Antonio Illán Illán - Crítica

'Pídeme perdón' o el teatro sin taras de Perigallo

«Es teatro necesario que entretiene y toca la conciencia a la vez y no sobre el sexo de los ángeles, sino sobre lo que cada uno y cada día podemos tener al lado o dentro de nosotros mismos»

Por ANTONIO ILLÁN ILLÁN

Día Mundial del Teatro. 27 de marzo. «Los seres humanos se cuentan historias desde tiempos muy remotos, desde que existimos en el planeta. La maravillosa cultura del teatro vivirá mientras habitemos la Tierra. La impulsión creativa de los escritores, de los diseñadores, de los cantantes, de los actores, de los músicos y de los directores, no será jamás estrangulada y en un futuro muy cercano se desarrollará otra vez con fuerza y con una nueva manera de ver el mundo». Esto lo dice Helen Mirre n en el mensaje de este año para este día singular. Celia Nadal ha leído el mensaje completo, igual que se hace hoy en todos los teatros del mundo que han tenido la valentía, como el toledano, de abrir las puertas al público y el escenario a los actores. Unos tenemos hambre de cultura, los otros tienen hambre de vivir.

La vida se viste de teatro muchas veces, lo vemos cada día. El teatro se viste de vida en muchas ocasiones, de la vida real, de lo que le pasa a la gente. Esto es lo que nos muestra el texto que han pergeñado Celia Nadal y Javier Manzanera para este espectáculo de cruda realidad, de reflexión y de humor, que tan pronto te hace reír como te deja helado. Y lo han representado tres excelentes actores, desarrollando un trabajo interpretativo de aúpa.

Pídeme perdón (o cómo volver a la calle del Mariano) presenta una muy bien hilada trama fácil de seguir: Antuán, un actor en precario con una minusvalía que le ha producido el golpe de un policía, al que busca en demanda de perdón, y que persigue la popularidad en las redes transmitiendo en directo su suicidio; Flor, la policía que produjo accidentalmente la lesión al actor y que se ha retirado para encontrar la tranquilidad en una granja en su pueblo; y Pedro, policía en activo, amigo de Flor, que arrastra traumas por maltrato en su infancia. De los encuentros entre ellos surgirán el diálogo y las múltiples situaciones de la acción.

En el desarrollo se suceden escenas sobre hechos reales en la sociedad de hoy como pueden ser la precariedad del propio universo de los actores, la violencia institucional, el sentido del deber, el maltrato infantil o la infancia perdida, los desahucios, el suicidio como hecho del que nunca se informa o los traumas que todas las personas llevan dentro y condicionan su vida. Pero esto no es un teatro de filosofía sino de conversaciones cotidianas que nos van llevando sin solución de continuidad de lo superficial a lo profundo. Los tres personajes manifiestan tener una tara de la que son víctima y estarán condicionados por ella hasta que la afronten, la asuman y la superen. Quizá el desenlace sea lo menos conseguido del texto y del espectáculo, pues queda un poquito pastel ese puzle de coincidencias, como si quisieran los autores dejar un sabor de boca dulzón a los espectadores tras haberles dado buenas dosis de acerva realidad. Y la realidad humana no solo se compone de hechos, sino también, y muy esencialmente, de emociones; y este universo emocional de contrarios es lo que nos ofrece la obra: la alegría, la amargura y la angustia, el remordimiento, el perdón y la venganza, la amistad, la nostalgia y el cambio. Y lo bueno es que todo se sirve con naturalidad y con humor y con muy estudiados efectos interpretativos.

Evidentemente, los «perigallo» hacen un teatro realista que no huye de algunos simbolismos y que se acerca a veces al expresionismo. Es una forma de hacer que interpela al espectador formulándole preguntas y llevándole a situaciones extremas en las que casi se le exige que adopte una postura, que se incline a favor de lo que representa alguno de los personajes en liza. Y luego se vuelven las tornas y quien parecía la víctima o el maltratado resulta que se vuelve maltratador. Sin embargo, a veces echa mano de lo poético (en este caso el recuerdo a Lorca y La comedia sin título es evidente). Es el juego del teatro. El jugoso humor negro es un buen recurso, casi como un puñetazo en el estómago, o mejor en la sensibilidad, de quien respira con la mascarilla sentado en el patio de butacas.

El espectáculo se sostiene también por la estupenda dirección de Antonio C. Guijosa, que logra un tempo sostenido en toda la obra, en la que el ritmo no decae y que, en combinación con el texto, va moteando la acción con impactos, unas veces de lenguaje, otras de gesto o movimiento y siempre con el sinuoso ir y venir de los personajes que entretejen su pasado y su futuro. Por supuesto, son indispensables tres magníficos actores versátiles y dotados con una excelente naturalidad y con una envidiable química entre ellos, seguramente amplificada por su larga trayectoria juntos. Tanto Celia Nadal , como Javier Manzanera y Pedro Almagro alumbran unos personajes con vida, sin trampa ni cartón. Cambian las situaciones y los registros interpretativos como si tal cosa fuera fácil. Ellos lo hacen naturalmente fácil, sin duda.

La imaginativa puesta en escena de Mónica Teijeiro facilita las transiciones y los cambios de lugar sin ningún problema; su multifuncionalidad facilita muy bien la comprensión de los entornos con el solo movimiento de algunos de los módulos que la componen. Las proyecciones a modo de titular también ayudan a situar lo que pasa. La iluminación correcta siempre toma protagonismo para enfatizar algunos momentos especialmente significativos.

En suma, la propuesta de Perigallo es de las que merecen la pena. Es el teatro de lo poco que da mucho. Es el trabajo que une la artesanía y el arte y ofrece buen pan candeal para el espectador con hambre de cultura. Es teatro necesario que entretiene y toca la conciencia a la vez y no sobre el sexo de los ángeles, sino sobre lo que cada uno y cada día podemos tener al lado o dentro de nosotros mismos. El aplauso consistente y denso del público, que llenaba las localidades que puede poner en ventanilla el Rojas, fue más que merecido.

¡Que siga el teatro abierto! «No se puede prescindir del teatro» como escribió Chéjov, porque «habla y grita, llora y se desespera», como afirmaba García Lorca, pues el teatro es todo, es belleza, y «sólo la belleza salvará el mundo», como dijo Dostoyevski, y por último, como apuntó Voltaire,«quienquiera que lo condene, es enemigo de su país». Hoy Día Mundial del Teatro.

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