SPECTATOR IN BARCINO

«Sentiments i centimets» (Marsé acertó)

Si le preguntaban por qué no escribía en catalán, Marsé insinuaba que estaba preparando una novela que se titularía «Sentiments i centimets».

Juan Marsé, fotografiado en 2017 Efe
Sergi Doria

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Como Juan Marsé es un escritor en mayúscula no se ha ido, no se irá nunca: nos acompañará siempre porque lo releeremos y recordaremos. Quienes tuvimos el privilegio de compartir mesa tertuliana en el añorado José Luis, o le entrevistamos en su escritorio, bajo el retrato de Gil de Biedma y las fotos de Stevenson, Ava Gardner y Camus, nunca olvidaremos aquella lucidez mordaz que aquilataba un magisterio literario y moral.

Se cumplen seis años desde que Jordi Pujol, hoy, según el juez, capo de una organización criminal con su mujer y sus vástagos, desveló la famosa «deixa» de su padre Florenci. Aquel 2014 pregunté a Marsé cómo recibió la noticia, siempre augurada sotto voce y siempre silenciada por nuestra quejica sociedad civil. Lo que más le indignó, «fue el comportamiento de los ilustres miembros del Parlament escuchando como borregos al corrupto Jordi Pujol, incapaces de reaccionar cuando fueron humillados por la furia y la iracundia vengativa del ex honorable defraudador…».

Marsé se esperaba la reprimenda del corrupto patriarca, pero sus expectativas se vieron superadas por aquella bronca amenazadora, que revelaba la condición caciquil del pujolismo: «Le escuchaban, aguantando impávidos el rapapolvo que les endilgó, sin que ni uno solo se levantara de su asiento y, por dignidad, cuando menos para quienes le votaron, abandonara la sala, eso fue lo más deplorable y bochornoso. Y luego ver cómo el honorable patricio recibía sentado los parabienes de esa panda de mequetrefes acobardados. ¿Cómo no se levantaron todos y no le dejaron con la palabra en la boca?».

Y es que Marsé caló muy pronto, como su amigo Joan de Sagarra, al «banquero Pujol». En 1987 lo describía así en una de las magistrales etopeyas de «Señoras y señores»: «He aquí a un señor que confunde Cataluña con su persona. Y, sin embargo, no hay nada en esa fisonomía que recuerde a una nación».

Lo que en realidad expresaba la jeta de Pujol eran «sentiments i centimets». Marsé rubricaba el retrato: «Si los contribuyentes tuvimos que sacarnos de los bolsillos unas ocho mil cucas (cuca más, cuca menos) para tapar en su día el «agujero» de Banca Catalana, no fue porque esa cantidad la extraviase Cataluña o su patrón, Sant Jordi o La Moreneta, no; fue porque la extravió la Banca y el exbanquero sin chistera». «Sentiments i centimets», sentimientos y dineritos: ese ha sido, ese todavía es, el tóxico bebedizo que enardece a los catalanes que siguen votando a los vividores del invento nacionalista.

Si le preguntaban por qué no escribía en catalán, Marsé insinuaba que estaba preparando una novela que se titularía «Sentiments i centimets». Su rictus de seriedad hizo creer a una reportera que la cosa iba de veras y le puso titular; pero Marsé, que siempre supo reírse de sí mismo, sabía chotearse del mundo sin rubricar el choteo con una hilaridad que lo delatara. Como mucho media sonrisa, o un cameo de nuestros fantasmones tribales en alguna de sus novelas. En «Esa puta tan distinguida» (2016), el autor echó mano de su omnisciencia para colar en un programa de varietés del Guinardó de posguerra a «Pilar Rajola, contorsionista verbal y cómica radiofónica» y al dúo Rufián-Tardà: «Afamada pareja de payasos volatineros y saltimbanquis».

En aquellas calendas Rufián vendía su pose «charnega» y algunas voces interesadas pretendían ver en el diputado de ERC un epígono del Pijoaparte. A Marsé la comparación no le hacía puñetera gracia: «El pobre Pijoaparte es un soñador, no un resentido político o social, y mucho menos un trepa tontamente envanecido de su origen y condición charnega. No tiene cuentas con España ni alimenta un historial de oprobios, como es el caso del señor Rufián», advertía.

Cuando Marsé escribió que la jeta de Pujol expresaba «sentiments i centimets» y que Lluís Llach tenía «»cara de seminarista, voz de confesionario» con un estilo «engolado, eclesiástico, pretencioso y pelma, pegajoso y lacrimoso», el supuesto Honorable y el pretencioso cantautor estaban en su mejor momento. Nunca ha sido fácil satirizar los dogmas de la Cataluña mítica: el nacionalismo, como ideología sustitutoria de la religión, abomina de las ironías libertarias.

Pujol celebró su noventa aniversario en el monte Tagamanent donde hace ochenta años se prometió la «reconstrucción nacional» de Cataluña… Y hogaño padecemos las consecuencias de aquel mal de altura. Pasamos de «un sol poble» a «un sol moble», bromeaba Marsé.

El maestro se ha ido, solo en apariencia, repetimos: nos sigue acompañando en esta Cataluña desvalijada por los «sentiments i centimets» de una oligarquía abanderada. En la Dinamarca del Sur de Mas, en la República de Puigdemont y Junqueras, Marsé veía «un país de fantasía regido por unos personajes insólitos y risibles, pillastres adscritos a la política más patriotera y lucrativa y a la cultura más ñoña y provinciana».

Como en tantas cosas, acertó de pleno.

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