La noche que el Rey defendió a España

Don Felipe diluyó en seis minutos la sensación de vacío de poder frente al desafío separatista

El Rey, durante su discurso posterior al referéndum ilegal EFE

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Aquella noche bastaron seis minutos para que el marcador de la historia diera la vuelta. El 3 de octubre de 2017 el Rey cortó en seco una ensoñación separatista que llevaba años marcando goles fuera de juego al Estado ante unos árbitros que se limitaban a llevarse las manos a la cabeza . En las gradas, el público asistía, cada día más abatido, al partido más sucio de la historia reciente.

Es muy probable que el Rey nunca se haya sentido más solo que aquel otoño en los pasillos del poder político, pero en cuanto salía a la calle todo era muy diferente: cientos de personas acudían espontáneamente allá donde fuera para respaldarle como símbolo de una nación de la que, como él, se sentían orgullosos y a la que, como él, veían amenazada. Unos, los que tenían oportunidad , se lo decían con palabras en corrillos durante los actos oficiales; otros, con banderas y pancartas o a gritos en la calle.

No había vacío de poder, pero se respiraba una profunda sensación de vacío de poder. El Rey veía que producía más miedo a las autoridades aplicar todo el peso de la ley que a los separatistas vulnerarla. Estos últimos se habían envalentonado ante unos políticos acobardados y desbordados por la espiral de deslealtades y traiciones. Ahora puede parecer inexplicable, pero en aquel momento ninguno de los tres partidos llamados constitucionalistas, PP, PSOE y Ciudadanos, era favorable a aplicar toda la Constitución , al menos eran contrarios a aplicar el artículo 155, y el Gobierno de Mariano Rajoy tampoco quería asumir tal responsabilidad en solitario. Quizá temían, equivocadamente, que aquella decisión les pasara factura en las urnas, pero mientras ellos trataban de proteger los intereses de sus partidos crecía la ensoñación separatista y se hacía más honda la pesadilla del resto de los españoles.

El Rey, como millones de españoles, contemplaba con preocupación el avance separatista y el repliegue del Estado, e iba lanzando avisos en sus discursos en público: «La Constitución prevalecerá, que nadie lo dude», advertía. Pasaban los días, las semanas y los meses -porque el golpe empezó a gestarse a finales de julio de 2017, con las llamadas «leyes de desconexión»- y Don Felipe vio que la Constitución no tenía quien la defendiera, al menos con la energía que requerían aquellos acontecimientos.

No solo él había jurado «guardar y hacer guardar la Constitución», pero estaba claro que Don Felipe le había dado un valor y significado a su doble juramento, primero como Heredero de la Corona y después, el día de su proclamación, que otros parecían no compartir.

El Rey suele leer prensa extranjera y, en aquellos días, veía cómo algunos de los medios de comunicación más influyentes del mundo asumían como válidas las tesis separatistas. La batalla internacional también la ganaban los independentistas , que habían desplegado todo un lobby de agasajos a los corresponsales extranjeros para inocularles disimuladamente su información tóxica.

Nunca se sabrá lo que el Rey hablaba con el presidente del Gobierno en los despachos semanales de aquellos meses críticos, pero lo que sí se sabe es lo que ocurrió en la reunión del 3 de octubre de 2017, dos días después de que se celebrara el referéndum ilegal de independencia. Ese mediodía Rajoy acudió al Palacio de La Zarzuela para despachar con el Jefe del Estado, y Don Felipe le estaba esperando con unos folios en la mano. El Rey quería dirigirse esa misma noche a los españoles por televisión y entregó al presidente del Gobierno el texto del mensaje que quería transmitir. Rajoy lo leyó allí mismo detenidamente, y asintió; no le cambió ni una coma y, curiosamente, lo único que le preguntó fue si no iba a leer alguna parte en catalán. Don Felipe ya había valorado esa opción y tenía muy claro que quería dirigirse exclusivamente en español, porque esas palabras, como dijo, iban «dirigidas a todo el pueblo español».

Así fue cómo el Gobierno refrendó aquel mensaje extraordinario de un Rey que tuvo que pedir a los poderes del Estado -Gobierno incluido- algo tan evidente como que aseguraran el orden constitucional, pero que no lo hacían. Bastaron seis minutos para que desapareciera la sensación de vacío de poder y aquella noche los españoles se fueron a dormir algo más tranquilos y, sobre todo, con la garantía de saber que España, su democracia y su libertad, sí tienen quien las defienda.

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