La Jonde deslumbra en Toledo

La Joven Orquesta Nacional de España culmina su gira con un concierto brillante

La orquesta se fotografía sobre el escenario del teatro

Diego de Palafox

Título: Delirios… ¡de concierto! Mozart, Haydn y Beethoven “alla italiana” . Autores: Mozart, Haydn y Beethoven. Dirección: Javier Ulises Illán. Orquesta: Joven Orquesta Nacional de España. Solistas: María Hinojosa, soprano; Luis Esnaola, violín; Joaquín Riquelme, viola. Escenario: Teatro de Rojas.

Existe un tópico que viene a decir que los de la música clásica son gente rara y otro aún peor: que son elitistas. El público que asistió al concierto de la Joven Orquesta Nacional de España, JONDE, dirigida por Javier Ulises Illán , y reforzada con la presencia de los dos únicos españoles en la mejor orquesta del mundo, la Filarmónica de Berlín, Luis Esnaola y Joaquín Riquelme , y la soprano ya consagrada, María Hinojosa , rompió todos los tópicos habidos y por haber, y transmitió que la música clásica es excelente, los músicos de la JONDE son excelentes, los solistas son excelentes, y el director que conduce este “Ferrari” de la cultura, es un maestro que sabe aunar la excelencia de todos y convertirla en emociones, para que las personas, que llenaban a rebosar el teatro, gozasen la excelencia y no se sintieran ni raras ni élites.

“Delirios… ¡de concierto! Mozart, Haydn y Beethoven alla italiana” resultó un evento extraordinario con momentos sublimes, como pueden ser, solo por entresacar algunos ejemplos del programa, el “Andante” de la Sinfonía concertante de Mozart, (con Esnaola y Riquelme de solitas en el violín y la viola), la “Scena di Berenice” de Haydn que cantó María Hinojosa o la “Obertura de Coriolano” de Beethoven que interpretó la orquesta.

El programa estuvo muy bien concebido; sin concesiones, era una clara muestra para revelar la maestría de tres de los compositores de la escuela de Viena, que beben en la ópera italiana y componen siguiendo la sonoridad de los versos del poeta de moda Metastasio. Eso en las partes cantadas, las arias de concierto, que son el universo en pequeño que contiene todas las emociones de una ópera y que obliga a la soprano a realizar un “tour de force” como no se puede imaginar alguien que no cante. Y ahí estuvo María Hinojosa, voz clara y serena, con alardes supremos cuando eran precisos. Su voz se infiltraba en el aire del Rojas y dibujaba un perfecto perfil de las emociones que el texto refleja, sin vacilaciones. Cantó Mozart, y luego Haydn, y entonces el hechizo se hizo presente y el público mantuvo la respiración al mínimo posible. Después, ya con el “¡Ah! perfido” llegó la explosión beethoveniana, música evadida de la prisión de una tranquilizadora elegancia. María cantaba y contaba, interpretaba, voz y gesto, en cada nota una historia, en cada aria una vida, en cada frase un destino. Y tras ella siempre la orquesta creando acompasadamente la atmósfera precisa. Decir que estuvo formidable es reducir a un adjetivo un mundo de sensaciones indescriptibles.

Hablar de la divina sencillez que ofrecen con su violín y su viola Luis Esnaola y Joaquín Riquelme es reconocer que la esencia de la belleza está al alcance de la mano de un público que es pueblo, que no es élite, que tiene corazón y siente que esos dedos que acarician las cuerdas son la mística, el camino que conduce a la más alta esfera, la armonía del universo. Su interpretación de la Sinfonía concertante fue de técnica perfecta y de expresión de emociones muy trabajadas , en las que sin duda tuvo mucho que ver el director, que concibe esta pieza como un diálogo permanente entre padre (viola) e hijo (violín), en donde expresan todo lo que un padre y un hijo tienen que decirse; también, a veces, hablan ambos con la gente (la orquesta) y su discurso es sublime. Ellos, los solistas, y el conjunto, la orquesta y el director, consiguieron que el trabajo creativo olvidase la idea del artista como ser ensimismado y único prisionero de sus altos horizontes e ideales y que la obra se sintiese como una creación colectiva, porque el público sentía con ellos mientras los escuchaba. Son tan grandes porque saben hacer sencillo lo complejo y lo transmiten con la emoción que cabe en cada nota. La JONDE, junto con Esnaola y Riquelme y la dirección de Illán, humanizó a Mozart en una obra donde pudimos contemplar los rostros de la orquesta literalmente llorando, mientras interpretaban ese segundo movimiento tan intenso y profundo. Fue un regalo para Toledo esta presencia mágica de Riquelme y Esnaola.

El director, Javier Ulises Illán; los solistas Luso Esnaola, Joaquín Riqueme y María Hinojosa; y el director artístico de la JONDE, José Luis Turina

El programa contenía oberturas de ópera de los tres compositores vieneses. La JONDE interpretó con una calidad y un nivel propios de quienes aúnan la preparación más completa con la pasión de la juventud que quiere comerse el mundo y la responsabilidad de hacer perfectamente lo que hacen. A fe que lo consiguieron. Siendo todas las secciones excelentes, hay alguna como la de violonchelos o los vientos, que elevan la excelencia a grado sumo. Se les ve que tocan con placer y ese mismo placer que sienten lo trasladan a quienes los ven y escuchan. Ensamblaje orquestal perfecto, con dicciones consonánticas unificadas y estilizados fraseos finales de una resonancia controladísima, superando con sobresaliente las dificultades de sequedad acústica propia de este teatro. Estupenda la JONDE, una institución que es marca de calidad y que exporta talento español por el mundo; por ello, felicito a su director artístico, José Luis Turina , y a todo su equipo.

Para componer el puzle y que todo resultase en su lugar y su momento, estuvo el director, Javier Ulises Illán. Él es el responsable de encontrar las formas, los materiales y el lenguaje para que las obras de estos clásicos colmaran las expectativas y los sentimientos del público. Para él la música es compromiso con la gente, no un simple espectáculo. Trasladar emociones y mensajes con intensidad forma parte de una intencionalidad y de una forma de dirigir. La orquesta le siguió en todo momento como a un líder que no manda, sino que convence; se acopló perfectamente a la cantante, sujetando las riendas, cuando era preciso, para que las letras se entendiesen perfectamente en el sutil y sonoro idioma italiano; complementó con una coordinación milimétrica a los solistas y en todo momento mostró el equilibrio entre la razón (la técnica) y la emoción (el mensaje). Alguna vez habrá que hablar de la técnica de dirección del maestro, que no viene del autodidactismo, sino del conocimiento académico que nace en el gran Hans Swarowski y prosigue en sus discípulos, de alguno de los cuales ha sido alumno en Viena. Dirige al natural y, como los buenos toreros, utiliza la mano de las esencias, la izquierda, con una claridad meridiana. Su lenguaje corporal es magnético, no solo dirige con la batuta y las manos. Su sistema de signos combinados es lo que hace que la orquesta le siga como a un solo hombre, entregada y entusiasta. Y ese carisma, que viene de la muy trabajada técnica y de la pasión interior y la voluntad de compartir emociones, es importante para la conexión con el público. Hoy la empatía es tan necesaria como un buen poso académico, y Javier Ulises Illán anda sobrado de ambos.

¡Civilización o barbarie!, decía el escritor argentino Sarmiento en su novela Facundo. ¡Civilización siempre! gritamos desde estas páginas y, a ser posible, con conciertos de la altura del ofrecido por la JONDE, de nivel internacional sin duda alguna, que debieran ser algo propio y habitual en la planificación sostenida en una ciudad patrimonial que quiere ser “Capital Europea de la Cultura” en un futuro próximo.

Cabe reseñar los agradecimientos que realizó el director desde el escenario, reconociendo a la Fundación Impulsa, a la Consejería de Educación, Cultura y Deportes, al Ayuntamiento y al Teatro de Rojas que han colaborado con el INAEM para la celebración de este concierto. Me sumo a ellos. Y vaya también un gran aplauso por la calidad mostrada en la cartelería y el impecable programa diseñados para la ocasión.

Y hay que citar la excelencia de un público respetuoso, que hasta la respiración contenía, que quedó fascinado por lo que se le estaba ofreciendo. Los aplausos y los bravos, tras cada obra, tras cada movimiento a veces, y sobre todo al final, antes y después del bis, serán de los que se recuerden, así como las caras de satisfacción de quienes pudieron asistir a un recinto que agotó las localidades con mucha antelación.

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