Ana Pedrero - Desde la Raya

El «cagüendios»

Imagen de archivo de Willy Toledo AFP

Willy Toledo se cagó en Dios y en la Virgen. A quien de cada dos palabras escupe mierda en tres, poco le importa. A mí, profunda y anárquica creyente, casi me tiembla la mano al escribirlo. Pero no dudo de que ambos tenemos el mismo derecho a expresarlo, por mucho que en lo más íntimo me duela porque mancha algo en lo que creo y espero. Se llama fe. Y aquí paz y después gloria en un país aconfesional en el que la libertad de expresión y la ofensa pasean de la mano en un invisible cordón de funambulista.

Porque respeto la de los demás, entiendo que la libertad de expresión y la blasfemia son distintas, que existe una gran diferencia entre el delito y el pecado. Uno le concierne a los hombres; el otro, a Dios. España, país sin credo, debería adecuar sus leyes y delimitar hasta dónde puede llegar una expresión cuando hiere a un inmenso colectivo, sin menoscabar el derecho de cada cual a ser creyente, ateo o mediopensionista. Nadie se rasga el pecho con el coloquial «cagüendios» que no afecta a dogmas ni altares. Existen también aquellos que se pasan por el forro el Amor Universal, la igualdad y la justicia que predicaba Cristo en la tierra, que ensucian su nombre del que se erigen en garantes implacables. A Dios rogando.

Lo que no entiendo es la provocación gratuita a quienes rezan a sus dioses, se llamen como se llamen. El ataque indiscriminado, la diarrea verbal contra una Iglesia poliédrica que también es misionera y pobre, conformada por hombres y mujeres que entregan su vida por amor a Dios y al prójimo. Esa Iglesia del Cristo que anduvo en la mar. No se es más progre por cagarse en Dios o por desnudar los pechos en una capilla donde los creyentes se abandonan en la oración. No sois más mujeres que yo, ni más libres. Rezar es un viaje interior con la hoja de ruta que muchos aprendimos de niños, un mantra de buenos deseos para el mundo canalizado a través de nuestras creencias.

Los hay que solo se acuerdan de Dios para cagarse o cuando la vida les descarga encima. Quizá sería bueno dejarlo en paz y medirse en la tierra con los hombres, culpables últimos y únicos de nuestras miserias. Pequeños dioses sin milagros que no somos capaces de encontrar nuestro Paraíso.

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