Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos

Lola

Hay una Lola en cada ciudad como hay una Plaza Mayor y un río y las campanas suenan religiosamente cada vez que las agujas marcan la hora

En cada ciudad hay una Lola que pone de pie al personal. Una Lola para hacerle un libro, para darle los buenos días, para jurar bandera y para lo que sea menester. También está la Lola de Café Quijano que cuentan los leoneses que a los setenta años todavía llevaba tangas de neón. Pero yo me refiero a las otras Lolas, a aquellas que supieron envejecer con dignidad. A estas que Valladolid se les quedó chico y la ciudad no daba más de sí pero ellas cada vez eran más guapas y más imposibles. Pienso que en cada ciudad hay una Lola, incluso que hay una por cada generación. Hay una Lola en cada ciudad como hay una Plaza Mayor y un río y las campanas suenan religiosamente cada vez que las agujas marcan la hora.

Confiesa José Delfín que cuando él llegó a Valladolid en el cincuenta y ocho la Lola, Lola primera de todas, tenía ya sesenta años y todavía era una mujer «por la que incluso un cura se daría la vuelta». Y yo le creo. Explica que fue toda la vida amante de un presidente de la Diputación, que él quería exclusividad y ella ninguna. La Lola debía de ser tan guapa que cuando cruzaba por alguna terraza los señores se levantaban para verla pasar.

¡Ay Lola a la que nunca conocí! Cuando yo nací en Valladolid los tiempos eran otros y la Lola habría muerto hace años en verdad. Sólo José Delfín, que para eso es el cronista oficial de la ciudad, la recordaba. Yo tuve otra Lola. En realidad no sé su nombre, pero es igual, se llamaba Lola y era el único motivo por el que iba a la universidad por las mañanas cuando ya había desesperado de entender estadística a las ocho. Cogía el autobús como un reloj en la plaza de Poniente porque ella se montaba también para llevar a sus dos hijos al colegio. Se bajaba tres paradas antes y yo me llevaba solito hasta la universidad.

No volví a saber nada de ti. Si Valladolid te había tragado, si yo me había equivocado de carrera a mitad de grado, si lo nuestro nunca fue real. Qué crueles son a veces las ciudades, dos años coincidiendo cada mañana y de repente nada. La nada más absoluta, la ciudad deborándose a sí misma. No sabía que habría sido de ti, Lola. ‘Lola, espejo oscuro’ de Darío Fernández Flórez, Lola de José Delfín, Lolita mía. Y de repente la ciudad, otra vez, al fin. Ayer descubrí en Twitter que me empezó a seguir.

No sé que habrá sido de todas las Lolas con las que alguna vez hemos soñado, Lolas de nuestra generación, de la anterior y de la que viene, pero la ciudad entera las sigue esperando de pie.

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