Miquel Porta Perales - El oasis catalán

Finlandizar

«No hablo de la pérdida de soberanía en beneficio de la Unión Europea»

Durante los años de la Guerra Fría, se popularizó en Europa la idea de «finlandización». Con dicha idea, el país nórdico pretendía regular las relaciones con uno de sus vecinos, la Unión Soviética. Fue el presidente finlandés Urho Kekkonen quien, en 1974, definió la finlandización en los siguientes términos: «una cooperación basada en la confianza mutua de dos Estados con diferentes sistemas sociales».

En el fondo, como en la forma, se trataba de no molestar -ceder- a la Unión Soviética para evitar que Finlandia -como ya había ocurrido con Estonia, Letonia y Lituania- fuera anexionada por la Unión Soviética. O, para impedir que Finlandia, como sucedió con otro país báltico -Polonia- se convirtiera en un satélite del país comunista. La finlandización, por decirlo coloquialmente, responde a la máxima popular que reza así: «yo no te molesto y tú no me molestas». En la práctica, la finlandización aceptaba, de facto, la sumisión voluntaria -servilismo, si se quiere- a la Unión Soviética. Realismo para salvar la independencia, decían los políticos finlandeses en aquellos tiempos.

Décadas después, la idea de finlandización sigue presente -táctica y estrategia- en la política internacional. También, en el terreno de la economía y en el de la soberanía nacional. Así, por ejemplo, Alemania, Estados Unidos o China han logrado finlandizar a otros Estados que, de hecho, han devenido sus satélites. Hoy, uno de los problemas de España es la finlandización. No hablo de la pérdida de soberanía en beneficio de la Unión Europea.

El problema es otro: la pérdida de soberanía de facto gracias -mejor, por culpa- a las concesiones del Estado a determinados nacionalismos periféricos como Cataluña y el País Vasco. Una pérdida de soberanía que convierte España en una Autonomía más en la que acampan un par de secesionismos a la espera de levantar el campamento y marcharse. ¿Qué hacer? Lógica aristotélica de primer orden: lo contrario de lo que hizo el pionero finlandés Urho Kekkonen, es decir, plantar cara.

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