José Fco. Fernández Belda

La ideología rompe el paisaje

El «jardín de bellezas sin par» ha pasado a ser un erizo posmoderno

José Fco. Fernández Belda
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HAY algunas cosas que cuando se ponen de moda y son asumidas por ciertos grupos ecologistas y políticos, de tanto repetírselo a ellos mismos e invertir ingentes cantidades de dinero, naturalmente de los demás, acaban formando parte de lo cotidiano. Algunas de esas cosas, tras haber conseguido las subvenciones graciables para estudios varios y haber exprimido a su satisfacción la ubre pública, con el tiempo van cayendo en el olvido.

Poca gente recuerda ya el ecoalarmismo que se generó en el mundo mundial tras haberse firmado en 1987 el Protocolo de Montreal, por el que varios países se comprometían a reducir a la mitad la producción de CFC en un periodo de 10 años, evitando así que se destruyera tan manoseada capa de ozono.

Nos crearon tal ansiedad a la hora de afeitarnos, la espuma manaba del «spray» impulsada por un gas de esa familia, que los más progres optaron por dejarse barba, afeitarse a pelo al estilo de Cocodrilo Dundee o depilarse a la cera.

No era convincente para estos ecologistas de pancarta que, por cuestiones físicas, los gases CFC fueran demasiado pesados para llegar a la estratosfera, o que los países productores y mayores consumidores de esos gases estuvieran en el hemisferio norte, pero el agujero de ozono estuviera en el hemisferio sur. Ni que les informaran de que las fuentes naturales de cloro son mucho más importantes que las humanas, por ejemplo en los volcanes, porque eso les dificultaría cobrar subvenciones por estudios suficientemente alarmistas para que nos pareciera muy atinada la idea de pagarles una morterada por mantenernos en un sinvivir.

Sobre todo en estas últimas dos décadas, se ha instalado otro mantra del ecoalarmismo, cual es que solo las energías limpias que ellos patrocinan, eólicas, fotovoltaicas y termosolares básicamente, serán la salvación del planeta. Y en Canarias serán además de especial atractivo turístico los parques eólicos. Por eso hay que potenciarlas hasta el ridículo, pero siempre con fuertes subvenciones por su falta de rentabilidad. Como decía el eslogan publicitario, «con un poco de pasta basta», aunque el contribuyente pague el KWH mucho más caro por cargarle una buena parte de esas subvenciones, porque la otra va directamente a los presupuestos.

Es de suponer que los que así piensan llegan al éxtasis contemplativo al pasar cerca de uno de esos parques eólicos. Subvencionan sin tino la ruptura del paisaje, con una ristra de molinillos, por cierto casi siempre parados, pinchados en lo alto de las colinas como si se tratara de adornos para una fiesta infantil. El «jardín de bellezas sin par» ha pasado a ser un erizo posmoderno que rompe la armonica belleza natural de nuestras líneas de horizonte.

Resulta hoy ridículo recordar que los mismos que salieron a pancartear a gustito contra la chimenea que tendría la central eléctrica de Juan Grande, en Gran Canaria, o tiempo después la denostada macrocárcel que hoy no saben ni situar en la misma zona, porque acabarían con el turismo, o claman por mantener la moratoria contra la industria que da de comer a muchos, sean ahora los que predican que hay que llenar los espacios con aerogeneradores. Sarcástico resulta leer en la web de Los Valles, en el municipio lanzaroteño de Teguise, que se diga sin sonrojarse que «esos molinos del parque eólico son herederos de la tradición que siempre ha habido en Lanzarote a aprovechar la fuerza del viento». ¡Cómo lloraría César Manrique!

Para estos políticos, la evidente realidad no es un obstáculo que se oponga a su ideología verdosa, por más que la Tierra sea azul, con la que a modo del Flautista de Hamelín logran que muchos les sigan como ratoncillos embelesados... ¡votando a unos para que financien a otros!

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