Sergi Doria - Spectator in Barcino

«¡La república no existe, idiota!»

Epígono de un pretendiente de la guerra carlista, Puigdemont regurgita arengas desde su palacete de cuatro mil euros mensuales

Hace un año escribíamos sobre el golpe separatista y la proclamación de esa república que es de broma o real según convenga a sus respectivos muñidores: de broma ante el juez, vigente para la ANC y los CDR. Planteábamos librar a Barcelona del empobrecimiento -mental, cultural y económico- y convertirla en distrito federal o Comunidad Autónoma desgajada de la ruralista «Cataluña catalana». Un año después, la Ciudad Condal sigue secuestrada por el soviet secesionista.

Anunciábamos la sexta temporada del procés -titulada «Épica sin ética»- que inauguró Mas, reconvertido ahora en juicioso ordenador de huestes desbocadas. El procés, advierte Jordi Amat en La conjura de los irresponsables (Anagrama) «ha sido un relato, demasiado a menudo desmentido por los hechos». La bibliografía sobre la manipulación del relato cuenta con más testimonios: Informe sobre Cataluña (Taurus) de José Enrique Ruiz-Domènec, Catalanes y escoceses. Unión y discordia (Taurus) de John Elliott, Otra Cataluña (Destino), de Sergio Vila-Sanjuán y Breve historia del separatismo catalán de Enric Ucelay-Da Cal (Ediciones B).

Recordábamos al filósofo Eugenio Trías en el quinto aniversario de su muerte y su calidad admonitoria en La funesta manía de pensar (Galaxia Gutenberg); leamos su etopeya del Astut: «El caudillo carismático carece de dudas; todo en él aparenta ser certeza, evidencia. Hasta el rostro, la mirada, las mandíbulas salientes, el cuerpo entero se ajusta a ese personaje que se va construyendo… Entre figurar como president de los recortes o su investidura como líder visionario ha elegido, con perturbada inteligencia, la segunda opción… Nunca como ahora reza el dicho de que entre lo sublime y lo ridículo hay solo un paso».

La intromisión de los CDR en la vida barcelonesa, mientras Colau presidía una recepción para los familiares de los políticos presos y cuidaba con arrobo el lazo amarillo en el balcón consistorial, era el rumor de fondo a finales de febrero. Mientras el ayuntamiento dilapidaba 300.000 euros en la campaña publicitaria Share like follow Barcelona (Compartir, gustar, seguir Barcelona), el brazo violento del procés cívic i pacífic amenazaba con reventar el Mobile World Congress en el Palau de la Música. Un año después, Cataluña depende de cómo tienen el día los comandos institucionalizados de Puigdemont y Torra.

El año 2018 es el año en que Waterloo dejó de ser el topónimo bélico de una derrota napoleónica o -para la mass cult- la canción de Abba en Eurovisión-74, y devino en corte del delirante Consell per la República. Epígono de un pretendiente de la guerra carlista, Puigdemont regurgita arengas desde su palacete de cuatro mil euros mensuales. El Bis-president condena a sus corifeos a vivir en una nueva -otra más- realidad paralela. Seguirle la corriente ha representado más costes políticos -deterioro y parálisis institucional-; económicos -desconfianza ante una inestabilidad crónica- y psiquiátricos: ¿dónde está la frontera entre lo real y lo simbólico?

Fiel infantería de la quimera, el Ayuntamiento de Vic instaló un altavoz desde el que el actor Lluís Soler, cual muecín vespertino, recordaba a los vecinos que no hay que apartarse de la senda que conduce a la mirífica República.

Situada con Berga y Gerona en el podio del ilusionismo separatista, la patria chica de Marta Rovira ya era así de reaccionaria cuando Miquel Llor publicó Laura a la ciutat dels sants (Premio Crexells,1930), novela anti-vigatana que no agradó a los antepasados de quienes hoy llenan la plaza de cruces amarillas. Las palabras del escritor en una entrevista con Mercè Rodoreda parecen describir el presente: «En la biblioteca se prohibía a las chicas la lectura de mi libro por considerarla demasiado avanzada; y es que en el fondo, aunque tenga electricidad, y otras novedades, continúa siendo lo que fue en tiempos de mi abuela. Una ciudad de falsos santos, envuelta en la niebla…».

En esa falsa santidad, una porción de la iglesia catalana hizo de sus homilías mítines separatistas. Dirigirse solamente a la mitad de los creyentes tiene muy poco de evangélico.

Tampoco fue edificante releer tuits, artículos y libros de Quim Torra, invocación de las peores pesadillas del siglo XX: fascismo, etnicismo… Cuando se le acusó de supremacista, el vicario alegó que su artículo La lengua y las bestias (El Món, 19 de diciembre de 2012) adolecía de las prisas del periodismo y refería a una lectura infantil: De cuando las bestias hablaban de Folch i Torres. Pero no. Sus bestieses ya afloraban en Viatge involuntari a la Catalunya imposible (Proa, 2010).

De las bestias, a la vía eslovena: el hombre que admiraba a los Badía. El nacionalismo, escribió Chaves Nogales en el 36, «convierte a sus revolucionarios en puros símbolos ya que no puede hacer de ellos perfectos estadistas». Peticiones para el año 2019: responsabilidad política y alguna ley real en el Parlamento catalán. ¿Seguiremos, otro año más, en la Cataluña virtual? «¡La república no existe, idiota!», exclamó un agente de los Mossos d’Esquadra. La frase del año.

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