Sergi Doria - Spectator in Barcino

El fuego amigo del búnker

Sea en el bando ultra o en el presuntamente moderado, el objetivo de los separatistas es conservar su modus vivendi

Una manifestación de la ANC del pasado febrero a las puertas del Parlament en defensa de la soberanía Efe

Sergi Doria

En mayo de 2019 auguramos que la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC) acabaría como la Confederación Nacional de Excombatientes de Girón de Velasco que exaltaba, contra la Transición, los valores del 18 de julio de 1936 (en el caso de la ANC, el «mandato» del pucherazo del 1 de octubre de 2017). El llamado León de Fuengirola descerrajaba en El Alcázar sus «gironazos»: mil veces no a la apertura democrática. Arengaba a las «fuerzas nacionales» conocidas popularmente como «el búnker» o «los ultras».

Desde el búnker se demonizaba a los actores de la apertura democrática: fuera el obispo Tarancón –«Tarancón al paredón»–, el hoy denostado Martín Villa y, sobre todo, Adolfo Suárez, el «perjuro» a los Principios Fundamentales del Movimiento.

En Cataluña, el agresivo búnker franquista se conjugaba con el sabotaje a Tarradellas de los partidos antifranquistas. Después de encarnar la Generalitat en la intemperie solitaria del exilio, el President temía que la institución volviera a ser la jaula de grillos de los años republicanos.

Entre los grillos partitocráticos, Tarradellas señalaba al banquero Pujol; a Òmnium, que inauguraba «embajadas» en el extranjero como supletorio de la Generalitat; a los monjes de Montserrat que pasaron de recibir a Franco bajo palio a santuario del nacionalismo pujolista y el rezo del Manifiesto Comunista.

Para ilustrar el fuego amigo que pretendía abrasar al Honorable, dos anécdotas recogidas por Joan Esculies en su imprescindible biografía 'Tarradellas. Una cierta idea de Cataluña' (RBA). La primera a cargo de Joan B. Cendrós, cofundador de Òmnium y jactancioso «fascista catalán». La entidad abre sede en París y Tarradellas pide su cierre. El President censuraba que la entidad se dedique «a subvencionar plataformas políticas que actuaban en contra de la presidencia de la Generalitat y que los delegados de Òmnium en Europa y América le difamasen», apunta Esculies.

Cendrós, millonetis de Floïd conocido como «el Barbero», escupe su chulería a Tarradellas: «Mire, el piso de París lo hemos abierto porque a mí me ha salido de los cojones. ¿Y sabe cuándo lo cerraremos? Cuando a mí me vuelva a salir de los cojones».

La segunda anécdota la protagoniza Antoni Gutiérrez, el Guti del PSUC; hace befa de la avanzaba edad del President: cuando Tarradellas regrese, lo ingresarán en el geriátrico de los Hogares Mundet.

En 2022 el búnker catalán del mágico «tot o res» torpedea el repliegue de los independentistas vencidos por la realidad. Su fuego amigo amaga con volver a incendiar las calles. La ANC, que marcó el paso de las manifestaciones norcoreanas cuando la ilusión lírica del procés, se aferra al «mandato» del 1-O –léase pucherazo ilegal– y a los manifiestos y manifestaciones de los de siempre contra la sentencia del TSJC que garantiza un 25 por ciento de castellano en las aulas. Quienes se escandalizan de los escaños catalanes de la «ultraderecha» (Vox) debieran saber que nada existe sin su contrario: los ultras del nacionalismo secesionista.

Acompaña a la ANC el integrista Consejo por la República de Puigdemont que monitoriza a Junts en el gobierno y el Parlament (Laura Borràs). En el feudo carlista de Waterloo Clara Ponsatí reitera la necesidad de sacrificios humanos: una «insurrección civil» que, a su juicio, «faltó el octubre del 17». Le jalea Quim Torra (92.000 euros anuales), promotor de la ratafía y la siniestra vía eslovena.

En el documento 'Principios y acciones de lucha del movimiento popular independentista', la ANC plantea resucitar a los CDR como «grupos cohesionados de confianza». La misma hoja de ruta de Ponsatí: «Un escenario de confrontación como el que teníamos en el otoño de 2017» para «hacer ingobernable Cataluña hasta conseguir que la independencia sea inevitable».

El independentismo valida el vaticinio de Aznar: antes se fracturaría Cataluña que se rompería España. Se quedó corto: una vez fracturada Cataluña, se resquebraja el independentismo. Lo vemos a diario en los «digos» y «diegos» la «Generalitat republicana»; entre quienes, al imponer inmersión, mantienen, machamartillo, la quimera monolingüe y los partidarios de una actualización; entre aquellos que coquetearon con el régimen criminal de Putin y quienes los tildan de señoritos haciéndose el James Bond por Europa; entre la derecha del fugado que no dice su nombre (convergente) y el populismo pactista de una Esquerra apoyada en los Comunes (comunistas).

Sea en el bando ultra o en el presuntamente moderado, el objetivo de los separatistas es conservar su modus vivendi, sea en el autonomismo o en la infiltrada sociedad civil. El búnker –diezmado, pero recalcitrante– activa el lanzallamas del fuego amigo contra aquellos compañeros de viaje a los que juzga traidores y acribilla a tuits.

En 2023, cuando expire el periodo de gracia al posibilismo de Esquerra y su «mesa de diálogo», sabremos si el búnker ultranacionalista se queda en elemento pintoresco, como cuando el independentismo era un 15 por ciento, o vuelve a golpear la convivencia democrática.

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