Oti Rodríguez Marchante - Barcelona al día

El acto «progresista» de quemar un libro

Si a Empar Moliner le trajera el éxito y el prestigio suficiente su prosa corrosiva, probablemente no tendría que recurrir a ponerse estupenda con actos corrosivos delante de las cámaras

Oti Rodríguez Marchante
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Nunca había tenido tanto éxito Empar Moliner, ni siquiera cuando ganó el Premio Josep Pla por «Feli, esthéticienne», lo cual nos lleva a darnos de bruces contra una realidad indeseable del mundo en que vivimos: la prosa corrosiva, buena o mala, no es comparable en cuanto a celebridad con cualquier cosa que se diga o se haga ante una cámara de televisión. Es normal, en consecuencia, que Empar Moliner diga que no se arrepiente de su acto televisivo, quemar en directo unas páginas de un Libro, pues sabe perfectamente que es mucho menos complicado y garantiza más popularidad que escribirlo, sea bueno o malo.

Si a Empar Moliner le trajera el éxito y el prestigio suficiente su prosa corrosiva, probablemente no tendría que recurrir a ponerse estupenda con actos corrosivos delante de las cámaras de TV3, tan finas siempre a la hora de apuntar, pero vivimos donde vivimos, y vivimos con quien vivimos, y lo más probable (y hasta, en el fondo, deseable) es que a alguien hoy le dé por irse a comprar un libro de Empar Moliner por el mero hecho de que hoy ya sabe quién es.

Aunque no se arrepiente, la escritora dice que lo lamenta o que siente el daño que haya podido causar su acto corrosivo contra aquellas personas que le den importancia a nuestra Carta Magna. Y es razonable su sentimiento, pues no hay que desechar la posibilidad de que haya alguien por aquí que considere a la Constitución como una garantía para mantener los derechos de todo un pueblo, incluido sus ciudadanos menos favorecidos económicamente. La quemó como protesta por una cuestión (el decreto de pobreza energética anulado por el TC) que considera injusta para los más pobres, y enviándole al espectador la idea de que a los más pobres le irá mucho mejor con una Constitución quemada que en pleno funcionamiento. Supongo que hasta Empar Moliner alcanzará a pensar que su acto es sumamente injusto y dañino para lo que pretende defender.

Y supongo también que la escritora no pretendía añadir su nombre a la lista de «quemadores de libros y Constituciones», pues ahí sí que se iba a encontrar en compañías corrosivas. Igual resultaba más democrático y «pogresista» alentar a la Generalitat a que mire y riegue presupuestariamente su propia ley 24/2015 sobre medidas alternativas para luchar contra la pobreza energética, aunque sólo sea con el dinero en tarjetas de visita de su Ministro de Asuntos Exteriores.

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