) Josep Postius

En el Barrio Chino que encandiló a tantos escritores foráneos de antes de la guerra –Jean Genet, Francis Carco, Henry de Montherlant, Josep Kessel, Pierre Mac Orlan– habían desaparecido, por los bombardeos, La Criolla y Casa Sacristán de la calle del Cid, pero sobrevivían establecimientos con nombres españolizados: el Thrink Hall pasaba a llamarse Covadonga, el London Bar disimulaba su rótulo y el cabaret Hollywood cambió a sala de Fiestas Casablanca.

Los burdeles y las casas de «gomas y lavajes», que evocaba Serrat en «Temps era temps», no disimulaban su actividad: «Los había para todos los gustos y bolsillos, tantos, que en la zona de Tapias, San Olegario, San Ramón, Barberà, San Pablo, Robador, San José Oriol, San Rafael y Cadena había más de veinticinco establecimientos de este tipo; eso sin contar las habitaciones particulares clandestinas o las pensiones o casas de dormir que funcionaban ilegalmente», añade Villar.

El autor de «Historia y leyenda del Barrio Chino» amplía el foco a toda Barcelona. Las Ramblas, denunciaba la Liga Contra la Inmoralidad en 1943, «son un escenario a todas horas del día de atrevidas exhibiciones e invitaciones a actos inmorales por mujeres que deambulan sin estorbo de nadie y con gran pena de los ciudadanos decentes».

El aislamiento internacional y la autarquía no influían en una Barcelona que recuperaba el cosmopolitismo nocturno. En el Principal Palacio actuaba Josephine Baker y la alemana Trudi Bora. En el Folies, el director de orquesta Demon ponía música a la sensual Michèle Richart. Los hermanos Bofarull hacían del restaurante Los Caracoles un icono internacional para el turismo. En El Charco de la Pava, de la misma calle Escudellers, Dalí bailaba al ritmo rumbero de la guitarra de un joven Pescaílla. La Bella Dorita resucitaba El Molino del Paralelo y Franz Joham, Herta Frankel y Arthur Kaps sofisticaban con sus «Luces de Viena» los escenarios del Español y el Cómico. En el Olimpia se escuchaba jazz con la vocalista Rina Celi. Raquel Meller renacía de la mano de Los Vieneses: el 11 de mayo de 1946 cantó en catalán «El noi de la mare». Carmen de Lirio y Maty Mont eran las vampiresas del momento. Maty, nombre artístico de Matilde Moncusí, es multada en 1951 con mil pesetas por un top less mientras interpretaba «La marchina del silbido».

Saludo de la compañía al final de la representación de Melodías del Danubio en el Teatro Español Josep Postius

En la zona alta la oferta nocturna es coto privado de los ricos de siempre y los recién llegados del estraperlo. En el Marfil de rambla Cataluña, 140, el cóctel constituye un pretexto para la cita del burgués y la entretenida. En el Trébol de Vía Layetana, 94 se escuchan las maracas de Machín. Bernard Hilda no da abasto entre La Parrilla del Ritz, La Rosaleda y Copacabana. En el Rigat triunfa Bonet de San Pedro y el exótico Rio recibe a Mistinguett. Las citas clandestinas de los barrios altos culminan en la Casita Blanca y el discreto San Gervasio (la torre de San Mario). La Diagonal acogía a la gente bien en Bagatela, Parellada, Estoril, Finisterre, Windsor Palace, Sándor, Patín Club, Lamoga, Cactos, El Cortijo, Monterrey o Copacabana, inaugurada en 1947 con Eva Perón de ilustre invitada…

La Barcelona más cosmopolita había resucitado pese a todo, observará el noctámbulo Sebastià Gasch: «Roma, Viena y Berlín volvieron a soltar sobre nuestra ciudad algo muy dulce: cataratas de plumas, suave sabor de melodías y sugestivas sonrisas de mujer. Fue la época del estraperlo y las noches barcelonesas renacieron de sus cenizas».

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