José Rosell Villasevil - SENCILLAMENTE CERVANTES XIII

¿Fue alumno de los Jesuitas?

La opinión generalizada entre sus mejores biógrafos coincide en que la formación humanística -no universitaria- de Cervantes, adquirida en Córdoba, y luego en Sevilla hasta los 17 años, tiene toda la pinta de ser fruto de la singular docencia de los Jesuitas

José Rosell Villasevil
Toledo Actualizado: Guardar
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El día 8 de octubre de 1555 tenía lugar un acontecimiento memorable para la ciudad de Córdoba, por tantas cosas ya gloriosa. Luego de solucionar el complejo entramado adaptativo del palacio, tan generosamente donado por el deán don Juan de Córdoba, así como superados los escrúpulos de conciencia por parte de la Compañía de Jesús, ante el sincero arrepentimiento por los pecadillos carnales que hubo cometido en su vida, sin merma empero de su mucha bondad, la Compañía inauguraba el Colegio de Santa Catalina, con su primer curso de Gramática y Humanidades. Seguro que los huesos de Séneca se removieron de gozo en su ignorada tumba. Cientos de niños de toda clase social, iniciaban con ilusión el feliz alumnado.

¿Se hallaba Miguel entre ellos? ¿Fue alumno del inefable P.

Acevedo? ¿Continuó asistiendo al Colegio de de los PP JJ. de Sevilla, una vez que de allí fue vecino?

Y aquí las pruebas, veladas tras las sombras del tiempo, brillan por su ausencia. El niño estaba preparado para ello y ganas no le faltarían; añadido a esto la amistad de su abuelo con el deán, así como la influencia lógica de quien sigue siendo letrado mayor del Consistorio cordobés, afirmativamente parecen corroborarlo.

La opinión generalizada entre sus mejores biógrafos, encabezados por el ilustre sevillano Francisco Rodríguez Marín, así como por el no menos brillante conquense, Luis Astrana Marín, coinciden en que la formación humanística -no universitaria- de Cervantes, adquirida en Córdoba, y luego en Sevilla hasta los 17 años, tiene toda la pinta de ser fruto de la singular docencia de los Jesuitas.

Se ha hablado mucho del P. Acevedo como uno de sus profesores, gran amante del teatro -que ponía en práctica con los niños- y que tanto pudo influir en la afición de Miguel, quien, por boca de Don Quijote, confiesa que «desde muchacho se me iban los ojos tras de la farándula».

En la deliciosa Ejemplar «El Coloquio de los Perros», el pícaro can Berganza cuenta al paciente Cipión, en aquella larga velada nocturna del Hospital de la Resurrección vallisoletano, cómo sirvió una vez a un rico mercader de Sevilla, y cómo acompañaba a sus hijos, con mucha pompa, al Colegio de la Compañía, llevándoles la cartera. Así cómo, en cierta ocasión, que habiéndoseles olvidado el «Vademécum», corrió a la casa en su busca, y cuando volvió a entregarlo, se quedó en plena clase boquiabierto, sentado en cuclillas, para escuchar la lección del sabio religioso.

Y aunque éstos, diesen luego queja al mercadeder, para que el perro no entrase más con los chicos en las aulas, Berganza no lo tiene en cuenta y añade agradecido: «Recibí gusto en ver el amor con que tratan a los niños aquellos benditos padres y maestros (…) porque no tomasen mal siniestro en el camino de la virtud, que juntamente con las letras les mostraban. Consideraba cómo los reñían con suavidad, los castigaban con misericordia, los animaban con ejemplos, los incitaban con premios, los sobrellevaban con cordura, y, finalmente, cómo les pintban la fealdad y el horror de los vicios y les dibujaban la hermosura de las virtudes...»

¿Acaso no estimas conmigo, discreto lector, que semejantes alabanzas no son explicables en alguien que no haya vivido muy dentro de su alma tales experiencias?

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