YO

Perpiñán es más que una peregrinación que rinde culto a un fugado de la Justicia. Y es más que una performance para independentistas hiperventilados e integristas -las comparsas del proceso- que, efectivamente, pasarán a la historia; pero, a la del golpe a la democracia. Evidentemente, el show de Carles Puigdemont y los suyos en Perpiñán es el primer acto de la campaña preelectoral de las autonómicas. El aquelarre de Perpiñán, además de constatar -ERC y la CUP no participan en tan descarado evento publicitario- la falta de unión del independentismo; y más allá de las bravuconadas del aparecido -«lucha definitiva» o «no nos detendremos, ni nos pararán»-, lanza una triple advertencia y plantea una exigencia.

La triple advertencia la sirve Carles Puigdemont. Los destinatarios: JpC, ERC y PSOE/Podemos. El mensaje: estos son mis poderes y sin mi persona -eso cree- el «conflicto» no tiene solución. ¿Qué exige? La obediencia de JpC y ERC: se hará -mesa, diálogo, negociación o lo que convenga- aquello que Yo diga. Y al PSOE y Podemos -al Gobierno y al Estado- les exige, sin tapujos, una reforma del Código Penal -o una regulación ad hoc o un indulto encubierto- que alcance también a unos fugados, prófugos o rebeldes que, de entregarse voluntariamente a la Justicia, serían tratados con una extrema generosidad que les podría condonar o reducir significativamente la condena. Cosa que, según afirmaba recientemente ABC, estaría dispuesto a negociar Pedro Sánchez. ¿Algún pacto bajo mano con Carles Puigdemont?

Carles Puigdemont quiere regresar a Cataluña. Pero, necesita la dadivosidad de la España que detesta. Ahí puede estar el precio que el fugado requiere para que la mesa -si la acepta- no quiebre antes de tiempo. Y el caso es que -según todos los indicios- Carles Puigdemont y su troupe apelan a la generosidad del Estado -esto es, a las necesidades del PSOE y Podemos- para seguir enredando. ¿Qué propuesta tiene? Ninguna. Únicamente la movilización que no conduce a ninguna parte.