Portugal demuestra que pactar es posible

El escaso sentido de Estado de los partidos políticos en nuestro país convierte en imposible esta alternativa, pese a la insistencia de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez y António Costa, durante una conferencia en Lisboa EFE
Francisco Chacón

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La fórmula de «gobierno a la portuguesa», que tan de moda parece haberse puesto en ciertos sectores (desinformados) próximos a la calle Ferraz, no es en absoluto extrapolable a la realidad española… comenzando por un hecho que marca la gran diferencia entre los dos países de la Península Ibérica. No existen los nacionalismos en Portugal y, por tanto, el sentido de Estado prevalece en todos los partidos, de manera que cualquier negociación política se beneficia de la ausencia de chantaje sobre la mesa.

A partir de ahí, el panorama cambia totalmente y el debate se produce en términos que tienen por objetivo el interés general, no la reclamación de más y más competencias territoriales. Hay dos regiones autónomas en Portugal: Azores y Madeira, dos archipiélagos que en ningún momento albergan sentimientos en contra de Lisboa y que solo funcionan de manera especial para gestionar la excepcionalidad insular.

Pero, además, conviene puntualizar que el Gobierno luso no es ninguna coalición, pues los socios que apoyan a los socialistas en el poder no forman parte del gabinete ni se les ha ocurrido exigir ninguna cartera ministerial . Se trata de una «geringonça» , palabra que significa «artilugio» porque constituye una salida por la tangente que dio respuesta a las circunstancias específicas registradas tras las últimas elecciones legislativas en octubre de 2015.

Ganó el conservador PSD de Pedro Passos Coelho, pero sin mayoría absoluta y el Partido Socialista no desaprovechó la oportunidad de acercarse a los comunistas (de signo muy ortodoxo) y al Bloco de Esquerda, al estilo de Podemos pero con 15 años de trayectoria.

Sin pasar por las urnas

Desde entonces, António Costa se ha preservado como primer ministro sin haberse sometido al veredicto de las urnas, pues accedió al Palacio de Sao Bento a través de una moción de censura. Será el próximo 6 de octubre cuando la gente decidirá con su voto si se perpetúa esta singular fórmula.

No solo eso, sino que otro fenómeno portugués impensable en España es que la derecha respalde al Gobierno para aprobar numerosas leyes (porque esos socios radicales le han dejado en la cuneta) o incluso que comunistas y conservadores lleguen a formar una alianza puntual. Y las dos situaciones acontecen una y otra vez… sin que nadie se rasgue las vestiduras.

El ejemplo más flagrante fue la guerra abierta entre los sindicatos de profesores y el Gobierno socialista meses atrás. Los acontecimientos se precipitaron después de que, a última hora del 2 de mayo, la comisión parlamentaria de Educación fuese testigo de un insólito pacto para sacar adelante la recuperación de los nueve años congelados en la antigüedad reconocida a los docentes a la hora de cobrar su sueldo.

El Bloco y el Partido Comunista no tuvieron ningún reparo en ponerse de acuerdo con las dos principales formaciones de la derecha, el PSD y el CDS, con tal de recrearse en una medida que habría implicado un coste de 800 millones de euros anuales para las arcas del Estado. Finalmente, todo quedó en agua de borrajas porque los conservadores dieron marcha atrás en la votación definitiva en la Asamblea de la República.

¿Por qué? En atención al «sentido de Estado», según explicaron sus portavoces. Ese es el eje permanente de las tribulaciones de la política portuguesa, mientras en el otro lado de la frontera priman las concesiones particulares a los grupos separatistas. La diferencia resulta abismal.

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