Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

La patria de mis palabras

«Los pueblos, como la obra de estos escritores, se encuentran en medio del limbo de los justos que, irónicamente, es un lugar terriblemente injusto»

Los horizontes de mi escritura terminan al final del pueblo. Allá donde las palabras se tachan en cartelas que crecen en medio de los arcenes, como amapolas perennes, para despedir a la gente que nunca entrará en La Mudarra . La Mudarra es un pueblo que vive en los mapas imaginarios del personal en forma de subestación eléctrica. Que hay un pueblo más adentro, algunos, lo descubre después. Mi tierra chica , con sus tapiales intactos y sus palomares venidos a menos como hidalgos ya sin olla, ni vacas, ni carneros. Sus gentes con sus casa floridas. Incluso en invierno le quedan a los balcones los geranios de mi memoria.

Quizá decir que mi escritura termina donde acaba La Mudarra sea la confesión más sincera que le hecho al lector en estos años. Mi escritura hace frontera con un pueblo en miniatura perdido en medio exacto de los Torozos . Y tal vez lindando aquí mi prosa y mis ansias de lirismo pueda hablar del mundo; porque «hablando de un pueblo se está hablando del mundo entero». Y le doy vueltas mientras pienso en Pla y en Delibes , cada uno con su patria chica y su boina ceñidas a la testa y a la prosa. Presentaban el viernes en Madrid el libro «Josep Pla y Miguel Delibes. El escritor y su territorio» (Sílex Ediciones). Un libro para rescatar la mutua admiración de Delibes y de Pla es un acto contra el olvido. Un aldabonazo a la memoria, de dos escritores que no quedaron olvidados tras su muerte -como muchos otros con algún proyecto de reedición que nunca cuaja siempre rondándoles-. Pero podrían caer en el olvido, como tantos otros escritores. Prosistas de los que yo aprendí mi idioma. Poetas que decían palabras hoy a punto de extinguirse. Mis palabras, con las que yo entiendo el mundo, son palabras que me crecen como espigas y que antes las segaron otros muchos escritores de los que yo las aprehendí y que seguirán aquí cuando yo muera.

Desde Palafrugell no sé, lo confieso, pero desde cualquier esquina de Castilla se puede hablar del mundo, porque alguna vez esto fue el centro del mundo y hoy ya sólo es el centro de si misma. Mirándose de refilón con sobria coquetería histórica a los espejos que forman los charcos en las tardes del otoño. Ahora que hace frío, con las palabras escarchadas, pienso en mi patria chica. En lo alto del páramo, allí helada, esperando a que alguien le de nuevas vidas y nuevas empresas como esperan los escritores que acuñaron nuestra memoria reediciones que nunca llegan .

Los pueblos, como la obra de estos escritores, se encuentran en medio del limbo de los justos que, irónicamente, es un lugar terriblemente injusto. De nuestros pueblos solamente va quedando el recuerdo y de los escritores que yo hablo, ya lo mismo. Cuarteados los muros y los libros, desafiando a un tiempo al que sólo le piden tiempo para ver si alguien los reedita.

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