Sergio del Molino: «El Estado no puede cruzarse de brazos ante la despoblación»

El periodista y uno de los escritores más prometedores en España fue el protagonista este lunes del ciclo «Encuentros Literarios» en la Biblioteca de Castilla-La Mancha

El periodista y escritor Sergio del Molino Ignacio Gil
Mariano Cebrián

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Sergio del Molino (Madrid, 1979), periodista y uno de los escritores más prometedores del panorama literario español, fue el protagonista este lunes del ciclo «Encuentros Literarios», que se está celebrando en la Biblioteca de Castilla-La Mancha con motivo de su vigésimo aniversario.

Pese a su juventud, usted ha vivido muchos avatares tanto personales como profesionales. Pero, ¿cómo se digiere un éxito tan fulgurante en su carrera como escritor?

No tengo la sensación de estar digiriendo nada. Simplemente, lo vivo, intento estar a la altura de mí mismo y no dormirme en ningún laurel, que tampoco me han puesto tantos en la cabeza. Tengo mucha suerte de poder de mis palabras, y no creo que pueda permitirme muchos lujos ni muchas complacencias si quiero seguir teniendo esa suerte cuando ya nadie me llame joven.

Su primer éxito llegó con «La hora violeta», Premio Ojo Crítico y Tigre Juan en 2013, que narra la enfermedad y muerte de su hijo Pablo. ¿Qué le llevo a narrar un hecho tan dramático de su vida personal?

Fue una escritura natural e inconsciente. Siempre he vivido a través de la escritura, filtro todas mis experiencias mediante ella, y ni siquiera fui consciente de que estaba escribiendo un libro hasta que mi mujer me lo hizo notar. Lo sorprendente de «La hora violeta» no es que la escribiera, que es una reacción bastante natural en un escritor frente a su trauma, sino que a alguien al otro lado le interese, lo considere valioso o que, incluso, lo haya convertido en uno de los libros de su vida. Eso es emocionante e inexplicable, no sé qué embrujo extraño crea ese libro con sus lectores.

Sin embargo, su mayor éxito de público lo logró con un ensayo sobre la despoblación, «La España vacía». En el libro hace un análisis del desequilibrio entre el campo y la ciudad. Lo que no me queda claro, después de haberlo leído, es si usted considera este fenómeno como un problema o como una oportunidad.

Es que no creo que «La España vacía» trate sobre la despoblación. Es un ensayo que parte de la despoblación como un eje de conflicto para explorar España desde un punto de vista, en buena medida, insólito. Creo que ese desequilibrio territorial es un rasgo cultural muy marcado que explica el país mucho mejor que otras dialécticas. El fenómeno es obviamente un problema, especialmente, para quienes lo sufren. Pero lo que a mí me interesa es pasear y pensar sobre mi país como narrador y como ciudadano curioso.

En «La España vacía» hace una descripción de unos hechos, sin dar unas soluciones claras. ¿Cuáles cree que pueden ser las posibles soluciones?

No creo que sea la misión de un escritor dar soluciones para nada. Si las tuviera, no habría escrito un libro, me presentaría a las elecciones. Además, no creo que haya ningún remedio. Lo que hay que hacer es ingrato y sin rentabilidad electoral: administrar los territorios de la España vacía. Hacer que el Estado esté presente en todos los rincones y no permitir que la población dispersa y envejecida del interior del país se sienta marginada del devenir de la nación. Eso no sólo es caro, sino muy difícil, pero es un imperativo democrático. El Estado no se puede encoger de hombros ante la despoblación.

Usted es de Aragón, una de las comunidades autónomas más castigadas por la despoblación. Algo que comparten determinadas zonas rurales de Guadalajara y Cuenca sobre todo. Aunque conocerá más el caso de su tierra, ¿qué es lo que sabe del caso de Castilla-La Mancha?

Castilla-La Mancha es una comunidad enorme que, aunque tiene una baja densidad de población en general, engloba zonas con problemas muy dispares. La parte de Castilla-La Mancha que encaja más en lo que sería la España vacía son las provincias orientales: en Guadalajara y Cuenca se registran las densidades de población más bajas de Europa occidental. El principal problema que tiene una comunidad tan extensa y tan poco poblada es administrarla sin violentar el principio de igualdad de los ciudadanos. En ese sentido, no ayudaron los empeños de María Dolores de Cospedal por achicar el parlamento autonómico. En lugares así se necesitan instituciones que potencien la pluralidad, no que la reduzcan.

En su última novela, «La mirada de los peces», vuelve a sacar de la chistera algún aspecto autobiográfico de su juventud. En esa edad en la que se forja la personalidad de una persona, destaca su profesor de filosofía del instituto, Antonio Aramayona, que le desveló que iba a suicidarse y que le dejó una profunda huella. ¿Hasta qué punto puede marcar la figura de un maestro?

En mi caso, mucho; pero creo que soy un poco raro. Los profesores, por lo general, pasan rápido y sin poso, y cuando lo dejan suele ser amargo. Los recordamos por lo malos que fueron, no por lo buenos. Mi caso con Antonio (no sólo el mío, el de muchos otros alumnos) es muy extraño. Creo que fue decisivo en mi vocación literaria; probablemente, no sería escritor si no me hubiera cruzado con él. O sería un escritor distinto. Me sacó del cascarón.

Pero su carrera literaria no ha parado y la próxima semana se publicará su libro «Lugares fuera de sitio», con el que ha ganado recientemente el premio Espasa de Ensayo 2018. En él vuelve a recorrer pequeños territorios fronterizos en los confines de España en busca de razones para la convivencia en un momento en el que a muchos les cuesta encontrarlas. ¿Cree que el hombre sigue siendo el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra?

Creo que no llevamos bien la paz y la monotonía de una sociedad próspera. Tal vez haya un fondo tribal que reclama épica. No soportamos que nuestras vidas transcurran sin un sentido y los nacionalismos ofrecen la oportunidad de ser héroes, de sentirse parte de algo grande por lo que merece la pena sacrificarse. Aclara mucho el panorama, señalando a los buenos y a los malos. Hay mucha gente que se siente cómoda con ese esquema, porque la alternativa es el vacío y la ambigüedad moral. No creo que esta piedra sea la misma que otras veces, porque esta vez es una respuesta a un mundo globalizado y aculturizado, donde muchos individuos se sienten anulados, paradójicamente, en una sociedad liberal que exalta el individualismo.

Como periodista, ¿qué consejo le da un joven que quiera dedicarse a esta profesión?

Que se haga valer, no trabajando gratis ni a cambio de ninguna visibilidad, y que ahorre, que va a pasar hambre.

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