Antonio Illán Illán - Crítica

El héroe y el actor habitan en las palabras

El Mio Cid de José Luis Gómez

ABC

Por ANTONIO ILLÁN ILLÁN

El Poema del Cid es un cantar de gesta. Nació para ser cantado o para ser dicho en voz alta a un público que escucha. Es un texto épico que narra hechos y describe personas reales y, en cierto modo también, legendarios. Importa lo que se cuenta y, en una producción como la que lleva a cabo José Luis Gómez con el Teatro de la Abadía, importa mucho cómo se cuenta y cómo se presenta y representa lo contado. Es importante la voz y lo es el gesto, el movimiento. No es lo mismo leer el Mio Cid o que te lo cuente/represente José Luis Gómez . Cuando lo leo me fijo mucho en el nivel del héroe y de los personajes que lo secundan, en el aspecto socioeconómico de una burguesía en ciernes o en el nivel político de Castilla contra León o de lo que supone una propaganda de la época dirigida contra el sistema y la clase dominante, donde los grandes «traidores» del poema son los mestureros cortesanos que rodean al rey Alfonso VI y los infantes de Carrión, en quienes brillan por su ausencia los valores de su categoría social. El Cid se mitifica: lo hace el poema y lo hace la dramaturgia que han elaborado Brenda Escobedo y José Luis Gómez . ¡Pero está tan gozosamente contado!

José Luis Gómez ABC

Sentado en el patio de butacas y viendo y escuchando al juglar/comediante José Luis Gómez sintiendo, más que diciendo, las palabras, habitando en ellas como se habita en el afecto de los abuelos y los bisabuelos del idioma, me sentí parte de un auditorio encariñado con las leyendas en uno de aquellos castillos o en las plazas de las ciudades, recibiendo con la boca abierta el contenido (¡y la forma!) del poema heroico, que se propone evocar, engrandeciéndolos, hechos pasados, reales o ficticios. Y siempre saboreando esa fraseología consagrada en el cantar tan grata a aquellos juglares y a aquel público, que es uno de los rasgos importantes que caracterizan al estilo épico oral. ¡Qué bien ha vivido y revivido José Luis Gómez , en la narración que discurre por las anécdotas más significativas de las tres partes del poema, las expresiones cristalizadas por la tradición y repetidas como fórmulas rituales! La lengua naciente, hermosa en aquella fonética medieval tan excelentemente recreada que nos ofrece un castellano sonoro y cristalino, nos hace ver que el nombre del héroe va acompañado de la frase “el que en buen hora nació o el que en buen hora ciñó espada”. Y qué bien ha teatralizado todo lo que va pasando. Hemos podido ver, más que imaginar, la salida de Burgos y el encuentro con la niña o el episodio del león y el miedo de los de Carrión, que llega a descomponer sus cuerpos y manchar sus túnicas o la afrenta de Corpes en la que el caso de violencia y malos tratos con las hijas del Cid ha estado tan bien expresado, tanto por el actor como por la proyección de sombras en el fondo del escenario. ¡Son tantos los detalles! Es que hay que verlo y oírlo. La libertad de esta cultura da más valor a una vida que las cañas en una terraza.

José Luis Gómez con su Mio Cid puede pasar del tono vigoroso de los versos con ecos de fragor de combate o de grito guerrero a la sobria dignidad de sentimientos más tiernos, como los que expresa sobre el amor conyugal o el filial. Y puede matizar la profundidad íntima del dolor que se aprecia en algunos versos, a la incertidumbre del futuro en otros; incluso la admiración está presente y la hace patente el comediante más que el juglar. La emoción contenida es siempre preferida en texto y dramaturga a la blandura de las efusiones. Digamos de José Luis Gómez algo que se dice del Cid: «fablaba bien e tan mesurado».

Mio Cid es toda una lección magistral sobre el Cantar y también de interpretación (ademanes corporales impecables con especial incidencia en el rostro y sus variadísimos matices de contenido expresivo, uso excepcional de la voz y sus matices: piedad, respeto, lástima, pleitesía, afecto, amistad, etc…).

En el constructo dramatúrgico se alterna el recitado de los tres cantares de la obra con explicaciones o digresiones en las que se resume el argumento y se introducen observaciones lingüísticas. Todo esto acerca y ayuda a la comprensión, especialmente a aquellos espectadores que no hayan leído nunca la obra original.

Hay que agradecer al juglar/comediante José Luis Gómez su esfuerzo para asimilar el castellano antiguo en su forma y su significado y su maestría en el arte de recitarlo y enriquecerlo con apreciaciones jugosas sobre la riqueza de nuestra lengua; incluso algunas salidas del texto propiamente dicho (el recitado en un muy sonoro alemán de un monólogo de Segismundo, el héroe de La vida es sueño) también vienen en ayuda para comprender lo que él está haciendo sobre las tablas.

En esta interpretación el actor se desdobla en el juglar de antaño y en el «cómico de la lengua» que nos descubre el amor por el idioma común de quinientos millones de hablantes (ancestrales vocales que expresan sentimientos o consonantes que sirven para trasladar acciones o hechos. Nos hace ver que en nuestra lengua castellana del Cantar están representadas, vivientes y convivientes, todas las demás lenguas antiguas de nuestro país: el bable, el vascuence, el gallego, el catalán, el valenciano, el navarroaragonés, el leonés…

Una parte muy significativa de este original espectáculo lo constituye la música en clave brechtiana y también con ecos de Kurt Weill. Se administra muy bien por parte de la dirección teatral y por la propia interpretación sutil de la muy elegante Helena Fernández Moreno.

La iluminación es clave para significar protagonismos, siempre con una intensidad equilibrada, con un matiz muy importante: se ilumina a veces la zona de espectadores. Esta idea, que rompe los esquemas de la cuarta pared, sirve para establecer, si no un diálogo, si una complicidad entre el actor y la personas a las que se está dirigiendo. Así mismo, las proyecciones con efectos dinámicos y de creación de personajes innominados o situaciones que ambientan los contextos de los hechos que se narran son también muy eficaces.

A la lección del Cantar, de la lengua, de los valores actorales, de la cultura, hay que añadir la lección humana de este actor, siempre joven, que es José Luis Gómez que a estas alturas ha tenido la valentía de arrostrar un reto de singular envergadura. ¡Enhorabuena, maestro!

Huelga decir, pero hay que hacerlo, que los espectadores aplaudieron de pie y con ¡bravos! repetidos el excelente trabajo realizado. Hay que agradecer también al Teatro de Rojas, uno de los pocos hitos culturales que está manteniendo el tipo con gallardía en estos tiempos, que programe obras como esta, que son un don cultural excepcional e importantísimo en un mundo que parece vivir en la mística engañosa de las cañas y los bares.

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