No pienses en un elefante

Sánchez ha eludido explicar los pactos con el independentismo mediante la estrategia de convertir la investidura en una moción de censura contra la oposición

Laura Borràs, portavoz de JpC en el Congreso JAIME GARCÍA
Pedro García Cuartango

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La imagen que refleja mejor lo que pasó ayer en el Congreso es el gesto de Pedro Sánchez cuando Pablo Casado acudió a felicitarle tras la votación de investidura. El líder del PP le tendió la mano y el presidente se la estrechó durante unas décimas de segundo, sin mirarle ni decirle ni una sola palabra, como si fuera un apestado, sin ocultar el menosprecio que siente por su adversario.

Sánchez ha vencido pero no ha convencido, ha obtenido la mayoría parlamentaria pero no ha explicado los pactos y ha aparecido como un líder condescendiente y obsequioso con quienes quieren liquidar el régimen del 78 y romper la Constitución. Y, sobre todo, ha traicionado sus promesas electorales.

«Más vale honra sin Gobierno que Gobierno sin honra», le reprochó Casado. Pero el vencedor de la investidura ni se inmutó porque es obvio que su sentido del honor nada tiene que ver con el de Méndez Núñez, el capitán que mandaba la flota en la bahía de Callao y que dijo aquella frase sobre la honra y los barcos.

«La bancada de la derecha»

Nuevamente Sánchez desaprovechó la ocasión de responder a las preguntas de la oposición sobre su alianza con los independentistas, pero no dejó pasar la oportunidad de arremeter contra «la bancada de la derecha», su expresión favorita, con la que quiere sugerir que Vox, Ciudadanos y el PP son la voz del mismo amo.

Lo que ha intentado el líder socialista a lo largo de estos días ha sido convertir su investidura en una moción de censura contra la oposición. Y no le ha salido mal el empeño porque se ha debatido más sobre una pretendida falta de lealtad de la derecha que sobre su programa de Gobierno y los pactos con ERC y el PNV.

Sánchez incurrió en el fácil tópico de citar a Don Manuel Azaña para llevar el agua a su molino cuando recordó aquella frase de que «todos somos hijos del mismo sol». Casado y Abascal también citaron al presidente de la República. Pero perdieron la ocasión de recordar sus durísimas críticas al nacionalismo catalán por la traición a la causa republicana, recogidas en sus memorias. Azaña murió sin entender por qué Companys se había portado tan mal con él cuando se refugió en Barcelona en las últimas semanas de la guerra.

Ahora que se les llena tanto la boca a los independentistas cuando pronuncian la palabra «república», tendrían que acordarse de la intentona de golpe de Estado de 1934 y del bochornoso comportamiento de ERC con el Gobierno legítimo de la nación en aquellos días.

Pero no hace falta remontarnos tanto en el tiempo. Ayer, Montserrat Bassa, hermana de la ex consejera de Trabajo que cumple la condena impuesta por el Supremo, afirmó que la gobernabilidad de España le importa «un comino». Y responsabilizó a Sánchez, y no a los tribunales, del encarcelamiento de los dirigentes independentistas.

«Rectifique de dirección porque usted va en sentido contrario», le dijo Laura Borràs, la portavoz del partido de Puigdemont , tras recordarle que ha cambiado más de principios que Groucho Marx. Con estos mimbres va a tener que hacer el cesto el flamante presidente de Gobierno.

Pero eso no parece un problema para un partido como el PSOE que maneja con mano maestra la propaganda y los tiempos, que ya ha demostrado que es capaz de lidiar con toros más fieros y que, desde su supuesta superioridad moral, no pierde ocasión de presentar a sus adversarios de la derecha como unas fuerzas al servicio de la reacción y del gran capital.

Tirando del manual de George Lakoff , el autor de «No pienses en un elefante», Sánchez y los suyos han impuesto el marco mental que ha dominado un debate en el que han acusado, una y otra vez, a esa «bancada de la derecha» de no aceptar los resultados electorales y de fomentar el catastrofismo.

Adriana Lastra reflejó claramente ayer esa estrategia cuando tachó de «matonismo» el discurso de la oposición y presentó a los diputados que han apoyado a Sánchez como «los 167 valientes». Por lo visto, votar en contra, como hizo Ana Oramas, es una cobardía.

En el colmo de la exageración, Lastra afirmó que «el extremismo de la derecha es el peor cáncer de nuestra democracia» y ello después de denunciar la persecución y las amenazas que, según sus palabras, han sufrido algunos de sus diputados por negarse a romper la disciplina de voto. No hay mejor manera de perder la credibilidad que incurrir en caricaturas tan burdas. Para rematar su discurso, se le escaparon unas lagrimitas por su sacrificado líder, que ha tenido que hacer tantos sacrificios.

Pero ni Lastra ni Sánchez, salvo los tópicos de rigor , se molestaron en argumentar por qué había que refrendar la investidura del candidato. Lo que intentaban era que la votación fuera un castigo a Casado, Arrimadas y Abascal, una moción de censura por su atrevimiento a denunciar que el rey va desnudo.

Volviendo a Lakoff, lo que el presidente del Gobierno y sus asesores consiguieron fue evitar la imagen del elefante, ese elefante que son esos pactos para negociar fuera de las instituciones el futuro de Cataluña, una consulta que nadie ha explicado y la creación de una nueva legalidad a la que se refirieron tanto Rufián como Aizpurua. En este sentido, es cierto que Sánchez logró imponer su marco mental durante buena parte de las tres jornadas.

Pero, a partir de mañana, poco vale ese éxito porque tendrá que gobernar y afrontar los muchos retos que tiene el país, empezando por el desafío de Torra y terminando por el deterioro de la situación económica. Claro que siempre le quedará el recurso de echar la culpa a la oposición o a una conjura del capitalismo internacional.

Casado y las alusiones al Rey

El futuro no está escrito, pero no es posible ser optimistas a la luz del desarrollo de un debate de investidura en el que tanto unos como otros han caído en un cainismo que no augura nada bueno. Casado volvió a estar acertado en poner en evidencia las contradicciones de Sánchez, pero tal vez debería haber evitado las alusiones al Rey porque lo peor que puede suceder en este país es que la monarquía se convierta en objeto de banderías políticas.

Este nuevo Gobierno es legal y legítimo, ha ganado las elecciones, pero no ha dicho la verdad. Y, como no se puede engañar a todos todo el tiempo, pagará por ello un alto precio.

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