José L. Jiménez - Mercado Insular

El burka de las canarias olvidadas

Sobre las lágrimas de miles de mujeres invisibles que dieron paso al turismo y trabajaron como bestias en la agricultura, los canarios tienen más parados que nunca por su falta de memoria

José L. Jiménez
Las Palmas de Gran Canaria Actualizado: Guardar
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Comienza 2017 con una serie de ataques entre las autoridades de Gran Canaria. El alcalde que controla la superficie turística de Maspalomas ha acusado al presidente del Cabildo de Gran Canaria de ser el artífice del bloqueo de 60 millones de euros de un parque temático que se realizaría, en parte, con ayudas de Estado bendecidas por Bruselas. Marco Aurelio Pérez ha lamentado que la arqueología prehispánica tenga para Antonio Morales más peso que el turismo o empleo que pudiera generar la inversión. Este miércoles, como era previsible, las partes se han puesto de acuerdo. El proyecto sigue tras la bendición de los técnicos de la Adminitración canaria, una especie de fuerza formada por cascos blancos para resolver cosas absurdas como la descrita.

Y ahí viene el asunto. ¿Toda esa zona que tantos intereses genera qué era antes? Han edificado el segundo destino turístico de la UE sobre la sangre. Lo que antes acogía agricultura para la exportación ahora es espacio para la salida de tono como afirmar que cuatro lapas o burgados prehispánicos no pueden bloquear la economía. Mucha gente se ha sentido insultada. Autoridades hechas y derechas emplean el turismo como coartada para el olvido de lo que aquí hubo. Sobre las lágrimas de miles de mujeres invisibles, que poco menos que estaban condenadas a llevar burka, los canarios tienen hoy a las generaciones de isleños con más formación y más desempleados de su historia. Eso se debe a la ausencia de respeto a la memoria de las mujeres que trabajaron como burras para que en esta tierra se abandonara la miseria.

Mujeres trabajando en tomateros o ganadería. Empaquetando deprisa y corriendo para llegar a casa a las cuatro, atender a los hijos y estar dispuestas a los antojos gastronómicos del marido. Ya nadie se acuerda de aquellas mujeres como Amalia Suárez Pérez, natural de San Bartolomé de Tirajana que, con 46 años, recibía en 1969 un premio por ser madre de 19 hijos. En 1977, hace ahora 40 años, entraba el proyecto para crear una biblioteca municipal gracias al esfuerzo de Antonio Cabrera Perera, catedrático de Literatura, director de la Biblioteca Pública Insular, la isla comenzó a tener bibliotecas. Pero no tienen memoria. Aquella época donde hasta un sacerdote sufría una agresión del comisario Lindosa, en noviembre de 1976, tras participar en una manifestación en Playa del Inglés contra el despido de unos trabajadores canarios. Y la cadena hotelera era canaria.

Parte de esas mujeres tienen hoy más de 75 años de edad son las que sostienen con su macabra pensión cotizada por el régimen agrario que el nieto siga yendo al colegio y sea la envidia con su comportamiento ejemplar ante una sociedad enferma y sin rumbo. Un turismo zombie convertido en un destino refugio por la inseguridad de otros competidores. Nadie les pregunta a esas mujeres cómo se gestionaba una menstruación en los tomateros que hoy son objeto de hallazgos de todo tipo. O cómo se hacía frente al sometimiento del encargadillo de turno que se las daba de importante. Nadie les pregunta por aquella solidaridad innata que provocaba que ninguna quedara sola a la salida del almacén. Que todas salían y entraban juntas para evitar el acoso.

Si hay una arqueología que estudiar en el turismo de Canarias es el sufrimiento de las mujeres que combinaban trabajo y atención a la familia. Trabajadoras que fueron cediendo su espacio laboral para pasar, algunas, al turismo. Otras, enfermas por los componentes químicos de venenos que se empleaban en la agricultura o, por el sufrimiento, apartadas en sus casas con andadores de dos ruedas; pero mentes que no olvidan. Condenadas al burka de la invisibilidad de los canarios que, hoy formados y siendo líderes en ocupación turística, discuten de procedimientos administrativos con una población juvenil en paro (+55%), nietos de esas aparceras olvidadas, y 52.000 parados de la construcción, hijos de esas agricultoras, producto, precisamente, de no tener en cuenta la arqueología humana.

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