Pablo Antonio Martínez, marido y padre, respectivamente, de Montserrat y Triana, acusadas del crimen
Pablo Antonio Martínez, marido y padre, respectivamente, de Montserrat y Triana, acusadas del crimen - Á. de Antonio

La otra víctima del crimen de Carrasco

Montserrat González y su hija Triana Martínez estaban tan compenetradas que el padre apenas contaba para ellas

León Actualizado: Guardar
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Pablo Antonio Martínez, inspector jefe de la Comisaría de Astorga, vio cómo su vida saltaba en mil pedazos a las 17.15 del 12 de mayo de 2014. Ese día su mujer, con una sangre fría como la de «un sicario», en palabras del fiscal del caso, asesinaba de tres disparos a Isabel Carrasco, la presidenta de la Diputación de León, ciega de odio por la persecución a la que, según asegura, la víctima sometía a su hija Triana. El policía nunca sospechó de las intenciones de su esposa, ni supo que ambas habían hablado de la posibilidad de matar a Isabel Carrasco. Tampoco era extraño; hubiera tomado medidas para cortar de raíz esa locura y, además, él estaba al margen de cualquier confidencia entre las dos mujeres de su vida, que pasaban juntas la semana en la ciudad y a las que prácticamente solo veía los fines de semana.

Montserrat González explicó en su declaración en el juicio que la relación, tachada de «enfermiza» por personas de su entorno social, se estrechó mucho cuando la familia vivía aún en Gijón y a una Triana adolescente se le diagnosticó una escoliosis. Era ella la que siempre acompañaba a su hija al médico, la que estaba pendiente de ella, de modo que toda su vida empezó a girar en torno a la joven.

Estancias en Santander

El padre tenía menos presencia familiar, en parte porque su trabajo absorbía mucho de su tiempo -estaba en el grupo de atracos de Gijón- y en parte porque esa dedicación de su mujer le hacía sentir tranquilo en el sentido de que Triana iba a estar siempre perfectamente atendida. Incluso cuando esta comenzó a estudiar en Santander Ingeniería de Telecomunicaciones pasaba mucho tiempo con ella.

Cuando la familia se trasladó a Astorga -el matrimonio es de León-, después de que el padre fuese nombrado jefe de esa comisaría, madre e hija continuaron siendo inseparables, mientras que el policía daba paseos y se dejaba ver por algunos bares de la localidad en los que tomaba unos vinos. Solo en las cenas y actos oficiales, o en las celebraciones, se les podía ver ya juntos.

Montserrat González explicó en el juicio que cuando comenzaron los problemas de Triana con Isabel Carrasco su marido la animó a que se fuera a vivir con ella al ático que tenía en León. Se comportaban como dos amigas íntimas, y prácticamente siempre estaban juntas. La hija, según su declaración en la vista oral, mantenía una relación con un hombre de la que su padre jamás tuvo noticia, al contrario que la madre, para la que no tenía secretos.

Un móvil analógico

Triana explicó que incluso había comprado un teléfono móvil analógico -precisamente el que luego utilizaría para llamar a su amiga Raquel Carrasco tras el crimen de Isabel Carrasco- para que su padre no conociera esa relación y pudiera preguntarle de quién era el número al que llamaba algunas veces. Y es que, según dijo ante el tribunal, el inspector jefe le controlaba el listado de llamadas y lo que se gastaba con su flamante aparato de última generación.

Pocas referencias más han hecho las acusadas a Pablo Antonio Martínez, que después del asesinato dejó la comisaría de Astorga y fue destinado a un puesto burocrático en Gijón, donde aún permanece. El policía mantiene una discreción absoluta, aunque el abogado de su mujer y de su hija explicó que está haciendo todo lo humanamente posible para pagar la defensa -para que pudiera afrontar ese dinero decidió que ambas compartieran letrado- y para consignar en el juzgado un dinero, 77.000 euros, que es lo que ha conseguido reunir hasta ahora para hacer frente a las indemnizaciones. Con esta medida busca que al menos se les aplique la atenuante de reparación del daño.

El inspector jefe, pues, no se ha desentendido de su mujer, ni por supuesto de Triana. Ha ido varias veces a la prisión de Mansilla de las Mulas a verlas, donde ambas, cómo no, comparten celda. No concede entrevistas y su única esperanza es que la pesadilla pueda pasar algún día. Él no ha sufrido en este caso la pérdida de un ser querido -que es lo peor que le puede pasar a alguien-, pero sin duda es también una víctima.

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