Antonio Illán Illán - Crítica

«Hojas de cobre», la novela proteica de Vicente Magaña

«Ambiciosa, prolija, bien trabajada, rica de léxico y amena»

Antonio ILLÁN ILLÁN

Vicente Magaña , maestro de la vieja escuela y luego un adalid de la renovación pedagógica desde la dirección del Centro de Profesores de Talavera, ha dado a la imprenta una novela otoñal que bien merece unas prolongadas horas de lectura.

Hojas de cobre , editorial Círculo Rojo (octubre 2020), nos pone sobre las manos y ante los ojos 400 páginas de una novela proteica, en la que se concilian la historia y la ficción, el amor y el desafecto, el caciqueo y el servilismo, las venganzas resueltas o sin resolver, la vida campestre, un marco temporal tripartito que transita por la monarquía alfonsina, la república y la guerra civil, unos lugares difusos sobre la raya de Portugal, a uno y otro lado de la frontera, un pueblo sin nombre y una gran hacienda, historias que se entretejen en un ovillo bien hilado y buen número de personajes de toda condición. La icosaédrica visión que el autor plasma página tras página concilia, en el crisol de la literatura, puntos de vista muy diversos, ya sean sociales, psicológicos, antropológicos, históricos, religiosos, etnológicos y, por momentos, metafísicos. Pero estamos hablando de una novela, no de un ensayo novelado ni de una novela ensayo.

Es esta una obra de protagonismos repartidos, en la que cada uno tiene su historia lineal, aunque se entrecruce con otras en la red que se teje entre todos. Tan importante es Nilo, como Cristina, Tomás, Simón, Beatriz, Marta, Rosa, Nieves, don Severo, Malvido, Juan o los innumerables personajes que entran y salen sin nombre propio. Y más importante que todos ellos es el personaje colectivo, el contexto social, que nos retrata, con ficción y con vívidas imágenes, tres Españas: la analfabeta del pueblo y la dehesa, donde las fuerzas vivas, con el cacique en la cúspide, domina el universo del quehacer cotidiano; la España que eclosiona con la ilusión de la cultura durante la república; y la España del alzamiento y la devastación de la guerra civil. Difuminar las fronteras entre lo ficcional y lo real es tarea del autor y, a su vez, también lo es del lector, que debe introducirse en el texto con la profundidad que lo hace en la tierra un arado de vertedera y no con la liviandad del surco de un arado romano. Está bien para la motivación lectora, para la capacidad de sorpresa y para seguir enganchado al ver qué viene ahora, que el autor no nos allane el camino y que nos lo serpentee, con toda intención, por la diversidad de acciones, intenciones, lugares y tiempos en que se desenvuelven los personajes. Esto es lo que nos hace, como lectores activos diestros, caminar junto a lo que se narra e, incluso, sacar nuestras propias conclusiones sobre lo que pasa, lo que se cuenta, lo que se evoca o lo que se intuye.

No es baladí la utilización del término proteico para referirme a la novela de Magaña, pues esta concepción bajtiana nos sirve para definir ese enfrentamiento dialéctico entre varios universos narrativos o entre las distintas cosmovisiones representadas por varios personajes, que, en su entrelazarse, producen una verdadera impresión de realidad y de verismo. En Hojas de cobre es evidente, entre otros opósitos, la visión que nos presenta el personaje más puramente literario e irreal de Beatriz, definida como maga, que no lo es tanto y sí es la hija de un maestro que había bebido de la Institución Libre de Enseñanza, frente a la visión egocéntrica del cacique Tomás. Hay otros muchos elementos enfrentados a lo largo del texto. En ese cambio de planos narrativos, con intromisiones de momentos sublimes, como el paso por la zona de las misiones pedagógicas, con nombres como los de María Zambrano y Luis Cernuda, o las diversas acometidas con escenas de caza al acecho y de furtivismo, se encuentra el más fascinante temple estético del autor. Son estas quizá las páginas más memorables de la novela.

«Las historias, nuestras historias, son irreversibles; por mucho que queramos destilar el pasado, no existen alambiques para ello», dice un personaje en un momento determinado. No hay vuelta atrás en esta novela. Lo que pasa pasa, menos el tiempo de los caciques, que dura y dura. Y llegado el momento, unos personajes se diluyen, otros mueren y los más se adaptan a las circunstancias. La vida misma. Algunos, en cambio, toman alma y sobrevuelan por encima de los demás, aunque su protagonismo pueda parecer menor, como es el de Beatriz, la maga, que ni es cartomántica, ni bruja ni santera, pero deesa convocar a las fuerzas positivas de la vida.

Novela realista que deja espacio para cierto toque sentimental, que me recuerda el título de Susana Tamar o Va' dove ti porta il cuore , pues suele ser frecuente la apostilla o el consejo de unos a otros, ante una decisión que tomar, de dejarse guiar por el corazón. Es verdad que la peripecia se sitúa en contextos sociales reconocibles y reales; sin embargo, no se puede hablar de que haya rigor historicista. Magaña crea la realidad y no reproduce directamente lo observado ni lo puramente histórico, ni siquiera en capítulos tan reconocibles como el 20, donde se habla de las misiones pedagógicas, o cuando refleja el paso de las tropas de Yagüe por Extremadura o en los casos en los que se describe las cacerías o el furtiveo. Mejor tendríamos que hablar de esta novela como una creación que es, en sí misma, un mundo de ilusión y formas simbólicas. Como dice el autor en cierto pasaje: «Y entre el desparpajo y el recreo de los temas calientes se encorsetaba la conversación. Eso sí, poniendo de excusa la literatura, que era una forma de hablar de la realidad con el encubrimiento de la ficción». Evidentemente ni el autor ni el lector de Hojas de cobre va a confundir en ningún momento realidad y verdad. El toque de modernidad, o, mejor dicho, el guiño siglo XXI, viene dado por el hecho de que sean las mujeres las que lleven la voz cantante en todas las historias, y no solo las que opinan y deciden, sino las que son capaces de cambiar para mejorar su vida y las de otros.

Enhorabuena a Vicente Magaña por esta ambiciosa, prolija, bien trabajada, rica de léxico y amena novela. Animo a quienes amen la lectura de detalle a que adquieran estas Hojas de cobre y la lean con la certidumbre de que ganarán para la cultura, y para la altura de miras, el tiempo que inviertan, y con ello no van a dejar, como Beatriz, cerrando el libro, su soledad sobre la mesa

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