Antonio Conde Bajén - Opinión

Reivindicando los méritos de un torero (Esquivias, 1 de mayo de 2021)

Nacho Torrejón supo andarle a los que le tocaron en suerte y ahí cimentó toda su técnica, su estética, su saber y su valor; en resumen, su personalidad

Por Antonio CONDE BAJÉN

Cuando se va a festejos sin caballos uno ya debe saber que va a ver el futuro de la Fiesta, donde sus protagonistas no dejan de ser aprendices, por lo que de lo primero que se debe ir vestido es de comprensión. Tonto será el que pretenda ir con un espíritu crítico propio de ferias grandes en vez de con un ánimo de ver qué es lo que se esconde en los escalafones inferiores de lo que será la tauromaquia en los años venideros. No se trata tanto de ver una gran faena sino de la ilusión de descubrir un posible diamante, forzosamente en bruto, que podría adornar los futuros paseíllos de las corridas de cuatreños. Y eso no siempre ocurre. No se trata de ver valores presentes sino de adivinar capacidades con potencial, sensibilidades con recorrido, criterios en crecimiento.

Cupo la suerte de ver todo eso en Esquivias, donde destacó el joven Nacho Torrejón. No quiero poner en relevancia ahora «sólo» una técnica bien aprendida, una estética innegable, un valor común a cualquiera que se ponga delante de una pechá de quilos astados. Porque Torrejón toreó muy bien y con él disfrutamos de un magnífico uso de los trastos, del acero y sabiendo los terrenos que pisaba; sí, esos terrenos, ese uso de los pies que tan olvidados han quedado con un abuso de academicismo que se esconde tras el carretón. Con Nacho Torrejón (era su segundo festejo vestido de luces) pudimos disfrutar de algo tan antiguo como es «saber andarle a los toros»; eso que el propio Pedro Romero destacaba en sus cartas de dación de cuentas a Fernando VII, como director de la Escuela de Tauromaquia, cuando le informaba qué alumnos había seleccionado y sus razones. En ellas le relataba al monarca felón su preferencia en elegir a mozos de matadero porque «sabían andarle a los toros», sin que para ello hiciera falta que los bureles de los corrales de esos mataderos fueran precisamente bravos. Andarle a los toros hoy es casi una reliquia en el tiempo que antes era muy común en una sociedad rural y que hoy se quiere cambiar por horas de escuela y carretón. Algo que, a base de festejos, sólo podrá adquirirse con demasiados paseíllos.

Torrejón supo andarle a los que le tocaron en suerte y ahí cimentó toda su técnica, su estética, su saber y su valor; en resumen, su personalidad. Porque es imposible desplegarla sin asiento en el suelo, sin seguridad en la base que sujeta capote y muleta. En su toreo pausado, lucido, elegante, se traslucían muchas tardes de apartados, de herraderos, de labores de campo que demasiados novilleros quieren sustituir por clases teóricas delante de carretones y toreos de salón. En su pisar por el coso de Esquivias pudimos ver horas de sacrificio con y hacia el toro, de las que sólo una ínfima proporción, forzosamente, pueden corresponder a la plaza de tientas. Sólo toreando no se aprende a torear; lo dejaba ver Pedro Romero y yo lo repito ahora.

Que nadie busque explicaciones a la enorme superioridad que demostró Torrejón en una mayor disponibilidad de bureles y vacas, porque en este año Covid se ha toreado en el campo más de lo que ningún novillero pensó que sería posible. Su éxito se debe a horas de sacrificio y de vocación por comunión con el toro, ese dios mítico que, pese a que una gran mayoría de aficionados parece haberlo olvidado, no nace por generación espontánea en los corrales de la plaza. Y si es preocupante la actual disociación de tantos aficionados por la dehesa, sólo dedicados a ocupar un asiento en la plaza, más preocupante es cuando ese mal urbanita se extiende a quienes pretenden ponerse delante de un astado.

Torrejón sólo recogió el fruto de su esfuerzo en el campo; nada más y nada menos. Su inteligencia fue el darse cuenta de que el mejor aprendizaje crece desde el campo y que sólo desde él puede llegarse con pie firme a la plaza. Llegará o no llegará. Eso sólo el tiempo y las circunstancias nos lo dirán, pero de lo que estoy seguro es de que el camino que ha elegido es el correcto, sabedor de que, para poder correr, antes hay que levantarse y aprender a andar.

Enhorabuena a la tauromaquia, porque tenemos un novillero que le sabe andar a los toros sin haber supeditado esto a la plaza. Una vuelta a los orígenes que debería ser imitado.

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