Por Antonio Regalado

Un Estado con Corona

Los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II forjaron un imperio en el que «nunca se ponía el sol»

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Libro: La Corona y el poder. Autor: Gabriel Elorriaga Fernández. Editorial: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Colección: Historia de la Sociedad Política, Madrid, 2015, 127 páginas. Precio: 15 euros.

El ensayo que Gabriel Elorriaga acaba de sacar a la luz lleva como subtítulo «De Luis XIV de Francia a Felipe VI de España». El texto explica con una claridad meridiana, la presencia de los Borbones en nuestro país, con todos los claroscuros de su gestión. Nuestra nación es la más antigua del Continente. Hemos sido visitados por fenicios y griegos, invadidos por Roma, por los visigodos y, posteriormente, por los musulmanes. Tras siete siglos de Reconquista, los reinos cristianos con Castilla y Aragón a la cabeza, alcanzaron la unidad de lo que hoy es nuestra patria.

Quince siglos nos separan de Recaredo.

Los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II forjaron un imperio en el que «nunca se ponía el sol». El último miembro de la dinastía de los Hasburgo en decadencia, Carlos II, «El Hechizado», nos aboca a la guerra al testamentar éste en favor del del Duque de Anjou, nieto del rey de Francia, Luis XIV , –«el estado soy yo»- frente al pretendiente austriaco, el archiduque Carlos, convirtiendo el “hecho sucesorio” en una guerra internacional.

Paseo por la Historia

Elorriaga nos pasea por la historia de España recordando cómo la Corona ha vertebrado una tierra convulsa otorgándole una estabilidad que difícilmente se obtiene cuando el poder se sustenta en regímenes presidencialistas. Baste recordar la inestabilidad de la I República con 4 presidentes en apenas un año, la II, que nos llevó directamente a la guerra incivil y el franquismo que nos privó de libertades durante casi cuatro décadas aunque nos trasladó «de la ley a la ley» hasta la Transición empujándonos a la democracia.

«La Corona ha sido el pilar más firme de la nación española», sostiene el ensayista ferrolano y trata de demostrarlo a lo largo de las 127 páginas. Es una condensación del pasado, escrito sobre una arquitectura concisa para que todo el mundo lo entienda. El abogado Elorriaga desmonta, en primer lugar, los mitos del nacionalismo catalán que se apoyan en mentiras transmitidas especialmente tras la inmersión lingüística. La guerra de Sucesión es un contencioso internacional que termina en la batalla de Almansa y entroniza a Felipe V frente al pretendiente austracista. Es rigurosamente falso que Rafael de Casanova luchara por la autonomía de Cataluña. Apoyaba a una de la partes, la que perdió la guerra, mismamente porque Inglaterra decidió no acudir con su flota para defender Barcelona. Por cierto, el archiduque Carlos provenía de una dinastía mucho más absolutista que la borbónica. La resistencia, pues, nunca fue patriótica “sino por Cataluña y por España».

El nuevo rey Felipe V convocó Cortes en Barcelona y concedió el Puerto Franco cuya repercusión económica llega hasta nuestros días al romper el monopolio del comercio sevillano con América. Suprimió simultáneamente los “puertos secos” de Castilla que eran verdaderas aduanas interiores propiciando una vigorosa actividad industrial. Las oportunidades aumentarían en las próximas décadas. Este proteccionismo se extiende hasta hoy con el FLA.

Durante el mandato de Felipe V se crean las Reales Academias de la Lengua y de la Historia, dos iniciativas culturales a semejanza de las instituciones francesas, que impulsaron la cultura y la artesanía. En los reinados de Fernando VI y de Carlos III la ilustración abre paso al absolutismo reformista impulsado por ministros tan destacados como Patiño, Campillo, Macanaz, Floridablanca y el Marqués de la Ensenada. Y es en este ambiente reformista e ilustrado en el que se estabiliza la Corona. Y los gobiernos de España. La bandera rojigualda y el himno de Granaderos van conformando un patriotismo que estallará en la Guerra de la Independencia.

La ilustración y la revolución francesas convulsionan toda nuestra vida política, económica, cultural y social. Nada de lo que sucede al otro lado de los Pirineos nos es ajeno. Goya simboliza mejor que nadie la lucha entre los afrancesados y las resistencias internas lideradas por la Iglesia. Carlos IV y Fernando VII – a la vez el Deseado y el rey Felón-, ofrecieron la imagen más penosa de la dinastía borbónica. Sus abdicaciones en Bayona permitiendo que Napoleón impusiera como rey a su hermano José Bonaparte ha sido, posiblemente, la página más ominosa de nuestra reciente Historia.

Cadiz: la soberanía del pueblo

La Guerra de Independencia produce un patriotismo españolista que se refleja fielmente en la Constitución de Cádiz (1812), quizás, el acontecimiento más singular en la recomposición de las relaciones entre la Corona y el Poder. Fue proclamada en “ausencia y cautiverio del rey”, el 19 de marzo, de ahí su nombre castizo de “La Pepa”. Unas Cortes elegidas por sufragio electoral indirecto donde la parroquia, el municipio y la provincia escogían a los diputados.

No fue una obra menor en un país invadido por las tropas francesas. Los representantes de los tres grados fueron capaces de trenzar un texto que limitará sustancialmente, de aquí en adelante, el poder el rey. Esta Constitución es el primer pacto de la Corona con el pueblo soberano, que consagra los poderes de Montesquieu. Una constitución de ideología liberal que impregnará todas las Cartas Magnas en España hasta la vigente del 78. Con su repercusión inmediata en la emancipación de las colonias de América y el Pacífico.

Este primer texto constitucional consagra la soberanía nacional como el origen del poder y el fundamento primero del Estado. Significa un paso decisivo para limitar el poder absoluto de los monarcas. Cierto que a Fernando VII le faltó tiempo para derogar La Pepa a su regreso en 1814 pero tras el pronunciamiento de Riego, el siete de marzo de 1820, acabaría jurándola de nuevo con célebre y falsa promesa de “Marchemos francamente y yo el primero por la senda constitucional...”

El ascenso y caída (con ejecución mediante la horca) de Riego en diciembre de 1923 confirman el periodo confuso que se vivía entre afrancesados, liberales y absolutistas. Esta incertidumbre política, cainita, no acabaría en la I República – un estado sin cabeza- sino que convulsionó toda la Regencia de María Cristina y el ascenso al Trono de Isabel II. Las guerras carlistas son un fiel reflejo de cómo el ejército y el clero seguían siendo siendo los estamentos más decisivos en la vida española.

Federalismo republicano

El desalojo del Congreso por el general Pavía permitió a Serrano pacificar el caos generado por los presidentes federalistas republicanos Figueras, Pi i Margall, Salmerón y Castelar. Aquellos reinos de taifas del XIX, aquellas heridas abiertas no han cicatrizado todavía. Los intentos separatistas catalanes en la II República y el golpe de Estado de Artur Mas en la actualidad con el referéndum del 27S nos recuerdan que la unidad de España se resiente en especial porque los gobiernos centrales no han tenido la valentía de promulgar leyes como las de la Prevalencia del Congreso y del Senado sobre los Parlamentos regionales o la de rescatar competencias tan esenciales como la educación o la sanidad. Hoy la CUP, con un poder decisivo asambleario y anti sistema puede volcar la historia de toda la Nación apoyando una secesión unilateral y anticonstitucional.

La corrupción, entonces y ahora, es el elemento distorsionador que impide que los partidos constitucionalistas (PP,PSOE y Ciudadanos) se enfrenten abiertamente al conglomerado de facciones que apuestan revolucionariamente por acabar con la Transición y, sin duda, con la Monarquía. .

Pero sigamos el desarrollo lineal de los acontecimientos: La Restauración puede considerarse un paréntesis, con democracia ejercida con moderación. Cánovasa y Sagasta, Canalejas, Romanones, Dato y Maura saben adaptarse bien a los tiempos cambiantes del socialismo e interpretar la tradición monárquica. El hecho diferencial de que “la soberanía reside en el pueblo”, emanado de la Revolución Francesa y aplicado por las Cortes de Cádiz desde 1812, confirma que la Nación se gestiona como un pacto de solidaridad establecido desde el pasado. Un pacto sin imposición ideológica.

Gabriel Elorriaga lo expresa con admirable sencillez: “Lo que conviene a todos, por todos debe ser aprobado”. No sucedió así con la Carta Magna de la Primera República que solo fue votada por las izquierdas con la abstención de la derecha y de la extrema izquierda.

Con el rey Alfonso XIII en el exilio, el Reino de España, tras unas elecciones municipales, se quedó sin corona. La improvisación de los republicanos convirtió la convivencia en un caos. Antes de que cuajase el Frente Popular, la legalidad no era para luchar contra el fascismo desde la democracia, como se ha dicho, sino para imponer una dictadura del proletariado a imagen y semejanza de Moscú. En este ambiente se produce la proclamación de Cataluña como República independiente dentro de una España Federal. Una provocación y un despropósito que aún colea en nuestros días.

Monarquía, libertades y Transición

Pasa el autor de “La Corona y el poder” muy de puntillas por el franquismo como depositario de la España Monárquica. Pero fue el general Francisco Franco quien avaló la sucesión en la figura del Príncipe Juan Carlos. Con talento e inteligencia se sortearon los vacíos en la cúpula de la Jefatura del Estado hasta que la Transición le otorgó toda la legitimidad en la Carta Magna del 78 y en el posterior referéndum del 6 de octubre que garantizaba una Monarquía Parlamentaria. Por tanto, con legalidad y legitimidad plenas. Por vez primera, el monarca podía “sentirse rey de todos los españoles”.

Pese a las sombras del último minuto, nadie duda de que la Corona ha prestado servicios impagables a la Nación. La alternancia en el poder del centro derecha y del centro izquierda (UCD-PP-PSOE) y el reparto territorial con la creación de las CCAA han asegurado una convivencia ejemplar. Nuestro progreso y bienestar, la igualdad y la solidaridad nunca fueron tan amplías ni ampararon a tantos españoles. España, más allá de su poder económico (estamos entre las 15 potencias mundiales) hemos entrado en el futuro. Pertenecemos a Nacionales Unidas, a la OTAN, a la UE y nuestro liderazgo iberoamericano y árabe se ha acentuado considerablemente durante el mandato de Juan Carlos I, sin duda el mejor embajador de la Marca España.

Pero como escribe el autor de este ensayo, el rey no sólo simboliza la unidad de España sino que ejerce sus poder moderador con arreglos las leyes. “La Monarquía” –escribe Gabriel Elorriaga Fernández- “no puede entenderse en la actualidad como una momia institucional que mantenga una concepción involucra o estática de las relaciones de poder, dentro de un reglamento protocolario rígido. La Corona se ha convertido en un referente dinámico de continuidad”.

La abdicación de Juan Carlos I el 2 de junio de 2014 no podemos examinarla políticamente al faltarnos perspectiva. Pero hay que valorarla de forma muy positiva porque, una vez conocidos los resultados de las elecciones generales del 20D, en estos momentos no tendríamos mayoría suficiente en las Cortes para el refrendo del nuevo Monarca. Provocar y prever esta situación hay que inscribirlo en el haber de dos políticos actuales: el presidente Mariano Rajoy y el líder de la oposición del PSOE, vicepresidente y varias veces ministro de la Corona, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Los escasos 18 meses de reinado de Felipe VI sin apenas errores ni improvisaciones auguran que, en todo caso, el sistema de forma de Estado no peligra. De momento. Su preparación, su firmeza en la defensa de la Constitución y de la unidad, su llamada al diálogo en todas direcciones son el mejor aval para la mediación en tiempos tan difíciles. Como explicó el joven monarca en Navidad, “tenemos motivos suficientes para sentirnos orgullosos de ser españoles”.

Del juancarlismo de la Transición hemos pasado a un constitucionalismo efectivo consagrado en la Carta Marga del 78 y que proclama a la monarquía como “forma política del Estado español” Una Corona que legítima y fortalece la estabilidad.

En conexión con los cambios

El ensayista está convencido de que el servicio imparcial de la Corona conectará de nuevo con los cambios y reformas necesarias, manteniendo siempre el concepto unitario de España. “Históricamente” –subraya Gabriel Elorriaga en el último párrafo del ensayo- “la Corona hizo a la Nación, y hoy, la representación de la voluntad popular, reflejada en instituciones nacionales, establece la continuidad de la Corona”.

La argumentación es irrefutable. Estas reflexiones en voz alta del ex parlamentario del PP, que de nuevo pone el dedo en la llaga para denunciar problemas y aportar soluciones, deberían de ser leídas y tenidas en cuenta por nuestros políticos en estos tiempos tan complejos como los que vivimos. Como explicó en el discurso de Navidad Felipe VI, ” podemos sentirnos orgullosos de ser españoles y de pertenecer a una gran Nación”. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

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