Antonio Illán Illán

El duende teatral de Lorca sigue vivo

Excelente propuesta escénica de La casa de Bernarda Alba

Federico García Lorca ABC

Título: La casa de Bernarda Alba.Autor : Federico García Lorca. Compañía: Producciones Faraute/Compañía Miguel Narros. Dirección dramaturgia: José Carlos Plaza. Intérpretes: Ana Fernández, Ruth Gabriel, Mona Martínez, Zaira Montes, Rosario Pardo, Montse Peidro, Marina Salas y Consuelo Trujillo . Escenografía e iluminación: Paco Leal. Diseño de sonido: Arsenio Fernández. Vestuario: Gabriela Salaverri. Producción: Celestino Aranda. Escenario: Palacio de Congresos El Greco.

Las obras clásicas, y La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca lo es, tienen su lectura universal y atemporal y otra manera de acercarse a ella acorde con los tiempos del presente.

El ancestral conflicto entre autoridad y libertad, la realidad y el deseo, la frustración social por la moralidad apariencial y la presión social sobre el individuo y más sobre la mujer rural son contenidos que retoma Federico García Lorca en La casa de Bernarda Alba . Esta obra, inspirada en un suceso real, etiquetada por el propio autor como 'documento fotográfico' quizá ha dirigido su lectura muchas veces hacia una interpretación realista-costumbrista e incluso política y hay quien ha visto retratada en la obra a toda la nación española. Sin embargo, la etiqueta lorquiana la podemos entender más como definición estética que temática, pues Lorca desarrolla el tema del viejo conflicto de una forma eminentemente poética con una tendencia al realismo. La veamos como la veamos, siempre encontraremos que el autor, en el espacio dramático cerrado pero que se ensancha más allá de la escena, situando fuera de ella acciones que no vemos y solo imaginamos, se plantea la universal tragedia del poder arrogante, firme y ciego. Bernarda Alba (como todo poder absoluto) impone su ley en su reino, su casa, ley inhumana e injusta pero apoyada en el poder que ejerce sobre sus hijas (súbditos). Es tan evidente que la ley del más fuerte, Bernarda, se impone sobre los débiles, que escapan por la puerta de la locura, de la sumisión irracional o se enfrentan a un final trágico -sin esperanza de cambiar el sistema-, el suicidio. Aunque inspirada en personajes reales del entorno del autor, no podemos desdeñar el valor esencial de los símbolos -a los que podemos sacar variadas interpretaciones-: Bernarda representa el valor de la sangre que mantiene, en lucha contra todo y con atención al qué dirán, la unidad de su estirpe; Angustias, la víctima propiciatoria del destino; Martirio, la representación del resentimiento; Adela la fuerza violenta de la naturaleza, el eros; Poncia, el coro que acompaña y acompasa el progreso in crescendo de la tragedia.

¿Pero qué más es la Bernarda Alba, la última obra de teatro de Lorca? Se sube el telón y el doblar de las campanas nos introduce de lleno en el dolor de esta tragedia. Contextualiza la situación Poncia, la criada. Sabemos que Bernarda Alba ha enviudado por segunda vez y que, de sus dos matrimonios, le quedan cinco hijas: Angustias -heredera de los bienes del primer marido- y Magdalena, Amelia, Martirio y Adela, para las que el destino solo reserva el gesto altivo y escasos bienes. Estas cinco mujeres, y también Poncia, la criada, están sometidas al rigor inflexible de la lógica ancestral de Bernarda, hecha de esquemas inmutables y en la que emociones, sentimientos o cualquier perturbación afectiva son borrados por el airón de un gesto. Por eso Pepe el Romano -que nunca aparece en escena pero es el personaje siempre presente en la misma-, 25 años de hombría apasionada, debe casarse con Angustias. En esta busca la boda de posibilidades, de interés, pero en ella pierde la fuente de amor que Martirio le guarda, o la sangre hirviente de Adela. Ahí se irá gestando la tragedia que -sin contar los entresijos de la anécdota- desencadenará Poncia y culminará cuando Martirio delata, a gritos, los impuros pero libres amores de su hermana Adela con Pepe. Ahí se ponen en pie todos los viejos odios contenidos. Bernarda una vez más intenta salvar la unidad de su sangre y castigar -antes que el pecado- la causa del mismo y dispara la escopeta en una escena que no se ve, solo se oye el tiro, contra Pepe el Romano, que logra huir. Adela, creyendo que el disparo había alcanzado su objetivo, se encierra en su habitación y se quita la vida. La tragedia se ha consumado. Pero Bernarda no da por cerrada la historia y grita bien alto: ¡virgen, ha muerto virgen! Y tampoco ahora se puede quebrar la línea finísima que representa la protagonista: la estirpe de Bernarda Alba debe quedar inmarcesible, cara a cara ante la muerte, sin lágrimas, todo en un inmenso luto y un sobrecogedor silencio.

El director José Carlos Plaza , el escenógrafo Paco Leal y la diseñadora de vestuario Gabriela Salaverri lo han entendido bien y han dibujado la tragedia que es una línea densamente negra sobre el fondo de un blanquecino sucio de las paredes de una casa andaluza, como esas mujeres de negro que se mueven por la escena -excepción hecha de la proclama de libertad del vestido verde de Adela o la poética y surrealista locura de la abuela María Josefa. Hay por tanto una adecuación entre la forma externa y el hilo escondido que liga a todas las figuras: decoración simplísima y almas al desnudo. Puro Lorca y puro Plaza. Esos personajes símbolo, actúan con valor ejemplar, duro, sin asomo de concesiones. Acaso se les haya ido un poco la mano en la excesivamente gritona Adela, cuya intensidad amorosa y su sentido del yo libre no necesita vocear para la expresión profunda de sus emociones. Y acaso también, Poncia debiera haber tenido una dirección más comedida, pues con la soberbia interpretación de Rosario Pardo , se impone en escena y rompe un tanto el equilibrio con el que se conducen los demás personajes. Sea como fuere, tanto Federico García Lorca en su texto, como José Carlos Plaza en su propuesta escénica, logran acercarse a la simplicidad de la tragedia griega en esa denodada lucha de las protagonistas contra un destino que hiere implacable y en la rebelión de los seres contra el dedo de los dioses. Sin embargo, tanto Lorca como Plaza han sabido distinguir y sumar al valor clásico de la tragedia otros valores muy precisos -y preciosos- como son los elementos folclóricos, el lirismo expresivo, el ambiente andaluz -aunque solo uno de los personajes ha mostrado el deje idiomático-, el lenguaje popular contrastante con la dimensión poética de la imágenes y comparaciones, y la vinculación de esta tragedia con anteriores manifestaciones del teatro lorquiano.

La interpretación sobria de un elenco de actrices consagradas y de larga experiencia profesional como Consuelo Trujillo (Bernarda), Ana Fernández (Angustias), Ruth Gabriel (Magdalena), Zaira Montes (Martirio), Montse Peidro (Amelia), Marina Salas (Adela), Rosario Pardo (Poncia) y Mona Martínez (María Josefa), confieren a esta propuesta de una calidad contrastada; todas ellas dotan del espíritu diferenciador de actitudes y emociones a los diferentes personajes. Del conjunto cabe señalar a Rosario Pardo, que dibuja una Poncia con una interpretación para enmarcar, Consuelo Trujillo encarna una Bernarda dominadora, a la que se ve más en situación de poder que de autoridad, y Mona Martínez pone en pie una María Josefa a la que le vendría muy bien un poco más del candor poético y locura surrealista del texto lorquiano.

La escenografía, que representa un espacio neutro, una especie de patio interior sin ventanas a la calle pero sí con rendijas, quizá obvia otros espacios interiores de la casa, necesarios en la obra para dotar al contexto del ambiente opresivo y asfixiante que es una clave significativa del texto. En el vestuario ha quedado evidente que cuatro hermanas eran más pobres que la mayor, Angustias, o la propia Bernarda. La canción de los segadores, quizá por la amplificación del local tan poco adecuado para el teatro, resulta demasiado estruendosa, lo que resta belleza a la sencillez del folclore popular. Quizá se ha echado de menos alguna indicación sobre el suicidio de Adela, pues en ningún momento queda claro al espectador que sea por ahorcamiento y eso me parece un matiz importante.

En todo caso, el montaje de La casa de Bernarda Alba que nos propone producciones Faraute tiene duende, la dignidad del trabajo bien hecho y la rotundidad y excelencia de mantener en pie la obra clásica de un autor español que aporta cultura y valores universales y patrios.

El público, casi mil personas, que prácticamente llenaba el auditorio del Palacio de Congresos El Greco, aplaudió entusiásticamente y muy satisfecho al final de la representación.

Ha sido una maravilla ver, tras estos tiempos aciagos de pandemia, un espacio lleno de gente entusiasmada y deseosa de que la cultura, la gran cultura, esté de nuevo al alcance de todos.

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