Mari Luz González Canales - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Rusiñol: El catalán de La Mancha

El pintor escribió una novela que narra la historia de un obrero revolucionario catalán que se refugia en un pueblo manchego imaginario

Mari Luz González Canales
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El catalán Santiago Rusiñol, «el pintor de los jardines», fue también un notable escritor al que debemos una novela de sugestivo título, El catalá de La Mancha, publicada en 1914. En ella plantea una reflexión sobre la imposibilidad de regenerar a España desde Cataluña, oponiéndose así a la corriente de opinión que preconizaba a principios del siglo XX la élite intelectual catalana.

Cien años después, por obvias razones de actualidad, la novela de Rusiñol cobra un renacido interés por cuanto sirve para valorar lo que va de entonces a ahora en tocante a la relación de Cataluña y el resto de España.

En aquellos tiempos, el desastre colonial del 98 hizo recapacitar a los sectores intelectuales sobre los males del Estado y la necesidad de un proceso urgente de regeneración.

La receta a la catalana era clara: Había que catalanizar España, lo que equivalía a decir modernizarla. Pero Rusiñol tenía al respecto un punto de vista pesimista.

El argumento de El catalá de la Mancha aborda la historia de un obrero revolucionario catalán de ideas avanzadas que, tras participar en la Semana Trágica -Rusiñol la llama «Semana Gloriosa» a la manera de los círculos izquierdistas en los que se movía-, se ve obligado a huir de Barcelona y se refugia en un pueblo imaginario de La Mancha, de nombre «Cantalafuente», en donde se dedica a difundir su ideario entre la grey de recalcitrantes aldeanos.

Nada más llegar al pueblo manchego, su amigo Ignacio, catalán como él y dueño del café, le advierte de la quimera de redimir a aquellas gentes sumidas en el «embrutecimiento tras tantos siglos de vivir esclavos», lo cual en absoluto disuade a nuestro protagonista -nombrado en la novela simplemente como «el catalán»- sino que, por el contrario, se aplica con toda energía a implantar entre los campesinos el programa del movimiento obrero de Cataluña, intentando organizar una cooperativa, un sindicato, un banco de crédito agrícola, una biblioteca, un semanario, un orfeón, una reforma agraria, una subida de sueldos, un mitin y una huelga. «Aquellos cabreros legendarios necesitaban un pastor», reflexiona el protagonista, convencido de que él era ese guía.

Su liderazgo acaba en un clamoroso fracaso porque los lugareños, apegados a sus tradiciones, se niegan a comulgar con su ideario progresista, e incluso su propio hijo se contaminará del entorno y acabará metiéndose a torero, con el consiguiente pasmo y frustración de su desalentado padre. Para colmo de males, Juanillo de la Mancha (que tal era su nombre taurino) morirá embestido por un toro al que se enfrenta temerariamente tratando de ganarse el amor no correspondido de una bailadora flamenca, llamada La Golfa. Todo un cuadro folklórico de trágico sarcasmo.

Rusiñol escribe esta tragicomedia en una etapa de madurez ideológica, cuando se afianza su escepticismo sobre la capacidad de transformar la sociedad mediante la cultura. «¿Pa qué?»será la repetida respuesta de los manchegos a todas las iniciativas del activista, que, ante la evidencia de su fracaso, exclamará «los hombres pueden más que los libros», convencido de que resulta imposible «remover a las masas con sus discursos allí donde no hay más que campesinos abocados a la tierra gris, del color gris de la tierra».

Con el envío a La Mancha de su idealista revolucionario, Rusiñol devuelve, a modo de homenaje, la visita que Don Quijote hizo a Barcelona, y ambos, Don Quijote y el revolucionario, salen malparados de sus respectivas aventuras.

La novela describe la entrañable geografía cervantina y se puebla de arquetipos y escenarios manchegos, pero realmente sus personajes son más herederos de Sancho Panza que del idealista caballero andante: «Todos aquellos hombres que no hablaban, que estaban en el café como podían estar en misa; que se pasaban la tarde cabizbajos alrededor de la mesa como si estuvieran velando a un muerto, ofrecían una estampa carente de civilización aún en aquellos tiempos; parecían, vistos en su conjunto, carne de soldado o de emigrante, carne que habría de ir a servir al rey, o de marcharse a América».

El pintor-novelista caricaturiza la supuesta «hegemonía catalana» creando un personaje quijotesco, empachado por las lecturas mal asimiladas de la Biblioteca Sociológica Internacional -calificadas por el autor como «libros de caballería social»- con la que se nutría la ideología revolucionaria del proletariado catalán. Su Quijote resulta ser un visionario moderno, vencido por la inercia del campesinado manchego, refractario a cualquier acción de emancipación social y de progreso.

La anécdota argumental de un padre catalanista al que le sale un hijo torero, se halla ya recogida en un texto escrito por Rusiñol en tierras manchegas y publicado en 1911 en la revista satírica L´Esquella de la Torratxa, bajo su habitual seudónimo de Xarau. En él cuestiona la jactancia de aquellos catalanes que creían en la preponderancia absoluta de Cataluña respecto al resto del Estado español, una de las principales premisas del programa nacionalista «Catalunya enfora» (Cataluña afuera) de la Lliga Regionalista.

La novela fue escrita por Rusiñol en los intermedios de sus sesiones pictóricas en Aranjuez, en la primavera de 1913, durante una etapa en la que Rusiñol realizó numerosos viajes a pueblos de La Mancha (Yepes, Ocaña, Madridejos, Tembleque y Toledo) tomando notas para su novela, que publicaría un año después.

Pero su primera incursión en La Mancha había tenido lugar en septiembre de 1891, cuando, con motivo de la inundación catastrófica del río Amarguillo ocurrida en Consuegra aquel año, acompañó al director de La Vanguardia al pueblo manchego con la misión de escribir unas crónicas del suceso. El periódico se había hecho eco de la trágica inundación abriendo una suscripción popular para ayuda de los centenares de damnificados cuyo hogar quedó destruido.

El catalá de la Mancha tuvo una gran acogida entre el público y fue galardonada en los Juegos Florales de Barcelona de 1915 con el premio Fastenrath destinado a la «mejor novela original en lengua catalana publicada en los seis últimos años, (entre 1909 y 1914)». Más adelante sería traducida al castellano y al francés.

La enorme distancia socio-económica que existía a principios del pasado siglo entre Cataluña y La Mancha, retratada con sarcasmo en la novela de Santiago Rusiñol, se ha ido acortando sensiblemente en las últimas décadas merced a la inyección de progreso que han supuesto para Castilla-La Mancha los años de democracia. La región de los «sanchopancistas rusiñolianos» es hoy una Comunidad Autónoma con voz política propia, en pleno impulso de modernización, recorrida por modernas autovías y trenes de alta velocidad… Y cabe preguntarse si esto no provoca a algunos nacionalistas catalanes cierta nostalgia del pasado, cuando Cataluña enseñoreaba su indiscutible hegemonía sobre el resto de España, y si no será ese sentimiento de añoranza el que se halla en la base de lo que hoy convulsiona la actualidad catalana.

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