La ignominia

Nunca un presidente del Gobierno llegó tan bajo –al mismísimo albañal de la miseria– para dañar el prestigio de una de las instituciones cuya reputación está mejor valorada por la sociedad española

El ministro Grande-Marlaska, esta semana en el Senado EFE
Luis Herrero

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No sé qué significa nueva normalidad. Entiendo que nos dirigimos a un escenario donde la vida social se parecerá poco a la de antes. Nos daremos el codo en lugar de la mano, las inclinaciones de cabeza sustituirán a los besos, y las voces, a los susurros. Todo esos cambios, y muchos más, darán lugar a conductas novedosas, sí. ¿Pero en serio queremos convertirlas en normales? La distancia social no forma parte del estado natural de las relaciones humanas. ¿Estamos seguros de querer que se convierta en un hábito bailar con mascarilla o parcelar la arena dela playa? ¿Nos gustaría que esas normas de prevención rigieran en lo sucesivo la interacción personal? Si la respuesta es no, dejemos de una puñetera vez de asociarlas al concepto de normalidad. Quiero pensar que a donde vamos es a una nueva excepcionalidad. De lo contrario, démonos por jodidos.

La única nueva normalidad que merecería la pena celebrar sería la de un Gobierno –cualquier Gobierno– que respetara la ética del poder. Si convirtiéramos en normal algo así, la novedad sería despampanante. Pero por desgracia no parece que vayamos en esa dirección. El lío del ministro Grande Marlaska demuestra que el Gobierno sigue instalado en su lamentable normalidad de siempre . No hay nada nuevo en su conducta. Durante el tránsito de la crisis ha seguido el ominoso itinerario de costumbre.

Primera estación, la excepcionalidad ante la ley. Era ilegal pedirle al coronel Pérez de los Cobos que le informara de la investigación que estaba llevando a cabo la Benemérita sobre el 8-M por mandato judicial, pero le importó un rábano. A Sánchez, responsable último del diseño de la mangancia, el cumplimiento de la ley se la sopla.

Segunda estación, abuso de poder. Dado que el coronel de la Guardia Civil se negó a satisfacer la demanda ilícita de su superiora jerárquica, el jefe de ésta, por orden del ministro, le segó la testa, con tricornio y todo, y la convirtió en el badajo de una campana de advertencia . A quien desafíe los designios gubernamentales ya sabe lo que le espera.

Tercera estación, la mentira. No importa lo que digan las pruebas documentales y los testimonios de las víctimas: no hubo injerencia en la investigación judicial y la destitución del coronel se debió a una reestructuración previamente programada . Quien lo ponga en duda es un golpista. La palabra de Sánchez es palabra de Dios. Amén.

Ha sido patético ver a un juez de profesión saltarse a la torera los lindes de la separación de poderes. No le arriendo la ganancia. Cuando se active el dispositivo de propulsión de su escaño en el banco azul y salga despedido del consejo de ministros –cosa que sucederá antes o después–, el regreso a su función jurisdiccional estará marcado por el desprecio de sus compañeros. La iniquidad no suele hacer buenos amigos.

En esos momentos de tribulación, su mejor consuelo será el de saber que no fue el suyo el comportamiento más patético de todos . Sánchez le gana por la mano. Fue él quien dijo, y además en sede parlamentaria, que la destitución de Pérez de los Cobos formaba parte de una operación de limpieza de los pozos sépticos del Estado. Era urgente, vino a decir, que los residuos de la policía patriótica que el PP puso a pulular por las cloacas del ministerio del Interior fueran eliminados para siempre.

Nunca un presidente del Gobierno llegó tan bajo –al mismísimo albañal de la miseria– para dañar el prestigio de una de las instituciones cuya reputación está mejor valorada por la sociedad española. Todo vale con tal salvar la buena imagen del Gobierno. Si es menester convertir en héroe al villano Marlaska, a costa de hacer lo contrario con el jefe de la Guardia Civil que le plantó cara, no hay problema. De poco sirvió la rectificación tardía de la portavoz Montero en la rueda de prensa posterior al consejo de ministros. El mal ya estaba hecho. Pincho de tortilla y caña a que en la hemeroteca prevalecerá la ignominia . Después de todo es el sello de identidad del sanchismo.

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